lunes, 29 de junio de 2020

Dos hombres buenos

Todos los años el mismo rito. A medida que se acerca el día de hoy, Facebook me va recordando publicaciones antiguas. Así que, aunque no quisiera, es como si cada 12 meses me pusieran la misma película. Y aunque la he visto ya muchas veces, me ocurre como con Casablanca: te sabes el final de memoria pero en el fondo aún esperas que alguna vez cambie y Rick se monte en el avión con Ilsa.

En mi caso, el guión es terco. A primeros de mes se anunciaba la operación; unos días más tarde, la salida de la UVI y finalmente, el alta y el regreso a casa. Ninguno podíamos imaginar el desenlace pero lo cierto es que, tal día como hoy, el destino nos sacudió un bofetón que nos dejó K.O. De golpe y porrazo, a mi madre le cambió el estado civil, mis hermanos y yo nos convertimos en huérfanos de padre y un buen puñado de amigos y familiares se quedó sin disfrutar de su buen humor, de su generosidad y de su cariño. La cosa es que ayer ya andaba rumiando lo que me tocaba recordar hoy cuando me sorprendió la noticia. 

Prácticamente a la misma edad que mi padre, otro infarto se llevaba al comandante Juan José Aliste. A los salmantinos no tengo que explicaos quien es. Para el resto, lo recordaréis porque sufrió un atentado en las inmediaciones de la plaza de toros de La Glorieta. Acababa de dejar a su hija y a tres compañeras de ella en el colegio cuando a escasos metros, una bomba-lapa colocada en los bajos de su coche por los malnacidos de ETA explotó. Por suerte, salvó la vida pero perdió ambas piernas.

A partir de ahí, su historia fue un ejemplo de superación. Como decía en una entrevista reciente, "cuando tienes varios caminos que seguir, puedes elegir uno u otro pero a mí no me dieron opción en la situación en la que quedé". Gracias al apoyo de la familia y al de la gente lo fue superando y afrontó la vida "con la sonrisa siempre para alante". 

Esa sonrisa, esas ganas de vivir se apagaron ayer, como se apagaron hace once años las de mi padre. Sirvan estas líneas para homenajearlos, para reivindicar su memoria y para rendir tributo a dos hombres buenos.

lunes, 22 de junio de 2020

¿En qué quedamos?

Desde que tengo uso de razón, cada cierto tiempo surge la noticia: los mayas ya lo anunciaron y el fin del mundo tiene fecha. En unos días, el último que apague la luz y fue un placer, amigos. La cita más reciente con el apocalipsis la teníamos este domingo. Naturalmente, lo pasamos sin mayores sobresaltos y aquí estamos, un lunes más, vivitos, coleando y estrenando el verano. Vamos, que la credibilidad del calendario maya está al nivel de la de un político en campaña. Puestos a elegir, yo me quedo con el Calendario Zaragozano, sin dudarlo.

Y hablando de Aragón, hoy hemos conocido que tres zonas de Huesca vuelven a la fase 2 de la desescalada, tras detectarse varios brotes. Lo que me ha llevado inmediatamente a una reflexión . Si ya no estamos en estado de alarma y se puede volver atrás, ¿en qué quedamos? ¿No era que el estado de alarma era imprescindible para tomar las medidas? ¿Ahora sí se puede? 

Los Amaya -que no los mayas- hicieron popular una rumba que nos viene al pelo para esta situación. Seguro que os suena la letra: Caramelos, caramelos, caramelos, llevo caramelos. Los traigo de coco y piña, de limón y menta nena, de piña para las niñas y limón para las viejas

Y así me siento con este gobierno, nos vende caramelos de todos los sabores, según venga.

domingo, 21 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 101

Parecía una cosa muy lejana, prórroga va, prórroga viene, pero sí, igual que llegó el final del verano del Dúo Dinámico ha llegado el del estado de alarma. Y bueno, si somos rigurosos, hoy debería terminar este diario.

Lo que empezó con un simple comentario a raíz de la interrupción de las clases de los niños, gracias a mi amiga Amor que lanzó la sugerencia y me lió, se ha convertido en más de cien historias con anécdotas, vivencias, noticias, en fin, un buen resumen de lo que han sido estos más de tres meses. Solo espero que se quede ahí y no tengamos que hacer segunda parte. Eso significaría que esta pesadilla ha terminado definitivamente y entonces será un ejercicio muy entretenido releer lo que hemos vivido desde el primer día.

A mí me ha servido para divertirme mucho. Escribir es algo que me resulta muy ameno, aunque os confieso que a veces me ha costado algún dolor de cabeza. Si Arquímedes necesitaba un punto de apoyo para mover el mundo yo me conformo con una una idea para arrancar. Eso ha sido lo más complicado algunos días. No veas que agobio ver que pasaban las horas y no llegaba. Pero al final, a base de devanarse los sesos -nunca agradeceré lo bastante esa gimnasia mental- se encendía la bombilla. Y una vez que tienes la idea, al menos a mí ya me resulta cuesta abajo el camino.

Así que la noticia es esa, estáis leyendo el último capítulo del Diario de una Familia Enclaustrada. Pero vista vuestra respuesta, visto el cariño que me habéis regalado cada día con vuestros comentarios, no puedo parar aquí. Buscaremos otra fórmula, no sé ahora mismo cual, pero seguiré contado historias por aquí.

Prometido.

sábado, 20 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 100

Este fin de curso tan raro ha camuflado uno de los momentos más divertidos y esperados: el último día de clase y el inicio de las vacaciones. Lo de llevar casi cuatro meses en casa ha hecho que esa jornada tan especial se diluya en el calendario y apenas hayamos notado diferencias del día D al siguiente. Por lo demás, sí tuvimos otro de los clásicos de esas fechas, la lectura de notas finales.

A falta de los resultados de la primogénita en la EBAU -si todo va en orden deberían ser buenos- el resto de la cuadrilla ha cumplido con creces. Alguno incluso se ha salido de la tabla con un pleno de dieces, que a ver quién le tose al mozo. Así que tocaba recompensar el esfuerzo.

Como lo de ir a cenar fuera aún es tarea hercúlea y como estos son de buen conformar, después de negociar varias opciones decidimos pedir comida a una conocida cadena de hamburguesas. Y aquí ha estado la novedad: hemos estrenado la aplicación de Glovo.

Oye, comodísimo. Hemos hecho el pedido con el teléfono móvil mientras volvíamos a casa de hacer otros recados. Y más rápido no ha podido ser el chico que nos lo ha traído. Rápido, educado y amable, que es una cosa que no cuesta dinero, no se necesita título universitario para ejercer y no distingue color de piel. Así que se ha llevado una buena propina, que es cosa que se agradece mucho y lo sé por experiencia.

