sábado, 5 de abril de 2008

Puñetazo en la mesa de Perera


Nadie daba un duro por el sexto pero Miguel Angel Perera lo debió ver claro, cogió la montera, se fue al centro del ruedo y brindó al público. Atornilló las zapatillas a la arena y citó al toro, que andaba por entre las rayas. Se vino largo y Perera, sin mover una pestaña, le arreó varios pases cambiados por la espalda y un circular que nos pusieron a todos de pie. Y a continuación vino el recital: una, dos y tres series con la derecha de dulce. Y después la locura, probablemente los mejores naturales de la Feria con permiso de El Cid. La faena alcanzó unos vuelos tremendos merced a tres virtudes: la distancia, el temple y las pausas entre series. Hacia el final, Perera abandonó la primera de ellas y el toro lo acusó, pero no lo suficiente como para que el trasteo perdiese importancia. Había que coronar la obra y lo hizo. Estocada y dos orejas para una faena que pone a Miguel Angel Perera en el pedestal de esta Feria.

Esa fue la cumbre de la tarde pero ya antes Perera había apuntado el valor de su toreo, al dominar al tercero, un toro que acudía largo pero con una acusada tendencia a irse del muletazo. El mérito del extremeño fue dejársela siempre en la cara y así le sacó lo poco que tenía antes de rajarse definitivamente.

La tarde terminó a lo grande pero había comenzado con una lección de magisterio de Julián López El Juli con un toraco que superó los 600 kilos, mirón y parado. Ya el saludo de capote tuvo enjundia y luego llegó un quite por chicuelinas muy ceñidas. Bien estuvo Diego Ortiz picando y bien José Antonio Carretero en banderillas. Y a partir de ahí, El Juli empezó a poner todo lo que le faltaba al toro. Seguro, firme, en un mínimo espacio de plaza. Tragándole lo inverosímil, hubo un par de miradas, una al pecho, otra a los muslos, que nos helaron la sangre. Aquello olía a enfermería pero el Juli no dudó lo más mínimo y el toro terminó por entregarse. Lo mató de un estoconazo en todo lo alto que valió una oreja de muchos kilates. En el cuarto, literalmente un mulo, no mereció el esfuerzo de el torero por agradar. Eso sí, otra estocada en una tarde en que los tres actuantes anduvieron como un tiro con la espada.

Jose María Manzanares se encontró con el mejor toro del encierro de El Ventorrillo. De salida el animal se pegó una tremenda voltereta que, afortunadamente no acusó. En el encuentro con el caballo empujó con clase, dejando Chocolate un par de buenos puyazos. Un quite muy ceñido de Perera con el capote a la espalda acabó de descubrir al toro. Manzanares empezó el trasteo en la raya de picadores. Pases por bajo con mucha prestancia y rápidamente lo sacó a los medios. Le dio distancia y el toro se comía la muleta. Tres series tremendas por la derecha con toro y torero acoplados a la perfección, si acaso pecando un pelín de desplazarlo hacia fuera, pero con unas cotas estéticas altísimas. Por la izquierda la faena no bajó el tono pero el toro empezó a apagarse y con él el torero, que en las postrimerías del trasteo sufrió algún enganchón. Dejó una estocada entera pero trasera y muy tendida que tardó en tumbar al toro y paseó una oreja.

En el segundo de su lote, poco pudo hacer Manzanares. Le obligó a tragarse los muletazos pero prontó cantó su mansedumbre, revolviéndose incluso con peligro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo estuve allí...y realmente fue una tarde mágica, llena de emociones con sólo de trompeta incluído. Sevilla inspira sin duda alguna. Irene