viernes, 3 de octubre de 2008

Hagan sitio en la historia

Vamos a ver si soy capaz de encontrar los adjetivos adecuados para describir lo de esta tarde.

Podríamos decir que ha sido épico, que lo fue. Podríamos decir que ha sido heroico, que lo fue. Podríamos decir que ha sido histórico, que lo será. Pero con eso no basta. Yo diría que ha sido milagroso. Pocas tardes recuerdo en mi vida de aficionado que haya vivido semejante mezcla de emociones. Gracias, Don Miguel Angel, porque a partir de hoy habría que tratarte de usted. Desde hoy Miguel Angel Perera entra en el reducido grupo de Figuras (con mayúscula) de la tauromaquia. Porque no se trata de cortar más orejas que nadie, Fandi, ni de torear más tardes que ninguno, Jesulín.

Viene al pelo la anécdota de Manuel Ortega, padre de Manolo Caracol y a la sazón mozo de espadas de Joselito el Gallo. Viajaban desde Andalucía en tren y al bajarse en Atocha la locomotora pegó un bufido y soltó un buen chorro de vapor. A lo que él le espetó esos cojones, en Despeñaperros.

El Despeñaperros taurino está en la plaza de Las Ventas y si uno se encierra allí con seis toros la cosa adquiere tintes míticos. Y hoy Perera puso los cojones, vaya que los puso, hasta el punto de que, literalmente, se los partieron. La de hoy es de esas tardes que uno almacena en la memoria y repetirá decenas de veces. ¿Te acuerdas de aquel año de Perera en la Feria de Otoño? Claro que los hay con suerte -los que lo pudimos ver por la tele- y los hay con mucha suerte, que estuvieron en la plaza. Entre ellos mi señora madre (autora de las fotos que ilustran este texto) y mi señor padre, que a través del teléfono móvil me hicieron meterme un poquito más en el ambiente.

Había empezado la tarde cuesta arriba. Devuelto el toro que abría la tarde, el primero bis, de Valdefresno, fue noble pero justito de casta. El segundo, de Cortés, le echó el ojo enseguida. Ni las miradas ni el viento importaron a Perera, que se puso como si el toro fuese bueno, aunque parece que al público no le llegó la onda. Aquello olía a enfermería en cualquier momento y tardó en llegar pero llegó. Entró a matar Perera y el toro lo prendió dejándole una cornada en los testículos. Los que gastamos de eso sabemos que un simple golpecito te hace ver las estrellas, así que no me imagino lo que debe ser que te los atraviese un pitón.

El torero a la enfermería, le cosen los médicos y dice que sale de nuevo. Nada más verlo aparecer por el pasillo y enfilar el ruedo se lo dije a mi madre: preparaos, que cambia la tarde. Sólo había que ver la cara de concentración y responsabilidad de Perera, ¡con los huevos cosidos, señores! Y así fue.

Al tercero, de El Puerto de San Lorenzo, lo hizo bueno a base de dejarle la muleta en la cara y templarlo, con paciencia, con colocación. Y cuando montó la espada pensé que iba a acordarse de que hacía media hora que un toro le había reventado pero ¡anda que se apartó! Derechito, derechito y otro estoconazo que tiró al toro sin puntilla. Primera oreja de la tarde.

El cuarto, de Victoriano del Río, sucumbió a la muleta del extremeño como tantos toros esta temporada. De fácil que lo hace parece que los toros son mejores, pero no. Este era un regalito que se defendía de mala manera y que en otras manos hubiese sido visto y no visto. Pero por algo llevamos cantando toda la temporada las virtudes de Perera. Se puso en el sitio, tragó y tragó, corrió la mano y terminó metiendo al toro en la canasta. Los adornos finales por bernardinas, escalofriantes y como no, otra estocada. Segunda oreja que aseguraba la Puerta Grande.

A estas alturas la tarde estaba ya metida en suficientes emociones pero faltaba el plato fuerte. Y de invitado, otro de Valdefresno, al que saludó de capote a pies juntos con inusitado temple. El inicio de la faena de muleta prometía. Dos estatuarios en el más amplio sentido de la palabra -se movió lo justo para sacar el brazo- y al tercero el toro, que venía como un mercancías, se lo lleva por delante empitonándolo en el muslo. Cornada y de las gordas nada más verlo en el suelo. Se conoce que mi madre pegó un brinco y sin querer le dio a la rellamada del móvil. Y allí estaba ella gritando a voces que se metiera el torero, que así no podía torear, que dónde estaba la autoridad. Y con ella, toda la plaza.

Hubo una décima de segundo que pareció que iba a ser así pero de repente Perera sacó fuerzas de sabe Dios dónde -recordemos que no hacía una hora que le habían cosidos los testículos- y pidió que le hicieran un torniquete. Cogió la muleta y allá se fue a por el toro, visiblemente mermado, blanco como la cera y a punto de desmayarse por la sangre perdida. Mi madre seguía desgañitándose y pidiendo por favor que no torease y yo en casa me unía al coro porque veía que en cualquier momento le volvía a echar mano. Pero amigo, los toreros son otra raza, y las Figuras (perdone, Don Miguel Angel que no me haya vuelto a referir a usted como merece) aún más.

Ya no es que aguantara milagrosamente en pie. Es que volvió a repetir la faena del cuarto, tapando los defectos del toro y dejando series hondas, templadas y largas. Resulta obvio añadir que lo tiró del enésimo estoconazo sin puntilla y cortó la oreja más merecida que haya visto la plaza de Las Ventas en mucho tiempo. Aún se me ponen los pelos de punta recordando como cruzó el ruedo con el público en pie gritando ¡torero, torero! y rompiéndose las manos a aplaudir, se paró en la mitad, se guardó la oreja en la chaquetilla y se marchó a la enfermería con la pena de no disfrutar de la Puerta Grande pero con la satisfacción de entrar en la historia con todos los honores.

El sexto de Fuente Ymbro fue el mejor toro de la corrida. Lo mató el sobresaliente David Saleri, que dejó pasar la oportunidad de su vida. Lástima porque podría haber sido el broche perfecto a una tarde que estaba llamada a poner a Perera en lo más alto del toreo.

Ni José Tomás ni historias.

1 comentario:

sentimientos y locuras dijo...

y dices que te has quedado corto?
oleeeeeee