Que uno tiene su biografía y se ha ganado las perras desde hace mucho y en muchos trabajos, gracias a Dios, que así valoras y empatizas que da gusto.

Pero esa historia os la guardo para otro día.





viernes, 19 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 99

Por fin nos salió una tarde soleada, después de varios días de cielos grises y lluvia de esa tan del norte, que sabes cuando empieza pero no hay quien descifre cuando va a parar. 

Estábamos dando un paseo después de hacer varios recados cuando nos sorprendió el sonido de unas gaitas en la lejanía. Siguiendo el rastro de las notas como si fueran las migas de Pulgarcito, nos plantamos delante del Teatro Campoamor. Y allí estaban, la Banda de Gaitas Ciudad de Oviedo, perfectamente formados y dándole al fuelle. 

Pronto se arremolinó la gente y se formó el corro de mascarillas. Entre pieza y pieza, el director saludó a un señor que estaba a mi lado. "A ver si animamos un poco la ciudad", fue su frase. Y a fe que lo consiguieron. Después de varios temas delante del teatro, comenzaron un pasacalles y como ya no teníamos nada mejor que hacer que dejar correr el tiempo para ir a buscar a Olga a la salida del trabajo, pues nos acoplamos con ellos a recorrer el centro.

Como no puedo evitar la mirada periodística, mi paseo ha sido de buscar detalles aquí y allá. Y hay uno que destaca por encima de todos: que gusto ver las caras de la gente. Empleados saliendo a las puertas de las tiendas. Ventanas abriéndose al paso de la música y niños y mayores asomándose a ellas dibujando sonrisas. El personal que estaba en las terrazas, aplaudiendo al paso de las gaitas. Y lo que más me ha emocionado, un par de personas tirando rápidamente de teléfono para establecer videollamada con seres queridos que estaban lejos -no he podido evitar escuchar las conversaciones- y acercarles en directo el sonido que, intuyo, tanto echan de menos. Una de ellas, llorando a moco tendido en el salón de su casa en algún lugar a muchos kilómetros. Y yo al lado, a puntito de soltar la lágrima también, que para estas cosas no aguanto nada, que le vamos a hacer.

El pasacalles ha finalizado delante de la iglesia de San Juan el Real, como no, con el himno de Asturias y una ovación espectacular. Objetivo conseguido, señor director, gracias por traernos un poquito de normalidad.


jueves, 18 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 98

Se ha colado en nuestras vidas y ya forma parte de la cotidianidad. El dúo de imprescindibles al salir por la puerta de casa -llaves y teléfono móvil- ahora es un trío, con la incorporación de la mascarilla. Llevo una temporada haciendo un trabajo de campo sobre su uso y estoy en condiciones de presentar ya alguna conclusión. A grandes rasgos, podemos definir cuatro tipos de usuario:

- En primer lugar, el Elementum Normalis. Son el grupo más numeroso, afortunadamente, un 63%. Se caracteriza por llevar la mascarilla perfectamente colocada, tapando nariz y boca y  con las gomas en su sitio. Hay una subespecie, el Elementum Plus Normalis, capaz incluso de usar las gafas sin que se le empañen.

- El Elementum Sub Nasum supone aproximadamente un 21% de la población. En la distancia se les suele confundir con el Normalis. Parece que lleva la mascarilla bien puesta pero a medida que se acerca, se comprueba que la tiene por debajo de la nariz. Es frecuente en este grupo un uso extravagante del preservativo. En lugar del emplazamiento habitual, acostumbran a emplearlo envolviendo los testículos como el que envuelve unas albóndigas con papel film. "La intención es lo que cuenta" podría ser su lema.

- El Elementum Sub Mento, se ha descrito en un 12% de la muestra. Es una evolución del Sub Nasum, que en un alarde de porqueyolovalguismo, se coloca la mascarilla bajo el mentón. Estudios recientes avalan que la prioridad del Sub Mento no es protegerse ni proteger, sino disimular la papada. En casos extremos, se obtiene una imagen rozando lo dantesco, con los mofletes de carne dándose a la fuga por los laterales de la tela y desafiando a la gravedad con su movimiento oscilatorio acompasando el paso de los pies. 

- El grupo minoritario, un 3% se encuadra en el Elementum Ab Auris. Es raro de encontrar pero es inconfundible: mascarilla colgada de una oreja a modo de zarcillo. Al ser una población escasa, los científicos no son capaces de trazar un modelo y la única línea de trabajo se centra en un patrón que parece que se repite: señoras con la edad suficiente para haber visto el incidente de Lola Flores con el pendiente en el programa de Íñigo. Podría tratarse de un fenómeno de identificación pero ya digo, a día de hoy es un misterio por qué se inclinan por esa ubicación para la mascarilla ni qué tipo de protección pretenden. 

Tampoco vamos a volvernos locos, hay gente pa tó y ya está.

miércoles, 17 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 97

Una de mis debilidades son los libros. Desde bien pequeño la lectura es una de mis mayores aficiones, así que cuando alguien quería hacerme un regalo lo tenía fácil. Bueno, lo tenía y lo tiene, lo saben bien los Reyes Magos o mi familia, mis regalos de cumpleaños son muy previsibles.

Cuando compramos el piso, una prioridad era buscarle sitio a los libros que se me acumulaban en cajas. El día que vinimos a verlo antes de decidirnos por embarcarnos en la hipoteca lo tuve claro. Había un hueco en el pasillo perfecto para una estantería de lado a lado y del suelo al techo. Dicho y hecho, la encargamos y por fin pude poner orden.

Al principio me sobraban huecos pero a estas alturas ya no entra un libro más y he tenido que buscar espacios alternativos. Y eso que mi volumen de adquisición menguó de manera inversamente proporcional a las sucesivas llegadas de los descendientes. No obstante, aunque estoy muy contento con mi biblioteca, mi sueño aún está por cumplir.

La historia arranca en Barco de Avila, el pueblo de mi madre. Mis veranos eran tardes de piscina o río y lectura. En un determinado momento que no soy capaz de precisar, Fide, un profesor amigo de la familia, se convirtió en mi bibliotecario particular. Al conocer mi desmedido interés por la lectura, se ofreció a recomendarme y prestarme libros para mis ratos de toalla. Me los llevaba de tres en tres.

