miércoles, 1 de julio de 2020

Setenta y dos horas, dieciocho años y una vajilla de porcelana

Mira que tiene días el año. Pues en mi casa alguien decidió que en setenta y dos horas se concentraran un montón de cosas. El lunes se cumplió el undécimo aniversario de la muerte de mi padre, ayer la primogénita alcanzó la mayoría de edad y hoy su madre y yo, como en el tango de Gardel, celebramos que veinte años no es nada.

Lo de mi padre ya lo hablamos el lunes. El cumpleaños de Leire hay que añadirlo a la lista de celebraciones atípicas que nos han tocado en los últimos meses. Aunque ya estamos en una relativa normalidad, le ha ido a pillar en plena Selectividad -yo es que soy del plan antiguo, lo de EBAU no me convence- y tampoco ha sido lo que hubiéramos esperado. Aunque tiempo habrá de recuperarlo y celebrarlo todo junto.

Y la pareja, aquí estamos, veinte años después de aquella tarde-noche salmantina que arrancó en la Catedral Vieja y terminó en el Casino. En la completa nomenclatura que existe, este año nos tocan las bodas de porcelana. No confundir con las de cerámica, que esas son a los nueve años. Y está bien traído, que la porcelana es un material mucho más fino pero a la vez más resistente. El paso de los años fortalece y afina la relación, así que el que lo definió sabía de lo que hablaba.

Yo no sé qué pieza sería. Igual lo que más me siento es salsera, intentando aliñar el dia a día. Olga muchas veces ejerce de plato del pan, donde se recogen las migas que se nos caen a los demás con nuestras historias. Otras de plato hondo, aunque luego llego yo, me paso sirviendo y se me sale la sopa por los lados. Pero a pesar de mi torpeza, no cambiaría de vajilla ni loco.

A por los 21, morena mía.




lunes, 29 de junio de 2020

Dos hombres buenos

Todos los años el mismo rito. A medida que se acerca el día de hoy, Facebook me va recordando publicaciones antiguas. Así que, aunque no quisiera, es como si cada 12 meses me pusieran la misma película. Y aunque la he visto ya muchas veces, me ocurre como con Casablanca: te sabes el final de memoria pero en el fondo aún esperas que alguna vez cambie y Rick se monte en el avión con Ilsa.

En mi caso, el guión es terco. A primeros de mes se anunciaba la operación; unos días más tarde, la salida de la UVI y finalmente, el alta y el regreso a casa. Ninguno podíamos imaginar el desenlace pero lo cierto es que, tal día como hoy, el destino nos sacudió un bofetón que nos dejó K.O. De golpe y porrazo, a mi madre le cambió el estado civil, mis hermanos y yo nos convertimos en huérfanos de padre y un buen puñado de amigos y familiares se quedó sin disfrutar de su buen humor, de su generosidad y de su cariño. La cosa es que ayer ya andaba rumiando lo que me tocaba recordar hoy cuando me sorprendió la noticia. 

Prácticamente a la misma edad que mi padre, otro infarto se llevaba al comandante Juan José Aliste. A los salmantinos no tengo que explicaos quien es. Para el resto, lo recordaréis porque sufrió un atentado en las inmediaciones de la plaza de toros de La Glorieta. Acababa de dejar a su hija y a tres compañeras de ella en el colegio cuando a escasos metros, una bomba-lapa colocada en los bajos de su coche por los malnacidos de ETA explotó. Por suerte, salvó la vida pero perdió ambas piernas.

A partir de ahí, su historia fue un ejemplo de superación. Como decía en una entrevista reciente, "cuando tienes varios caminos que seguir, puedes elegir uno u otro pero a mí no me dieron opción en la situación en la que quedé". Gracias al apoyo de la familia y al de la gente lo fue superando y afrontó la vida "con la sonrisa siempre para alante". 

Esa sonrisa, esas ganas de vivir se apagaron ayer, como se apagaron hace once años las de mi padre. Sirvan estas líneas para homenajearlos, para reivindicar su memoria y para rendir tributo a dos hombres buenos.

lunes, 22 de junio de 2020

¿En qué quedamos?

Desde que tengo uso de razón, cada cierto tiempo surge la noticia: los mayas ya lo anunciaron y el fin del mundo tiene fecha. En unos días, el último que apague la luz y fue un placer, amigos. La cita más reciente con el apocalipsis la teníamos este domingo. Naturalmente, lo pasamos sin mayores sobresaltos y aquí estamos, un lunes más, vivitos, coleando y estrenando el verano. Vamos, que la credibilidad del calendario maya está al nivel de la de un político en campaña. Puestos a elegir, yo me quedo con el Calendario Zaragozano, sin dudarlo.

Y hablando de Aragón, hoy hemos conocido que tres zonas de Huesca vuelven a la fase 2 de la desescalada, tras detectarse varios brotes. Lo que me ha llevado inmediatamente a una reflexión . Si ya no estamos en estado de alarma y se puede volver atrás, ¿en qué quedamos? ¿No era que el estado de alarma era imprescindible para tomar las medidas? ¿Ahora sí se puede? 

