martes, 13 de mayo de 2008

Diego Urdiales se reivindica


Uno entró en el cartel por la puerta de atrás, sustituyendo a Serafín Marín. El otro parece que tiene carta blanca para estar en las ferias sin más credencial que el apellido paterno. El uno dio una lección a pesar de lo poco que torea. El otro da igual que haga el paseillo diez o cien tardes, de donde no hay no se puede sacar.













Diego Urdiales a la izquierda y el niño del Niño a la derecha. O la diferencia entre el toreo y la trampa.

El primero de Carmen Segovia no parecía gran cosa pero llegó a la muleta y cambió a bueno. Y allí estaba un torero que necesitaba jugárse la temporada -o su carrera- a una carta. Y se la jugó. Lo debió ver claro Diego Urdiales, que brindó al público y manejó la muleta con la facilidad del que tiene cincuenta contratos en el bolsillo. Mejor por la derecha -pitón de escándalo- que al natural. Se empeñó en torearlo por la izquierda y ahí la faena bajó el tono, amén de prolongarla innecesariamente. Era un toro de dos orejas aunque la cosa se quedó en nada porque lo pinchó dos veces. Pero dejó al público predispuesto para el cuarto.

Y la suerte estaba de su parte porque lo que salió por chiqueros era un cinqueño de 650 kilos con pinta de cualquier cosa menos de embestir. Pero hay días que el destino te tiene preparada una sorpresa y mira tú por donde que el toro sirvió. Sin ser tan claro como el primero pero Urdiales supo darle el inicio de faena adecuado y el animal rompió a bueno. También en éste el pitón fue el derecho, por donde surgieron pases hondos y templadísimos. Toreo del bueno, del que pone la plaza boca abajo. Esta vez no se podía fallar y el riojano lo tumbó de un estoconazo que dio paso a una oreja de muchos kilates. Lástima de Puerta Grande sólo entreabierta.

Si el lote de Urdiales fue el bueno, el de Fernando Cruz fue para llorar. Añádase el desastre de lidia de su cuadrilla, que empeoró las de por sí nulas condiciones de sus enemigos. Si malo fue el segundo, lo del quinto fue para llorar. Anduvo como pudo con él y al menos lo mató de una buena estocada, después de un auténtico festival de pinchazos y descabellos en el anterior.

Y en medio de todo, el Capea y su incapacidad para esta profesión, sin conocimiento alguno de los terrenos y abusando de las ventajas. El tercero, sin ser gran cosa, tenía su lidia, pero no se le pueden pedir peras al olmo. Digamos que en otras manos el toro hubiese servido. Al menos vimos parear con calidad a El Ruso, que como en Sevilla, saludó montera en mano. Pero lo que fue de juzgado de guardia fue lo del sexto, otro bicharraco que pasó de los 600 kilos. Urdiales se lo enseñó en un quite pero Capea estaba en las musarañas. Pedía el toro distancia y el torero se puso encimista. Y claro, lo aburrió. Lo mismo que el niño del Niño al público.

Sólo falta que aburra de una vez a los empresarios.

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