Aún recuerdo la impresión que me llevé al entrar por primera vez al salón de su casa. Las paredes llenas de estanterías, libros, libros y más libros por todos lados. Aquello era el paraíso. En la retina me quedó grabada esa imagen y en la cabeza un pensamiento: algún día yo quería una habitación así en mi casa.

Os he contado todo esto porque esta tarde he ido a recoger un encargo a Cervantes, la librería de toda la vida de Oviedo. En Salamanca teníamos otra con el mismo nombre pero lamentablemente, hace años que asistimos a su funeral. La de aquí -toco madera- goza de buena salud y resiste los envites y los embates de Amazon.

Pero la crisis de la Covid19 les ha hecho pupa, a pesar de que se manejan bien en la venta por internet. Así que han puesto en marcha una idea para el que quiera colaborar en la recuperación de la librería. Han diseñado unos marcapáginas solidarios, personalizados con tu nombre, que puedes encargar por 10€. Y además, van a tatuar una pared de la librería con los nombres de todas las personas que colaboren en esta iniciativa.

De momento, os puedo enseñar mi marcapáginas pero ya tengo sitio reservado, el 152, en esa pared. Prometo foto.



martes, 16 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 96

Maté un perro y me llaman mataperros, dice el refrán. Es lo primero que se me ha venido a la cabeza al conocer la noticia de la concesión del Premio Princesa de Asturias de los Deportes a Carlos Sainz

El currriculum del piloto madriñeño abruma. Dos mundiales de rally -que debieron ser alguno más- a bordo del mítico Toyota Celica, con algún guiño a la historia, como fue inscribir su nombre como primer piloto no nórdico que gana el 1000 Lagos.

Ya retirado del Mundial, buscó nuevos retos en otro clásico del calendario, el Dakar. Debutó en 2006 y cuatro años más tarde, en 2010, se anotaba su primera victoria a los mandos de un Volkswagen Touareg. La medida de su grandeza llegó después, cuando repitió con dos marcas distintas, primero Peugeot (2018) y este mismo año con Mini. 

Pues con todo, aún hay gente que le hablas de Carlos Sainz y sólo se acuerdan del famoso episodio del Rally de Gran Bretaña de 1998, cuando a falta de 500 metros para la meta y con el título prácticamente en el bolsillo, su Toyota Corolla dijo basta, para desesperación de su copiloto Luis Moya. Allí nació el clásico "trata de arrancarlo, por Dios" y la fama de gafe de Sainz. El argumento se desmonta sólo, basta con atender a su historial, pero algunos son partidarios de que la realidad no les estropee su película.

Así que yo me alegro mucho de la concesión de este premio, que es la guinda perfecta a una carrera que para sí la quisieran muchos. Por los títulos y por el poso de señorío que ha dejado por donde pasó. Será un placer recibirle en Oviedo.

lunes, 15 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 95

Ayer hablamos de fondos de río y de objetos curiosos que allí aparecen como metáfora. Y oye, ni aposta, cojo el periódico de hoy y -como de costumbre- la realidad supera a la ficción. 

Resulta que un pescador gallego andaba en las andanzas propias de su condición y en lugar de enganchar una buena trucha lo que encontró fue una virgen gótica de piedra, según los expertos nada menos que del siglo XIV. 

Cómo ha llegado hasta ahí es una buena pregunta, toda vez que son 150 kilos de granito, no te lo llevas a cuestas así como así. Parece ser que podría tratarse de una talla que desapareció hace bastante años en la Fonte da Virxe, un emplazamiento cercano al lugar del descubrimiento. Así que los vecinos de esa zona de Santiago de Compostela están, muy probablemente, de enhorabuena.

Este es un tema que da mucho juego. Cada cierto tiempo nos llegan memes al respecto y si hacéis una búsqueda en Google hay material para partirse de risa. Probad a teclear "¿Cómo ha llegado eso hasta aquí?" y me decís. 

Claro que también lo podemos tomar por el lado triste. A pesar de mi insultante juventud, yo me acuerdo de que El País una vez fue un periódico serio, con más influencia que muchos políticos. Un editorial suyo era capaz de provocar dimisiones. Ahora no es ni sombra de lo que fue, o al menos esa impresión tengo yo. 

Hoy es noticia por un nuevo relevo en la dirección. Después de dos años al frente, Soledad Gallego-Díaz da paso a Javier Moreno, que vuelve a ocupar el puesto que ya ejerciera entre 2006 y 2014.

Y la pregunta, evidentemente, es ¿cómo ha llegado El País hasta aquí?

domingo, 14 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 94

Antes que nada, tengo que daros las gracias por la espectacular respuesta al diario de ayer. Después de leer todos los comentarios y los mensajes privados que suscitó me queda la sensación del deber cumplido. Como se dice ahora, se tenía que decir y se dijo.

Y claro, ahora viene lo malo, a ver de qué hablas hoy cuando has dejado el listón donde quedó ayer. Llevo dándole vueltas a eso desde que me levanté, a ver que cuento yo ahora que no parezca una frivolidad. Porque tenía el tema de la vuelta del fútbol pero no me vas a comparar, aunque haya ganado el Madrid. Pero mira tú por dónde, mientras leía el periódico esta mañana desayunando encontré la salida al laberinto, la forma de hilar con el gran homenaje al amor que dejamos en el aire ayer.

La verdad es que estábamos avisados. Si todo esto empezó en China y allí ya ocurrió, era cuestión de tiempo que llegara también a nuestros lares el virus del divorcio. Y es que el amor en los tiempos del coronavirus parece que también ha sufrido una pandemia. El dato no ofrece dudas: entre los meses de marzo y abril, coincidiendo con el confinamiento, aumentaron las solicitudes de divorcio un 41%. Que digo yo que esto va a ser como las vacaciones, que parece que también son una época propicia para las rupturas. Pero no busquemos culpables donde no los hay, en estas situaciones la cosa tiene que venir ya torcida de atrás y el aumento de horas de convivencia es, simplemente, el detonante. 

Es algo así como los ríos. Durante el invierno el agua todo lo tapa. En el fondo hay una rueda vieja, una lavadora oxidada y una bicicleta desguazada pero el caudal de agua no deja verlos y el río fluye, aparentemente sin problemas y formando una estampa bonita. Eso sería la relación de pareja rutinaria, cada uno en su trabajo, apenas se ven y bueno, van tirando. Pero llega el verano -llámalo vacaciones o confinamiento- y la cosa cambia. El caudal disminuye hasta casi secarse y de repente aflora todo lo feo que estaba en el fondo. Y el que termina por ir a recoger los trastos viejos se llama abogado. 