Los Amaya -que no los mayas- hicieron popular una rumba que nos viene al pelo para esta situación. Seguro que os suena la letra: Caramelos, caramelos, caramelos, llevo caramelos. Los traigo de coco y piña, de limón y menta nena, de piña para las niñas y limón para las viejas

Y así me siento con este gobierno, nos vende caramelos de todos los sabores, según venga.

domingo, 21 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 101

Parecía una cosa muy lejana, prórroga va, prórroga viene, pero sí, igual que llegó el final del verano del Dúo Dinámico ha llegado el del estado de alarma. Y bueno, si somos rigurosos, hoy debería terminar este diario.

Lo que empezó con un simple comentario a raíz de la interrupción de las clases de los niños, gracias a mi amiga Amor que lanzó la sugerencia y me lió, se ha convertido en más de cien historias con anécdotas, vivencias, noticias, en fin, un buen resumen de lo que han sido estos más de tres meses. Solo espero que se quede ahí y no tengamos que hacer segunda parte. Eso significaría que esta pesadilla ha terminado definitivamente y entonces será un ejercicio muy entretenido releer lo que hemos vivido desde el primer día.

A mí me ha servido para divertirme mucho. Escribir es algo que me resulta muy ameno, aunque os confieso que a veces me ha costado algún dolor de cabeza. Si Arquímedes necesitaba un punto de apoyo para mover el mundo yo me conformo con una una idea para arrancar. Eso ha sido lo más complicado algunos días. No veas que agobio ver que pasaban las horas y no llegaba. Pero al final, a base de devanarse los sesos -nunca agradeceré lo bastante esa gimnasia mental- se encendía la bombilla. Y una vez que tienes la idea, al menos a mí ya me resulta cuesta abajo el camino.

Así que la noticia es esa, estáis leyendo el último capítulo del Diario de una Familia Enclaustrada. Pero vista vuestra respuesta, visto el cariño que me habéis regalado cada día con vuestros comentarios, no puedo parar aquí. Buscaremos otra fórmula, no sé ahora mismo cual, pero seguiré contado historias por aquí.

Prometido.

sábado, 20 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 100

Este fin de curso tan raro ha camuflado uno de los momentos más divertidos y esperados: el último día de clase y el inicio de las vacaciones. Lo de llevar casi cuatro meses en casa ha hecho que esa jornada tan especial se diluya en el calendario y apenas hayamos notado diferencias del día D al siguiente. Por lo demás, sí tuvimos otro de los clásicos de esas fechas, la lectura de notas finales.

A falta de los resultados de la primogénita en la EBAU -si todo va en orden deberían ser buenos- el resto de la cuadrilla ha cumplido con creces. Alguno incluso se ha salido de la tabla con un pleno de dieces, que a ver quién le tose al mozo. Así que tocaba recompensar el esfuerzo.

Como lo de ir a cenar fuera aún es tarea hercúlea y como estos son de buen conformar, después de negociar varias opciones decidimos pedir comida a una conocida cadena de hamburguesas. Y aquí ha estado la novedad: hemos estrenado la aplicación de Glovo.

Oye, comodísimo. Hemos hecho el pedido con el teléfono móvil mientras volvíamos a casa de hacer otros recados. Y más rápido no ha podido ser el chico que nos lo ha traído. Rápido, educado y amable, que es una cosa que no cuesta dinero, no se necesita título universitario para ejercer y no distingue color de piel. Así que se ha llevado una buena propina, que es cosa que se agradece mucho y lo sé por experiencia.

Que uno tiene su biografía y se ha ganado las perras desde hace mucho y en muchos trabajos, gracias a Dios, que así valoras y empatizas que da gusto.

Pero esa historia os la guardo para otro día.





viernes, 19 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 99

Por fin nos salió una tarde soleada, después de varios días de cielos grises y lluvia de esa tan del norte, que sabes cuando empieza pero no hay quien descifre cuando va a parar. 

Estábamos dando un paseo después de hacer varios recados cuando nos sorprendió el sonido de unas gaitas en la lejanía. Siguiendo el rastro de las notas como si fueran las migas de Pulgarcito, nos plantamos delante del Teatro Campoamor. Y allí estaban, la Banda de Gaitas Ciudad de Oviedo, perfectamente formados y dándole al fuelle. 

Pronto se arremolinó la gente y se formó el corro de mascarillas. Entre pieza y pieza, el director saludó a un señor que estaba a mi lado. "A ver si animamos un poco la ciudad", fue su frase. Y a fe que lo consiguieron. Después de varios temas delante del teatro, comenzaron un pasacalles y como ya no teníamos nada mejor que hacer que dejar correr el tiempo para ir a buscar a Olga a la salida del trabajo, pues nos acoplamos con ellos a recorrer el centro.

Como no puedo evitar la mirada periodística, mi paseo ha sido de buscar detalles aquí y allá. Y hay uno que destaca por encima de todos: que gusto ver las caras de la gente. Empleados saliendo a las puertas de las tiendas. Ventanas abriéndose al paso de la música y niños y mayores asomándose a ellas dibujando sonrisas. El personal que estaba en las terrazas, aplaudiendo al paso de las gaitas. Y lo que más me ha emocionado, un par de personas tirando rápidamente de teléfono para establecer videollamada con seres queridos que estaban lejos -no he podido evitar escuchar las conversaciones- y acercarles en directo el sonido que, intuyo, tanto echan de menos. Una de ellas, llorando a moco tendido en el salón de su casa en algún lugar a muchos kilómetros. Y yo al lado, a puntito de soltar la lágrima también, que para estas cosas no aguanto nada, que le vamos a hacer.

El pasacalles ha finalizado delante de la iglesia de San Juan el Real, como no, con el himno de Asturias y una ovación espectacular. Objetivo conseguido, señor director, gracias por traernos un poquito de normalidad.


jueves, 18 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 98

Se ha colado en nuestras vidas y ya forma parte de la cotidianidad. El dúo de imprescindibles al salir por la puerta de casa -llaves y teléfono móvil- ahora es un trío, con la incorporación de la mascarilla. Llevo una temporada haciendo un trabajo de campo sobre su uso y estoy en condiciones de presentar ya alguna conclusión. A grandes rasgos, podemos definir cuatro tipos de usuario:

- En primer lugar, el Elementum Normalis. Son el grupo más numeroso, afortunadamente, un 63%. Se caracteriza por llevar la mascarilla perfectamente colocada, tapando nariz y boca y  con las gomas en su sitio. Hay una subespecie, el Elementum Plus Normalis, capaz incluso de usar las gafas sin que se le empañen.

- El Elementum Sub Nasum supone aproximadamente un 21% de la población. En la distancia se les suele confundir con el Normalis. Parece que lleva la mascarilla bien puesta pero a medida que se acerca, se comprueba que la tiene por debajo de la nariz. Es frecuente en este grupo un uso extravagante del preservativo. En lugar del emplazamiento habitual, acostumbran a emplearlo envolviendo los testículos como el que envuelve unas albóndigas con papel film. "La intención es lo que cuenta" podría ser su lema.

- El Elementum Sub Mento, se ha descrito en un 12% de la muestra. Es una evolución del Sub Nasum, que en un alarde de porqueyolovalguismo, se coloca la mascarilla bajo el mentón. Estudios recientes avalan que la prioridad del Sub Mento no es protegerse ni proteger, sino disimular la papada. En casos extremos, se obtiene una imagen rozando lo dantesco, con los mofletes de carne dándose a la fuga por los laterales de la tela y desafiando a la gravedad con su movimiento oscilatorio acompasando el paso de los pies. 

- El grupo minoritario, un 3% se encuadra en el Elementum Ab Auris. Es raro de encontrar pero es inconfundible: mascarilla colgada de una oreja a modo de zarcillo. Al ser una población escasa, los científicos no son capaces de trazar un modelo y la única línea de trabajo se centra en un patrón que parece que se repite: señoras con la edad suficiente para haber visto el incidente de Lola Flores con el pendiente en el programa de Íñigo. Podría tratarse de un fenómeno de identificación pero ya digo, a día de hoy es un misterio por qué se inclinan por esa ubicación para la mascarilla ni qué tipo de protección pretenden. 

Tampoco vamos a volvernos locos, hay gente pa tó y ya está.

miércoles, 17 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 97

Una de mis debilidades son los libros. Desde bien pequeño la lectura es una de mis mayores aficiones, así que cuando alguien quería hacerme un regalo lo tenía fácil. Bueno, lo tenía y lo tiene, lo saben bien los Reyes Magos o mi familia, mis regalos de cumpleaños son muy previsibles.

Cuando compramos el piso, una prioridad era buscarle sitio a los libros que se me acumulaban en cajas. El día que vinimos a verlo antes de decidirnos por embarcarnos en la hipoteca lo tuve claro. Había un hueco en el pasillo perfecto para una estantería de lado a lado y del suelo al techo. Dicho y hecho, la encargamos y por fin pude poner orden.

Al principio me sobraban huecos pero a estas alturas ya no entra un libro más y he tenido que buscar espacios alternativos. Y eso que mi volumen de adquisición menguó de manera inversamente proporcional a las sucesivas llegadas de los descendientes. No obstante, aunque estoy muy contento con mi biblioteca, mi sueño aún está por cumplir.

La historia arranca en Barco de Avila, el pueblo de mi madre. Mis veranos eran tardes de piscina o río y lectura. En un determinado momento que no soy capaz de precisar, Fide, un profesor amigo de la familia, se convirtió en mi bibliotecario particular. Al conocer mi desmedido interés por la lectura, se ofreció a recomendarme y prestarme libros para mis ratos de toalla. Me los llevaba de tres en tres.

Aún recuerdo la impresión que me llevé al entrar por primera vez al salón de su casa. Las paredes llenas de estanterías, libros, libros y más libros por todos lados. Aquello era el paraíso. En la retina me quedó grabada esa imagen y en la cabeza un pensamiento: algún día yo quería una habitación así en mi casa.

Os he contado todo esto porque esta tarde he ido a recoger un encargo a Cervantes, la librería de toda la vida de Oviedo. En Salamanca teníamos otra con el mismo nombre pero lamentablemente, hace años que asistimos a su funeral. La de aquí -toco madera- goza de buena salud y resiste los envites y los embates de Amazon.

Pero la crisis de la Covid19 les ha hecho pupa, a pesar de que se manejan bien en la venta por internet. Así que han puesto en marcha una idea para el que quiera colaborar en la recuperación de la librería. Han diseñado unos marcapáginas solidarios, personalizados con tu nombre, que puedes encargar por 10€. Y además, van a tatuar una pared de la librería con los nombres de todas las personas que colaboren en esta iniciativa.