Lo digo convencido, porque lo vivido en mi caso y en el de más gente que así lo ha expresado, ha sido al contrario. El confinamiento ha servido para disfrutar de un tiempo en familia del que nos disponíamos y para constatar que, de momento y toco madera, en el fondo del río no hay más que piedras y pececillos.

Que es lo suyo.


sábado, 13 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 93



Hoy hace cincuenta años que se casaron mis padres. Y ya me puedo esmerar, porque lo único que va a consolar a mi madre de la pena de no poder celebrar las Bodas de Oro junto al hombre de su vida es que me salgan unas letras a la altura de la efeméride. Así que vamos allá.

Había imaginado este día de muchas maneras. Al principio -cuando no contábamos con que el destino nos la iba a jugar y se iba a llevar a mi padre tan pronto- como una gran fiesta, al estilo de la que celebramos hace veinticinco años. Luego nos tuvimos que acostumbrar a que ya nada sería igual sin él.

Y aún así, yo estaba empeñado en que hoy montáramos algo gordo, que es lo que a él le hubiera gustado. Pero tuvo que llegar el puto virus a amargarnos la vida y tampoco va a poder ser. Ahora comprenderéis mejor porque en varias ocasiones he dejado aquí escrito que me corría más prisa poder ver a los míos que tomar una sidra.

En la vida hay que tener suerte. Es cierto que una parte de la ecuación consiste en que la busques tú mismo pero hay otra que no eliges y ahí es donde influye el capricho del azar. Mis hermanos y yo no podemos tener queja. Habrá más como ellos, seguro. De hecho, yo conozco a algunos. Pero si nos piden que pongamos un ejemplo de pareja no necesitamos buscar fuera de casa, mis padres son el modelo perfecto.

Cuando te planteas construir una familia hay algo que resulta imprescindible. Igual que los ladrillos de un edificio no son sino frágil equilibrio sin la argamasa que los une, una familia sin amor puede durar, sí, pero tarde o temprano termina por desmoronarse. Y de amor, estos dos iban sobrados, eso hemos tenido ocasión de comprobarlo muchas veces. Incluso cuando discutían, que naturalmente lo hacían. Pero por fuerte que fuera la bronca siempre ganaba la partida el amor.

No hay más secreto. Porque el amor no es solo atracción física, ni cariño. Es también saber perdonar, saber comprender, saber morderte la lengua a veces, saber aceptar, en definitiva, los defectos del otro. Como el otro acepta los tuyos.

Luego vienen las cosas menos importantes. Necesarias, de acuerdo, pero no imprescindibles. Me refiero a los ingresos o a la posición social. Y aquí ya puedo hablar por experiencia propia. Cuando vienen mal dadas, puedes vivir con menos dinero, es cuestión de amoldarse. Pero si falta lo fundamental, entonces hay que tararear la canción de El Último de la Fila: cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana.

En el caso de mis padres es evidente. Cuando murió mi padre, su situación económica era la mejor de su vida. Cinco hijos ya fuera de casa, en la cumbre de su carrera profesional, la situación ideal, menos gastos y más ingresos. Pero no creo que fueran más felices que en otras circunstancias. Al menos ese es mi recuerdo, la felicidad en mi casa nunca estuvo ligada a cosas materiales.

Yo he visto a mi madre echar muchas cuentas, acostarse de madrugada cosiéndonos ropa a toda la familia para ahorrar y a pesar de todo, muchas veces llegar a fin de mes con lo puesto. Y todo ello sin escatimar nunca un duro en nuestra educación -la mejor herencia que nos podrían dejar- y sin que nunca sintiéramos que nos faltaba nada, cuando nos comparábamos con otros que -aparentemente- lo tenían todo. Pero era justo al contrario, muchos de esos se hubieran cambiado por nosotros si hubiesen sabido que de nada sirve tener quince juguetes si no tienes con quien jugar.

Yo he visto a mi padre muchos años pegarse una paliza de kilómetros cada viernes para llegar a casa y estar con los suyos. Y el domingo por la tarde, vuelta a empezar. Otros preferían la “libertad” de estar fuera de casa, sin mujer y sin hijos, y quedarse allí donde estaban. Él no. Así que, cuando sonaba la llave en la puerta, eso también era felicidad. Y eso no se compra, se tiene un padre así o no se tiene.

Así que nos encontramos en la situación que muchas veces recuerda mi madre: cuando más dinero podían manejar resultó que lo que necesitábamos tampoco se podía comprar. Y mi padre, después de trabajar como un burro toda su vida, se quedó con las ganas de ejercer de jubilado cuando lo tenía todo, tiempo y dinero, pero le faltó lo esencial, la salud.

Muchas veces le he dado vueltas a esa aparente incongruencia del destino. Y como no llego a ninguna conclusión, al final recurro como siempre a la reflexión con cierto poso teológico que hacía mi padre: las cosas pasan por algo. Tenía otra muy célebre y muy cierta, que fue la que le grabamos en su tumba: los buenos momentos hay que buscarlos, los malos vienen solos. Que razón tenías, Ramón.

Así que aunque sea fuera de fecha, aunque nos cueste las lágrimas, aunque tengamos que ir con mascarilla, con peineta o con guantes de boxeo, buscaremos el momento y como hay Dios que lo vamos a celebrar. Tu mujer, tus cinco hijos, tus tres nueras y tus nueve nietos.

De momento, hoy lanzo una felicitación al cielo y me guardo uno más en la mochila de los besos pendientes para cuando nos dejen movernos y podamos ir a Salamanca.

¡Felicidades, pareja🥰

viernes, 12 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 92

Ayer finalicé un reto que se ha hecho habitual en Facebook. Un amigo te invita y durante diez días debes publicar las portadas de otros tantos álbumes que te hayan influido, sin más comentarios, únicamente la imagen. Como soy un chico obediente, cumplí escrupulosamente con las normas pero me quedé con muchas ganas de añadir algunas notas al margen. Así que voy a aprovechar este espacio -aquí las reglas las pongo yo- y dar rienda suelta a lo que me quedó en el tintero. Vamos allá.

Mi primera elección fue A por ellos que son pocos y cobardes, de Loquillo y Trogloditas. Me hubiese valido cualquier disco del Loco así que opté por este, que reúne varias de sus mejores canciones. Por eso y porque es en directo, faceta en la que los he disfrutado varias veces y son de lo mejorcito.

Por idénticas razones, El directo de Radio Futura. Cada vez que lo escucho, me transporto a casa de mi colega Felipe Hernández Zaballos, donde machacamos el CD una y otra vez mientras estudiábamos.