De momento, os puedo enseñar mi marcapáginas pero ya tengo sitio reservado, el 152, en esa pared. Prometo foto.



martes, 16 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 96

Maté un perro y me llaman mataperros, dice el refrán. Es lo primero que se me ha venido a la cabeza al conocer la noticia de la concesión del Premio Princesa de Asturias de los Deportes a Carlos Sainz

El currriculum del piloto madriñeño abruma. Dos mundiales de rally -que debieron ser alguno más- a bordo del mítico Toyota Celica, con algún guiño a la historia, como fue inscribir su nombre como primer piloto no nórdico que gana el 1000 Lagos.

Ya retirado del Mundial, buscó nuevos retos en otro clásico del calendario, el Dakar. Debutó en 2006 y cuatro años más tarde, en 2010, se anotaba su primera victoria a los mandos de un Volkswagen Touareg. La medida de su grandeza llegó después, cuando repitió con dos marcas distintas, primero Peugeot (2018) y este mismo año con Mini. 

Pues con todo, aún hay gente que le hablas de Carlos Sainz y sólo se acuerdan del famoso episodio del Rally de Gran Bretaña de 1998, cuando a falta de 500 metros para la meta y con el título prácticamente en el bolsillo, su Toyota Corolla dijo basta, para desesperación de su copiloto Luis Moya. Allí nació el clásico "trata de arrancarlo, por Dios" y la fama de gafe de Sainz. El argumento se desmonta sólo, basta con atender a su historial, pero algunos son partidarios de que la realidad no les estropee su película.

Así que yo me alegro mucho de la concesión de este premio, que es la guinda perfecta a una carrera que para sí la quisieran muchos. Por los títulos y por el poso de señorío que ha dejado por donde pasó. Será un placer recibirle en Oviedo.

lunes, 15 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 95

Ayer hablamos de fondos de río y de objetos curiosos que allí aparecen como metáfora. Y oye, ni aposta, cojo el periódico de hoy y -como de costumbre- la realidad supera a la ficción. 

Resulta que un pescador gallego andaba en las andanzas propias de su condición y en lugar de enganchar una buena trucha lo que encontró fue una virgen gótica de piedra, según los expertos nada menos que del siglo XIV. 

Cómo ha llegado hasta ahí es una buena pregunta, toda vez que son 150 kilos de granito, no te lo llevas a cuestas así como así. Parece ser que podría tratarse de una talla que desapareció hace bastante años en la Fonte da Virxe, un emplazamiento cercano al lugar del descubrimiento. Así que los vecinos de esa zona de Santiago de Compostela están, muy probablemente, de enhorabuena.

Este es un tema que da mucho juego. Cada cierto tiempo nos llegan memes al respecto y si hacéis una búsqueda en Google hay material para partirse de risa. Probad a teclear "¿Cómo ha llegado eso hasta aquí?" y me decís. 

Claro que también lo podemos tomar por el lado triste. A pesar de mi insultante juventud, yo me acuerdo de que El País una vez fue un periódico serio, con más influencia que muchos políticos. Un editorial suyo era capaz de provocar dimisiones. Ahora no es ni sombra de lo que fue, o al menos esa impresión tengo yo. 

Hoy es noticia por un nuevo relevo en la dirección. Después de dos años al frente, Soledad Gallego-Díaz da paso a Javier Moreno, que vuelve a ocupar el puesto que ya ejerciera entre 2006 y 2014.

Y la pregunta, evidentemente, es ¿cómo ha llegado El País hasta aquí?

domingo, 14 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 94

Antes que nada, tengo que daros las gracias por la espectacular respuesta al diario de ayer. Después de leer todos los comentarios y los mensajes privados que suscitó me queda la sensación del deber cumplido. Como se dice ahora, se tenía que decir y se dijo.

Y claro, ahora viene lo malo, a ver de qué hablas hoy cuando has dejado el listón donde quedó ayer. Llevo dándole vueltas a eso desde que me levanté, a ver que cuento yo ahora que no parezca una frivolidad. Porque tenía el tema de la vuelta del fútbol pero no me vas a comparar, aunque haya ganado el Madrid. Pero mira tú por dónde, mientras leía el periódico esta mañana desayunando encontré la salida al laberinto, la forma de hilar con el gran homenaje al amor que dejamos en el aire ayer.

La verdad es que estábamos avisados. Si todo esto empezó en China y allí ya ocurrió, era cuestión de tiempo que llegara también a nuestros lares el virus del divorcio. Y es que el amor en los tiempos del coronavirus parece que también ha sufrido una pandemia. El dato no ofrece dudas: entre los meses de marzo y abril, coincidiendo con el confinamiento, aumentaron las solicitudes de divorcio un 41%. Que digo yo que esto va a ser como las vacaciones, que parece que también son una época propicia para las rupturas. Pero no busquemos culpables donde no los hay, en estas situaciones la cosa tiene que venir ya torcida de atrás y el aumento de horas de convivencia es, simplemente, el detonante. 

Es algo así como los ríos. Durante el invierno el agua todo lo tapa. En el fondo hay una rueda vieja, una lavadora oxidada y una bicicleta desguazada pero el caudal de agua no deja verlos y el río fluye, aparentemente sin problemas y formando una estampa bonita. Eso sería la relación de pareja rutinaria, cada uno en su trabajo, apenas se ven y bueno, van tirando. Pero llega el verano -llámalo vacaciones o confinamiento- y la cosa cambia. El caudal disminuye hasta casi secarse y de repente aflora todo lo feo que estaba en el fondo. Y el que termina por ir a recoger los trastos viejos se llama abogado. 

Lo digo convencido, porque lo vivido en mi caso y en el de más gente que así lo ha expresado, ha sido al contrario. El confinamiento ha servido para disfrutar de un tiempo en familia del que nos disponíamos y para constatar que, de momento y toco madera, en el fondo del río no hay más que piedras y pececillos.

Que es lo suyo.


sábado, 13 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 93



Hoy hace cincuenta años que se casaron mis padres. Y ya me puedo esmerar, porque lo único que va a consolar a mi madre de la pena de no poder celebrar las Bodas de Oro junto al hombre de su vida es que me salgan unas letras a la altura de la efeméride. Así que vamos allá.

Había imaginado este día de muchas maneras. Al principio -cuando no contábamos con que el destino nos la iba a jugar y se iba a llevar a mi padre tan pronto- como una gran fiesta, al estilo de la que celebramos hace veinticinco años. Luego nos tuvimos que acostumbrar a que ya nada sería igual sin él.

Y aún así, yo estaba empeñado en que hoy montáramos algo gordo, que es lo que a él le hubiera gustado. Pero tuvo que llegar el puto virus a amargarnos la vida y tampoco va a poder ser. Ahora comprenderéis mejor porque en varias ocasiones he dejado aquí escrito que me corría más prisa poder ver a los míos que tomar una sidra.

En la vida hay que tener suerte. Es cierto que una parte de la ecuación consiste en que la busques tú mismo pero hay otra que no eliges y ahí es donde influye el capricho del azar. Mis hermanos y yo no podemos tener queja. Habrá más como ellos, seguro. De hecho, yo conozco a algunos. Pero si nos piden que pongamos un ejemplo de pareja no necesitamos buscar fuera de casa, mis padres son el modelo perfecto.

Cuando te planteas construir una familia hay algo que resulta imprescindible. Igual que los ladrillos de un edificio no son sino frágil equilibrio sin la argamasa que los une, una familia sin amor puede durar, sí, pero tarde o temprano termina por desmoronarse. Y de amor, estos dos iban sobrados, eso hemos tenido ocasión de comprobarlo muchas veces. Incluso cuando discutían, que naturalmente lo hacían. Pero por fuerte que fuera la bronca siempre ganaba la partida el amor.

No hay más secreto. Porque el amor no es solo atracción física, ni cariño. Es también saber perdonar, saber comprender, saber morderte la lengua a veces, saber aceptar, en definitiva, los defectos del otro. Como el otro acepta los tuyos.

Luego vienen las cosas menos importantes. Necesarias, de acuerdo, pero no imprescindibles. Me refiero a los ingresos o a la posición social. Y aquí ya puedo hablar por experiencia propia. Cuando vienen mal dadas, puedes vivir con menos dinero, es cuestión de amoldarse. Pero si falta lo fundamental, entonces hay que tararear la canción de El Último de la Fila: cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana.

En el caso de mis padres es evidente. Cuando murió mi padre, su situación económica era la mejor de su vida. Cinco hijos ya fuera de casa, en la cumbre de su carrera profesional, la situación ideal, menos gastos y más ingresos. Pero no creo que fueran más felices que en otras circunstancias. Al menos ese es mi recuerdo, la felicidad en mi casa nunca estuvo ligada a cosas materiales.

Yo he visto a mi madre echar muchas cuentas, acostarse de madrugada cosiéndonos ropa a toda la familia para ahorrar y a pesar de todo, muchas veces llegar a fin de mes con lo puesto. Y todo ello sin escatimar nunca un duro en nuestra educación -la mejor herencia que nos podrían dejar- y sin que nunca sintiéramos que nos faltaba nada, cuando nos comparábamos con otros que -aparentemente- lo tenían todo. Pero era justo al contrario, muchos de esos se hubieran cambiado por nosotros si hubiesen sabido que de nada sirve tener quince juguetes si no tienes con quien jugar.

Yo he visto a mi padre muchos años pegarse una paliza de kilómetros cada viernes para llegar a casa y estar con los suyos. Y el domingo por la tarde, vuelta a empezar. Otros preferían la “libertad” de estar fuera de casa, sin mujer y sin hijos, y quedarse allí donde estaban. Él no. Así que, cuando sonaba la llave en la puerta, eso también era felicidad. Y eso no se compra, se tiene un padre así o no se tiene.

Así que nos encontramos en la situación que muchas veces recuerda mi madre: cuando más dinero podían manejar resultó que lo que necesitábamos tampoco se podía comprar. Y mi padre, después de trabajar como un burro toda su vida, se quedó con las ganas de ejercer de jubilado cuando lo tenía todo, tiempo y dinero, pero le faltó lo esencial, la salud.