Varios años antes, en las noches en el pub  Zeus de Vitigudino descubría a un grupo alemán Propaganda. Noche tras noche de verano, el soniquete de su canción P-Machinery nos acompañaba. Igual se acuerda mi amigo Andrés de la Puente.

Como soy de gustos heterodoxos, no podía faltar una pincelada de flamenco. Y nuevamente se me hacía difícil escoger un disco de, cómo no, Camarón. Así que me decanté por Potro de rabia y miel, su último trabajo de estudio antes de morir.

También me costó decidirme por un único disco de Carlos Cano. El elegido fue Cuaderno de Coplas, aunque solo sea por esa maravilla de Habaneras de Cádiz.

De nuevo de vuelta a mis años de instituto, Azul y Negro, un grupo que tuvo unos años de grandes éxitos asociados a sintonías de la Vuelta Ciclista a España. Elijo, sin embargo, Suspense, un disco que no entra en esa categoría pero que a mí me encanta.

Recuerdo como si fuera hoy aquel viaje. De Vitigudino a Punta Umbría me lo pasé con los cascos en la oreja escuchando en bucle en mi radiocasette con pilas la cinta de Bandido, el disco que consagró a Miguel Bosé. Después me terminé de hacer fan gracias a mi querida Mariola Rodríguez, que me prestó varios discos más.
 
Han sido, son y serán mi grupo español. E Insurreción ha sido, es y será mi canción. Así que a la hora de nombrar un álbum de El Último de la Fila, no podía ser otro que Enemigos de lo ajeno. Debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad.

Tenía claro que algo de guitarra flamenca tenía que haber en mi lista. La tentación era echar mano de Paco de Lucía, una apuesta segura. Sin embargo, me decanté por Manolo Sanlúcar y su Tauromagia, así mataba dos pájaros de un tiro. Es una delicia escucharlo y recorrer la vida de un toro desde que lo pare la vaca en el campo (Nacencia, primer tema del álbum) hasta que entrega su vida en la plaza para gloria del torero (Puerta del Príncipe). Las notas de la guitarra evocan a la perfección cada uno de esos momentos. Si no eres aficionado a los toros, te gustará la melodía. Si lo eres, la disfrutarás y le sacarás todos los matices.

Si El Último es mi grupo español, Dire Straits son mi favorito de fuera de nuestras fronteras. Los descubrí en el instituto, donde un compañero me prestó la doble cinta del Alchemy y ya me conquistaron para los restos. Puedo escuchar Sultans of Swing una y cien veces y no me canso. Y eso sí, me queda la espinita de verlos en directo.

Quedaron muchos grupos en el tintero. Hubiese puesto con gusto a La Unión, Los Secretos, Miguel Poveda, Alaska y Dinarama, Mecano, Ilegales, Malevaje, Siniestro Total, Ketama, Rosendo, María Dolores Pradera, Gabinete Caligari, Spandau Ballet,, The Cure, Queen, Tina Turner, Scorpions, Michael Jackson, The Smiths o Madonna. ¡Y Camela!

Lo dicho, que soy como los antibióticos, de amplio espectro. O como me gusta decir, que si Dios hubiera sido justo, con el repertorio que tengo en la cabeza me hubiese alumbrado con otros dones. 

Que yo podría ser cantante, si no fuera por la voz.

jueves, 11 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 91

La Cofradía de los Ofendiditos se está viniendo arriba. Y lo peor es que no parecen tener techo para sus cuitas morales y amenazan con extender su manual de la corrección política a todos los ámbitos sociales. En el mural de los caídos víctima de sus remilgos están esculpidas letras de canciones, libros y ahora les ha tocado a Vivian Leigh y Clark Gable, pobrecicos míos.

La verdad, no es de mis favoritas. Siempre me ha parecido un poco peñazo y creo que solamente una vez he sido capaz de verla completa. Pero lo han conseguido, si me preguntas ahora mismo qué película me apetece para el sábado por la tarde, lo tengo clarísimo. Ni Jungla de Cristal, ni Casablanca, ni Toy Story. El cuerpo me pide Lo que el viento se llevó y los extras del director, sin anestesia.

Ocurre que reivindicaciones muy respetables consiguen el efecto contrario al que buscan cuando se tensa tanto la cuerda. Se traspasa la delgada línea que separa la vehemencia de la caricatura y ya no hay freno: cabreo permanente, por todo y con todo. Y un efecto secundario demoledor. Hace unos días, en un documental sobre la figura de Miguel Gila emitido en la 2, lo explicaba Javier Cansado: "Lo políticamente correcto, a medio plazo, acabará con el humor".

Quizás es tiempo de una contrarrevolución cultural que ponga las cosas en su sitio. Porque entre el ceño fruncido y la carcajada, no hay color. Y porque, como decía el gran Santiago Amón que estás en los cielos, a este paso en España -en el mundo en general- no cabe un tonto más.

miércoles, 10 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 90

Hoy una nueva experiencia en la vuelta a la normalidad: pasar la revisión anual del coche. Le tocaba a primeros de mayo pero por obra y gracia del estado de alarma, se ha retrasado hasta que el concesionario se puso en marcha y me dio cita. 

Habitualmente es un trámite rápido, si llegas puntual la cosa transcurre de modo que no vale la pena marcharse, pues entre que vas y vienes, te llega la hora de recogerlo. Pero las circunstancias mandan y al llegar a la hora que me habían citado, me encuentro el acceso al taller cerrado. Ay, madre. Que no cunda el pánico. Como preguntando se llega a Roma, enseguida me aclararon el entuerto.

Resulta que hay tres concesionarios seguidos, de distintas marcas pero del mismo dueño, así que han unificado las operaciones mecánicas en el del centro, porque no tienen a todo el personal trabajando. Imaginaos el  atasco. Entre los protocolos de limpieza y la lentitud del artista encargado de recepcionar los vehículos -nada que ver con la eficacia del de mi taller habitual- terminé haciendo pandilla con la chica que iba delante de mí. Que a punto estuvo de saltarle al cuello a nuestro amigo de recepción porque corría el reloj y él, entretenido con un matrimonio que llegó sin cita y quería que le revisaran alguna cosa del coche. 

Hombre, lo normal en estos casos es que te pongas a la cola, pasen los que tienen cita y a ti te atiendan cuando quede libre el mostrador. Pero se conoce que no, que hay gente que opera con otras normas. Así que ahí nos tenéis, a los de la cita previa esperando y los Roper encerrados en el despacho con Billy el Rápido. Y lo más gordo de la historia es que, al final, se fueron por donde habían venido porque, evidentemente, no había huecos libres. Así es que casi una hora más tarde de lo que tenía previsto conseguí dejar el coche. Y claro, olvídate de la rapidez de otras veces, ármate de paciencia y vuelve por la tarde a recogerlo. 