Muchas veces le he dado vueltas a esa aparente incongruencia del destino. Y como no llego a ninguna conclusión, al final recurro como siempre a la reflexión con cierto poso teológico que hacía mi padre: las cosas pasan por algo. Tenía otra muy célebre y muy cierta, que fue la que le grabamos en su tumba: los buenos momentos hay que buscarlos, los malos vienen solos. Que razón tenías, Ramón.

Así que aunque sea fuera de fecha, aunque nos cueste las lágrimas, aunque tengamos que ir con mascarilla, con peineta o con guantes de boxeo, buscaremos el momento y como hay Dios que lo vamos a celebrar. Tu mujer, tus cinco hijos, tus tres nueras y tus nueve nietos.

De momento, hoy lanzo una felicitación al cielo y me guardo uno más en la mochila de los besos pendientes para cuando nos dejen movernos y podamos ir a Salamanca.

¡Felicidades, pareja🥰

viernes, 12 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 92

Ayer finalicé un reto que se ha hecho habitual en Facebook. Un amigo te invita y durante diez días debes publicar las portadas de otros tantos álbumes que te hayan influido, sin más comentarios, únicamente la imagen. Como soy un chico obediente, cumplí escrupulosamente con las normas pero me quedé con muchas ganas de añadir algunas notas al margen. Así que voy a aprovechar este espacio -aquí las reglas las pongo yo- y dar rienda suelta a lo que me quedó en el tintero. Vamos allá.

Mi primera elección fue A por ellos que son pocos y cobardes, de Loquillo y Trogloditas. Me hubiese valido cualquier disco del Loco así que opté por este, que reúne varias de sus mejores canciones. Por eso y porque es en directo, faceta en la que los he disfrutado varias veces y son de lo mejorcito.

Por idénticas razones, El directo de Radio Futura. Cada vez que lo escucho, me transporto a casa de mi colega Felipe Hernández Zaballos, donde machacamos el CD una y otra vez mientras estudiábamos.

Varios años antes, en las noches en el pub  Zeus de Vitigudino descubría a un grupo alemán Propaganda. Noche tras noche de verano, el soniquete de su canción P-Machinery nos acompañaba. Igual se acuerda mi amigo Andrés de la Puente.

Como soy de gustos heterodoxos, no podía faltar una pincelada de flamenco. Y nuevamente se me hacía difícil escoger un disco de, cómo no, Camarón. Así que me decanté por Potro de rabia y miel, su último trabajo de estudio antes de morir.

También me costó decidirme por un único disco de Carlos Cano. El elegido fue Cuaderno de Coplas, aunque solo sea por esa maravilla de Habaneras de Cádiz.

De nuevo de vuelta a mis años de instituto, Azul y Negro, un grupo que tuvo unos años de grandes éxitos asociados a sintonías de la Vuelta Ciclista a España. Elijo, sin embargo, Suspense, un disco que no entra en esa categoría pero que a mí me encanta.

Recuerdo como si fuera hoy aquel viaje. De Vitigudino a Punta Umbría me lo pasé con los cascos en la oreja escuchando en bucle en mi radiocasette con pilas la cinta de Bandido, el disco que consagró a Miguel Bosé. Después me terminé de hacer fan gracias a mi querida Mariola Rodríguez, que me prestó varios discos más.
 
Han sido, son y serán mi grupo español. E Insurreción ha sido, es y será mi canción. Así que a la hora de nombrar un álbum de El Último de la Fila, no podía ser otro que Enemigos de lo ajeno. Debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad.

Tenía claro que algo de guitarra flamenca tenía que haber en mi lista. La tentación era echar mano de Paco de Lucía, una apuesta segura. Sin embargo, me decanté por Manolo Sanlúcar y su Tauromagia, así mataba dos pájaros de un tiro. Es una delicia escucharlo y recorrer la vida de un toro desde que lo pare la vaca en el campo (Nacencia, primer tema del álbum) hasta que entrega su vida en la plaza para gloria del torero (Puerta del Príncipe). Las notas de la guitarra evocan a la perfección cada uno de esos momentos. Si no eres aficionado a los toros, te gustará la melodía. Si lo eres, la disfrutarás y le sacarás todos los matices.

Si El Último es mi grupo español, Dire Straits son mi favorito de fuera de nuestras fronteras. Los descubrí en el instituto, donde un compañero me prestó la doble cinta del Alchemy y ya me conquistaron para los restos. Puedo escuchar Sultans of Swing una y cien veces y no me canso. Y eso sí, me queda la espinita de verlos en directo.

Quedaron muchos grupos en el tintero. Hubiese puesto con gusto a La Unión, Los Secretos, Miguel Poveda, Alaska y Dinarama, Mecano, Ilegales, Malevaje, Siniestro Total, Ketama, Rosendo, María Dolores Pradera, Gabinete Caligari, Spandau Ballet,, The Cure, Queen, Tina Turner, Scorpions, Michael Jackson, The Smiths o Madonna. ¡Y Camela!

Lo dicho, que soy como los antibióticos, de amplio espectro. O como me gusta decir, que si Dios hubiera sido justo, con el repertorio que tengo en la cabeza me hubiese alumbrado con otros dones. 

Que yo podría ser cantante, si no fuera por la voz.

jueves, 11 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 91

La Cofradía de los Ofendiditos se está viniendo arriba. Y lo peor es que no parecen tener techo para sus cuitas morales y amenazan con extender su manual de la corrección política a todos los ámbitos sociales. En el mural de los caídos víctima de sus remilgos están esculpidas letras de canciones, libros y ahora les ha tocado a Vivian Leigh y Clark Gable, pobrecicos míos.

La verdad, no es de mis favoritas. Siempre me ha parecido un poco peñazo y creo que solamente una vez he sido capaz de verla completa. Pero lo han conseguido, si me preguntas ahora mismo qué película me apetece para el sábado por la tarde, lo tengo clarísimo. Ni Jungla de Cristal, ni Casablanca, ni Toy Story. El cuerpo me pide Lo que el viento se llevó y los extras del director, sin anestesia.

Ocurre que reivindicaciones muy respetables consiguen el efecto contrario al que buscan cuando se tensa tanto la cuerda. Se traspasa la delgada línea que separa la vehemencia de la caricatura y ya no hay freno: cabreo permanente, por todo y con todo. Y un efecto secundario demoledor. Hace unos días, en un documental sobre la figura de Miguel Gila emitido en la 2, lo explicaba Javier Cansado: "Lo políticamente correcto, a medio plazo, acabará con el humor".

Quizás es tiempo de una contrarrevolución cultural que ponga las cosas en su sitio. Porque entre el ceño fruncido y la carcajada, no hay color. Y porque, como decía el gran Santiago Amón que estás en los cielos, a este paso en España -en el mundo en general- no cabe un tonto más.

miércoles, 10 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 90

Hoy una nueva experiencia en la vuelta a la normalidad: pasar la revisión anual del coche. Le tocaba a primeros de mayo pero por obra y gracia del estado de alarma, se ha retrasado hasta que el concesionario se puso en marcha y me dio cita. 

Habitualmente es un trámite rápido, si llegas puntual la cosa transcurre de modo que no vale la pena marcharse, pues entre que vas y vienes, te llega la hora de recogerlo. Pero las circunstancias mandan y al llegar a la hora que me habían citado, me encuentro el acceso al taller cerrado. Ay, madre. Que no cunda el pánico. Como preguntando se llega a Roma, enseguida me aclararon el entuerto.

Resulta que hay tres concesionarios seguidos, de distintas marcas pero del mismo dueño, así que han unificado las operaciones mecánicas en el del centro, porque no tienen a todo el personal trabajando. Imaginaos el  atasco. Entre los protocolos de limpieza y la lentitud del artista encargado de recepcionar los vehículos -nada que ver con la eficacia del de mi taller habitual- terminé haciendo pandilla con la chica que iba delante de mí. Que a punto estuvo de saltarle al cuello a nuestro amigo de recepción porque corría el reloj y él, entretenido con un matrimonio que llegó sin cita y quería que le revisaran alguna cosa del coche. 

Hombre, lo normal en estos casos es que te pongas a la cola, pasen los que tienen cita y a ti te atiendan cuando quede libre el mostrador. Pero se conoce que no, que hay gente que opera con otras normas. Así que ahí nos tenéis, a los de la cita previa esperando y los Roper encerrados en el despacho con Billy el Rápido. Y lo más gordo de la historia es que, al final, se fueron por donde habían venido porque, evidentemente, no había huecos libres. Así es que casi una hora más tarde de lo que tenía previsto conseguí dejar el coche. Y claro, olvídate de la rapidez de otras veces, ármate de paciencia y vuelve por la tarde a recogerlo. 

Lo siguiente que tengo pendiente es renovar el carnet de conducir y ya me han dicho que tengo que pedir hora. Y no sé qué me da más pánico, si repetir la experiencia de hoy o pensar en cómo voy a salir en la foto, que ahora te la hacen ellos sobre la marcha con la webcam, que me lo ha dicho mi mujer, que lo renovó hace poco.

Que hay que joderse, con lo guapa que es y si miras su carnet de conducir parece que estoy casado con la jefa de un clan de la droga y la foto la han sacado del cartel de los más buscados.

martes, 9 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 89

Los dos tenían la misma edad, 53 años. Y con su muerte, los dos han concitado una catarata de afectos que rebobinando, nos lleva a concluir que eran grandes personas. Que al fin y al cabo, yo creo que es lo más importante que uno puede dejar en esta vida, que de tu biografía, por encima de títulos y logros, el titular lo protagonice la bonhomía.

Francisco Ruiz Antón era el menos conocido de los dos. Fuera de los círculos periodísticos, no creo que mucha gente le pusiera cara. Pero en la profesión sí ha dejado huella su marcha. En su curriculum abundan los éxitos en medios españoles,  que culminó alcanzando la dirección de Políticas Públicas para España y Portugal en Google. Pero si algo destacan los que le conocieron de cerca es que estamos ante un hombre bueno, en el sentido más amplio de la palabra.

A Pau Donés, en cambio, poca gente no le reconocería por la calle. Su legado lo forman un puñado de canciones, algunas de las cuales tienen esa cualidad de universalidad: le nombras a alguien las primeras estrofas e inmediatamente te completa el estribillo. Pero aportaciones artísticas al margen, lo que también va a quedar de él es el ejemplo en su lucha contra la enfermedad que, finalmente, le ha ganado el pulso. 