Lo siguiente que tengo pendiente es renovar el carnet de conducir y ya me han dicho que tengo que pedir hora. Y no sé qué me da más pánico, si repetir la experiencia de hoy o pensar en cómo voy a salir en la foto, que ahora te la hacen ellos sobre la marcha con la webcam, que me lo ha dicho mi mujer, que lo renovó hace poco.

Que hay que joderse, con lo guapa que es y si miras su carnet de conducir parece que estoy casado con la jefa de un clan de la droga y la foto la han sacado del cartel de los más buscados.

martes, 9 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 89

Los dos tenían la misma edad, 53 años. Y con su muerte, los dos han concitado una catarata de afectos que rebobinando, nos lleva a concluir que eran grandes personas. Que al fin y al cabo, yo creo que es lo más importante que uno puede dejar en esta vida, que de tu biografía, por encima de títulos y logros, el titular lo protagonice la bonhomía.

Francisco Ruiz Antón era el menos conocido de los dos. Fuera de los círculos periodísticos, no creo que mucha gente le pusiera cara. Pero en la profesión sí ha dejado huella su marcha. En su curriculum abundan los éxitos en medios españoles,  que culminó alcanzando la dirección de Políticas Públicas para España y Portugal en Google. Pero si algo destacan los que le conocieron de cerca es que estamos ante un hombre bueno, en el sentido más amplio de la palabra.

A Pau Donés, en cambio, poca gente no le reconocería por la calle. Su legado lo forman un puñado de canciones, algunas de las cuales tienen esa cualidad de universalidad: le nombras a alguien las primeras estrofas e inmediatamente te completa el estribillo. Pero aportaciones artísticas al margen, lo que también va a quedar de él es el ejemplo en su lucha contra la enfermedad que, finalmente, le ha ganado el pulso. 

Hoy las redes sociales han sido un inmenso y precioso homenaje a quien ha cumplido el deseo que yo expresaba al principio. Pero como siempre tiene que haber una excepción, no ha faltado el eructo de la nacionalista con lacito amarillo de turno. Mira que nadie le había pedido su opinión pero no lo pudo evitarlo y nos obsequió con una deposición intelectual en forma de tweet: Nunca cantó en catalán, lo siento pero no es de los míos.

Cada uno recoge lo que siembra, Francisco y Pau ya lo han comprobado. A la elementa esta le deseo muchos años de vida. Así tendrá oportunidad de sufrir un rapto de lucidez  y lo mismo consigue mejorar su cosecha. 

Porque a día de hoy, la cosa huele a podrido.

lunes, 8 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 88

Pasan los días, abren los bares, las peluquerías, las tiendas de ropa y está muy bien recuperar poco a poco la normalidad. Aunque hay órdenes que chocan con el sentido común, todos las hemos asumido y puesto en práctica, como no podía ser de otra manera. Pero hay cosas que chirrían especialmente.

Me ha llegado hoy -no recuerdo si por whatsapp o lo he visto en alguna red- una viñeta en la que un señor solicita reservar todas las mesas de una terraza y cuando la camarera le pregunta para qué celebración sería, se identifica como un profesor que quiere dar una clase, porque es el único sitio donde les permiten reunirse. Yo no sé si es que los responsables del tema educativo no tienen hijos, o al menos no en edad escolar. Pero la impresión que da -y espero sinceramente que sea eso, una impresión equivocada- es que la educación no corre prisa.

Y qué queréis que os diga, en mi orden de prioridades, mucho antes que tomar una sidra está la selectividad a la que se debería enfrentar mi hija mayor en unas semanas. O el inicio de curso de sus hermanos, una en la ESO, el otro en Primaria. Y a estas alturas, nada sabemos. Que no quiere decir que no se esté haciendo, insisto en que nada me gustaría más que envainármela, pero al menos en lo que se refiere a la comunicación, también en esto hacen aguas los políticos al frente del asunto.

Porque me entran sudores fríos solo de pensar en un septiembre al ritmo de la yenka gubernamental que tantas alegrías nos ha dado desde marzo.

domingo, 7 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 87

Una de las canciones más bellas de Sabina -y tiene unas cuantas- principia declarándose extraño como un pato en el Manzanares. Si el bueno de Joaquín reescribiera hoy esa letra podría lucirse en la analogía cambiando de animal y de río. Cuando he leído la noticia -la Guardia Civil busca un cocodrilo en la provincia de Valladolid- no he podido evitar acordarme de esa canción e imaginarme esa voz grave entonando extraño como un cocodrilo en el Duero.

Y es que hay cosas que parecen difíciles de creer. Que aparezca un cocodrilo del Nilo -que es la especie que se busca, según la identificación de un biólogo- a más de 3.000 kilómetros de su hábitat natural solo puede obedecer a que el bicho fuera la mascota de algún friki vallisoletano. Hay gente pa to pero no es el único ejemplo de rareza al que hemos asistido hoy.

Más extraño aún que lo del cocodrilo es encontrar coherencia en ciertas cabezas de la izquierda. Manifestarse en coches hace unos días era una irresponsabilidad que traería rebrotes de contagio. En cambio, acudir hoy en masa, unos al lado de otros, a la puerta de la embajada de Estados Unidos es un ejercicio de libertad, coherencia y valores. Tócatelos.

Y lo que debería ser lo normal, lo que a otros que le han precedido en el cargo les costó gruesos calificativos, sería que el presidente del Gobierno respondiera a una pregunta de esas que le filtra el comisario Oliver en sus interminables homilías monclovitas. Pero que si quieres arroz, Catalina, de dónde vienes, naranjas traigo y como molo, chavales.

No desesperemos. También parecía imposible lo del cocodrilo y ahí lo tenéis. Como remonte el río y llegue a las Cortes de Castilla y León, ya me veo un remake de la escena de Peter Pan con Mañueco e Igea haciendo de Capitán Garfio y Señor Smith.

sábado, 6 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 86

Está siendo un junio raro, meteorológicamente hablando. Ha bajado la temperatura hasta el punto de volver a sacar los jerseys que ya habíamos desterrado a la balda de arriba del armario. Así que esta mañana me apetecía salir a buscar el pan entre nada y menos, por lo que opté por recuperar una vieja receta y hacerlo yo mismo en casa.

El resultado, perfecto. Menuda diferencia, de comer pan que sabe a pan a meter en la boca esas masas precocidas que nos han invadido. Que habrá gente a la que le sirvan esas baguetes de gasolinera pero a los que somos paneros nos puede una buena hogaza.

Yo podría estar comiendo pan de la mañana a la noche. Pero de ese que decimos, del que cruje la corteza y la miga te deja seco el plato cuando lo untas en una buena salsa. Hoy en día es complicado encontrarlo pero hubo un tiempo donde era lo más normal del mundo.

Recuerdo un pan espectacular que comprábamos cuando regresábamos de Barco de Ávila, el pueblo de mi madre. Era parada obligada en Muñogalindo, ya cerca de la capital y el olor inundaba el coche hasta llegar a nuestro destino. O el pan de el Cuco en Vitigudino, que tantos años disfrutamos a diario y afortunadamente, allí sigue cuando volvemos. 

Ya más recientemente, un pan para disfrutar en Salamanca es el de La Tahona, al inicio de la calle Azafranal. Y también recuerdo con mucho agrado la colección de panes que nos ponen en el restaurante En la Parra, que hacen que la experiencia de comer allí sea aún más placentera. 

Lo que me recuerda que tengo unas ganas locas de pisar esa tierra. ¡Ya queda menos!  


viernes, 5 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 85

Recordaréis los fieles lectores de este diario que, ante la imposibilidad de contar con los servicios del peluquero, tiramos de habilidad casera y recurrimos a la máquina cortapelos. Así que hemos podido demorar lo inevitable. Pero finalmente,  en este videojuego de la vuelta a la normalidad hoy nos pasamos otra pantalla: la de la peluquería.

La experiencia no ha sido tan chocante como la del dentista. De hecho, nada fuera de lo habitual salvo la limpieza del sillón entre cliente y cliente y la esterilización de todo el material antes de volver a usarlo. Que a mí me parece una medida muy pertinente incluso si no formara parte del protocolo actual. Por lo demás, la sempiterna mascarilla tanto cliente como profesional, éste además con guantes y tira millas y dale a la tijera.

El único momento delicado llega cuando hay que arreglar las patillas. Ahí quería yo ver al artista, a ver como libraba la goma y hacía el apaño. Pero oye, el tío ha desarrollado una habilidad que es para verlo, con un dedo la retira pero la sigue sujetando para evitar que caiga la mascarilla y mientras con la otra mano hace la filigrana.

El gremio de peluqueros tiene fama, como el de los taxistas, de dar conversación. El mío no es una excepción y como a mí -ya me conocéis- no me gusta hablar, pues me ha puesto al día. El tema han sido los alquileres de la zona y las distintas sensibilidades de los propietarios ante las circunstancias actuales. El suyo ha sido de los que merecen un aplauso y le ha perdonado la renta de los casi dos meses que ha estado obligado a cerrar. Parece de sentido común que si tu inquilino no factura no te va a poder pagar y si le aprietas para que apoquine de todas formas, puede que lo ahogues. Y cuando pueda volver a abrir, lo mismo te encuentras con el cartel de Se traspasa en la puerta. 

Pues esto, que es de sentido común, no está tan extendido como parece. Hemos repasado la cantidad de locales vacíos que hay en el barrio porque los dueños no se avienen a bajar precios y claro, las cosas no están para tirar cohetes precisamente. Cuando siempre será mejor que el local esté ocupado -te lo cuidan, te lo mantienen y por mal que se dé, sacas para los gastos- a tenerlo muerto del asco.

Igual se me escapa algo y si eres dueño de veinte locales lo ves de otra forma. Pero desde mi punto de vista de pringado asalariado no lo pillo.


jueves, 4 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 84

Continuando con la vuelta a la normalidad, hoy nos tocaba visita al dentista para la revisión de la ortodoncia de Aroa. Ya nos habían advertido cuando nos llamaron para darnos cita de las medidas de seguridad, así que ibamos preparados. Pero una cosa es la teoría por teléfono y otra la práctica in situ. 

Por supuesto, la mascarilla puesta desde casa, ya decíamos días atrás que es un complemento plenamente integrado en nuestras vidas. A la entrada de la clínica, otro compañero ya habitual en nuestras salidas, el bote de gel para las manos. Pero además, primera novedad, hay que colocarse unas calzas desechables en los zapatos. A continuación, toma de temperatura en la frente con un termómetro digital. Naturalmente, pasamos la prueba sin problemas y a la sala de espera. 

Hasta ahora entrabas y te sentabas donde querías o podías. Ahora te indican el sitio, por aquello de mantener las distancias. La sala de espera se ha convertido en un lugar frío: donde antes había una pila de revistas para leer, ahora unos tristes carteles donde se advierte de su retirada para evitar contagios son los únicos inquilinos de unas vacías estanterías.

Y la última señal de los nuevos tiempos es la ropa del personal de la clínica. Las batas de colores han dado paso a unos buzos blancos y pantallas faciales, que te dan la sensación de estar en mitad de la central de Chernobyl cuando la movida de 1986. Que si lo piensas, hay bocas que pareciera que les ha estallado un reactor nuclear entre las muelas. De hecho, hay escapes radioactivos menos agresivos que algunos alientos. Toda mi admiración para esos dentistas, héroes anónimos que se atreven a entrar en esas zonas catastróficas.

Así que tampoco van muy desencaminados con la indumentaria.  



miércoles, 3 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 83

La vida te da sorpresas, que canta Rubén Blades. Y con ese soniquete en la cabeza llevo todo el día, ahora veréis por qué.

Ayer os contaba la irrupción en nuestras vidas de Didi, Nija y Miki, tres pececillos que se convirtieron en el regalo de cumpleaños atrasado de Aroa. Lo esperable era que fuese ella la más emocionada con los nuevos inquilinos, dada su afición por los animales y las ganas que tenía de tener una mascota. O quizás que lo fuese su hermano pequeño, por la cosa de la edad y la novedad. 

Pero lo que nunca, nunca hubiéramos esperado es lo que ha sucedido. La que no soporta un bicho cerca, la que sería feliz si el campo estuviera asfaltado, la que pagaría si quitasen el césped de las piscinas para evitarse hormigas correteando por los pies, la que es capaz de batir el récord del mundo de los 100 metros lisos si se le acerca un perro, esa misma, mi hija mayor, es la más entusiasmada con el trío acuático.

Les habla constantemente, les lanza piropos, estudia sus movimientos, revisa cada dos por tres la pecera, y ya lo que me quedaba por ver: ¡les ha creado un perfil en Instagram! (*) Si me pinchan no sangro, a punto de cumplir la mayoría de edad, con ese historial de urbanita reñida con la naturaleza y tendríais que verla.

Sorpresas te da la vida, ay Dios


(*) El usuario, por si os queréis reír un rato, es @aqualferez

martes, 2 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 82

Hace unos días os hablaba de la Feria de la Ascensión que se celebra en Oviedo. Hoy ha tocado continuar la festividad del llamado Martes de Campo, que coincide con el primer martes después de Pentecostés. Los orígenes de la fiesta se sitúan nada menos que en 1232, cuando una rica dama de la sociedad ovetense, Velasquita Giráldez, donó sus bienes a la cofradía de sastres de la ciudad. 

En época más reciente se creó la Sociedad Protectora de la Balesquida, que así se llama también a la fiesta, encargada de organizar los actos, entre los que destaca la entrega del bollo (relleno de chorizo) y una botella de vino a los cofrades. La costumbre -que a mí me recuerda en cierto modo al Lunes de Aguas salmantino y su hornazo- es comer el bollo en el campo con amigos y familiares.

El caso es que a nosotros lo del bollo no nos va mucho y solemos aprovechar el día de fiesta para hacer alguna excursión. La que más repetimos es a Avilés, porque allí vivimos de recién casados casi dos años y ya sabéis que el criminal siempre vuelve al lugar del crimen. Comimos, aprovechamos para hacer compras y apuramos hasta bien entrada la tarde a pasear por esas calles que conocemos bien.

Pero hoy hubo sorpresa. Aroa mataría por tener en casa un perro, un gato, un conejo, en fin, cualquier bicho viviente. Y por más que lo ha intentado no nos convence ni a su madre ni a mí. Así que mientras comíamos surgió la conversación, porque teníamos pendiente su regalo de cumpleaños, que recordaréis que nos pilló confinados. Y como en la vida hay que saber ceder, llegamos a un trato. 

Perro no, porque su hermana mayor les tiene pánico y aparte, ya sé yo a quien le iba a tocar sacarlo. Gato tampoco, que bastante tenemos ya en casa como para preocuparnos de otro "hijo" más. El resto de especies -roedores, reptiles- directamente descartados. Ahora, una pecera pequeña, que no da olores, ni ruidos, sería negociable. Y la pobre, más buena no puede ser, se ha puesto tan contenta y ya no veía el momento de ir a la tienda.

Y claro, un pez solo no, angelico mío todo el día dando vueltas a él solo. Así que ampliamos a dos, que David dijo que él se encargaba. Y ya metidos en harina, Leire decidió que ella también se apuntaba y quería otro. Resumiendo, que salimos cinco de casa y hemos vuelto ocho. Y ahora tengo una pecera en el salón que no me hace mucha gracia, la verdad. 

Pero vale la pena sólo por ver sus caras de ilusión. Y la de los niños, también.  


lunes, 1 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 81

Estrenamos mes pero hay que cosas que no cambian. A cada follón gubernamental le sigue otro que tapa el anterior. Y así, de oca en oca, y no dimito porque no toca, la colección va en aumento. Podría ponerme a sacar punta al tema de hoy pero mira, paso. Ya hay bastantes sitios donde podéis encontrar los detalles y prefiero que esto sea un espacio de distensión y cambio de aires respecto al ambiente, cada día más enrarecido, que nos rodea.

Así que os cuento que sigo enganchado a los documentales. Hoy le tocó a uno relacionado con el ciclismo. Se emite en Movistar y Netflix y cuenta los entresijos del equipo del mismo nombre, Movistar, a lo largo de las tres grandes pruebas del calendario ciclista: Giro, Tour y Vuelta. Una maravilla si sois aficionados a este deporte.

Yo lo he sido desde pequeño. Entre mis juegos favoritos estaba uno que requería un laborioso proceso. Lo primero era entrar en los bares del barrio y recoger chapas del suelo. Había que seleccionar las que estuvieran menos dobladas porque luego deslizaban mucho mejor. Después había que escribir en un papel el nombre del ciclista y pintar los colores de su maillot, recortarlo y pegarlo dentro de la chapa. Y a jugar. La memoria me lleva a sintonías de Azul y Negro y Tino Casal y a nombres como Bernard Hinault, Alberto Fernández, Vicente Belda, Reimund Diezten, Marino Lejarreta o José Luis Laguía y equipos como el Zor, Kelme, Teka, Renault o Reynolds.

La afición siguió y pude darle rienda suelta en mi época de periodista deportivo. Recuerdo la emoción que supuso poder seguir una contrarreloj desde dentro de un coche de equipo, gracias a la gentileza de Jose Luis Jaimerena, por entonces director del equipo sub-23 del Banesto. O entrevistar a Abraham Olano recién ganado el Mundial. O a Dori Ruano la misma noche que fue plata en el Mundial de Perth. O hablar cada noche durante todo un Tour con Santi Blanco o en la Vuelta con Lale Cubino para hacer su "diario" en el periódico.

Pero la mayor frikada en aquella época fue montarme en un autobús con la Peña Eladio Jiménez (un cliclista de Ciudad Rodrigo). Viajamos toda la noche de Salamanca a San Sebastián y allí nos soltaron cuando amanecía para ver el Mundial Sub-23 de Ciclismo de 1997. El autobús aparcó en las afueras, porque ya estaba montado el circuito y me lo hice entero a pie para no perderme un detalle del ambiente de meta. Huelga aclarar que el viaje de vuelta caí rendido y no desperté hasta llegar a casa. Por cierto, ganó un noruego e hizo plata un tal Oscar Freire, que luego ganó tres oros en la categoría absoluta.

El año pasado añadí otra experiencia que ya pensaba que nunca iba a ser capaz de vivir. Tuve ocasión de seguir una etapa de la Vuelta desde el principio hasta el final. Primero, acompañado por un mito del ciclismo como Francis Lafargue, recorrer los cuarteles generales de varios equipos recibiendo una clase magistral de materiales y su evolución. Después, subir en helicóptero durante casi media hora y seguir el resto de la etapa en un coche de la organización con otro crack de mi adolescencia haciendo de chófer, Juan Martínez Oliver. Inolvidable. 

Echaréis de menos una referencia a los años dorados de Perico, Indurain, Contador y más recientemente, Valverde. Pero es que -creo que se me nota- si me pongo a hablar de este tema me puede la pasión y no paro.

Y una cosa es distraernos de las fechorías monclovitas y otra que os tenga toda la noche entretenidos hasta que mañana nos salgan con la penúltima. Así que ¡a dormir!