Hoy las redes sociales han sido un inmenso y precioso homenaje a quien ha cumplido el deseo que yo expresaba al principio. Pero como siempre tiene que haber una excepción, no ha faltado el eructo de la nacionalista con lacito amarillo de turno. Mira que nadie le había pedido su opinión pero no lo pudo evitarlo y nos obsequió con una deposición intelectual en forma de tweet: Nunca cantó en catalán, lo siento pero no es de los míos.

Cada uno recoge lo que siembra, Francisco y Pau ya lo han comprobado. A la elementa esta le deseo muchos años de vida. Así tendrá oportunidad de sufrir un rapto de lucidez  y lo mismo consigue mejorar su cosecha. 

Porque a día de hoy, la cosa huele a podrido.

lunes, 8 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 88

Pasan los días, abren los bares, las peluquerías, las tiendas de ropa y está muy bien recuperar poco a poco la normalidad. Aunque hay órdenes que chocan con el sentido común, todos las hemos asumido y puesto en práctica, como no podía ser de otra manera. Pero hay cosas que chirrían especialmente.

Me ha llegado hoy -no recuerdo si por whatsapp o lo he visto en alguna red- una viñeta en la que un señor solicita reservar todas las mesas de una terraza y cuando la camarera le pregunta para qué celebración sería, se identifica como un profesor que quiere dar una clase, porque es el único sitio donde les permiten reunirse. Yo no sé si es que los responsables del tema educativo no tienen hijos, o al menos no en edad escolar. Pero la impresión que da -y espero sinceramente que sea eso, una impresión equivocada- es que la educación no corre prisa.

Y qué queréis que os diga, en mi orden de prioridades, mucho antes que tomar una sidra está la selectividad a la que se debería enfrentar mi hija mayor en unas semanas. O el inicio de curso de sus hermanos, una en la ESO, el otro en Primaria. Y a estas alturas, nada sabemos. Que no quiere decir que no se esté haciendo, insisto en que nada me gustaría más que envainármela, pero al menos en lo que se refiere a la comunicación, también en esto hacen aguas los políticos al frente del asunto.

Porque me entran sudores fríos solo de pensar en un septiembre al ritmo de la yenka gubernamental que tantas alegrías nos ha dado desde marzo.

domingo, 7 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 87

Una de las canciones más bellas de Sabina -y tiene unas cuantas- principia declarándose extraño como un pato en el Manzanares. Si el bueno de Joaquín reescribiera hoy esa letra podría lucirse en la analogía cambiando de animal y de río. Cuando he leído la noticia -la Guardia Civil busca un cocodrilo en la provincia de Valladolid- no he podido evitar acordarme de esa canción e imaginarme esa voz grave entonando extraño como un cocodrilo en el Duero.

Y es que hay cosas que parecen difíciles de creer. Que aparezca un cocodrilo del Nilo -que es la especie que se busca, según la identificación de un biólogo- a más de 3.000 kilómetros de su hábitat natural solo puede obedecer a que el bicho fuera la mascota de algún friki vallisoletano. Hay gente pa to pero no es el único ejemplo de rareza al que hemos asistido hoy.

Más extraño aún que lo del cocodrilo es encontrar coherencia en ciertas cabezas de la izquierda. Manifestarse en coches hace unos días era una irresponsabilidad que traería rebrotes de contagio. En cambio, acudir hoy en masa, unos al lado de otros, a la puerta de la embajada de Estados Unidos es un ejercicio de libertad, coherencia y valores. Tócatelos.

Y lo que debería ser lo normal, lo que a otros que le han precedido en el cargo les costó gruesos calificativos, sería que el presidente del Gobierno respondiera a una pregunta de esas que le filtra el comisario Oliver en sus interminables homilías monclovitas. Pero que si quieres arroz, Catalina, de dónde vienes, naranjas traigo y como molo, chavales.

No desesperemos. También parecía imposible lo del cocodrilo y ahí lo tenéis. Como remonte el río y llegue a las Cortes de Castilla y León, ya me veo un remake de la escena de Peter Pan con Mañueco e Igea haciendo de Capitán Garfio y Señor Smith.

sábado, 6 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 86

Está siendo un junio raro, meteorológicamente hablando. Ha bajado la temperatura hasta el punto de volver a sacar los jerseys que ya habíamos desterrado a la balda de arriba del armario. Así que esta mañana me apetecía salir a buscar el pan entre nada y menos, por lo que opté por recuperar una vieja receta y hacerlo yo mismo en casa.

El resultado, perfecto. Menuda diferencia, de comer pan que sabe a pan a meter en la boca esas masas precocidas que nos han invadido. Que habrá gente a la que le sirvan esas baguetes de gasolinera pero a los que somos paneros nos puede una buena hogaza.

Yo podría estar comiendo pan de la mañana a la noche. Pero de ese que decimos, del que cruje la corteza y la miga te deja seco el plato cuando lo untas en una buena salsa. Hoy en día es complicado encontrarlo pero hubo un tiempo donde era lo más normal del mundo.

Recuerdo un pan espectacular que comprábamos cuando regresábamos de Barco de Ávila, el pueblo de mi madre. Era parada obligada en Muñogalindo, ya cerca de la capital y el olor inundaba el coche hasta llegar a nuestro destino. O el pan de el Cuco en Vitigudino, que tantos años disfrutamos a diario y afortunadamente, allí sigue cuando volvemos. 

Ya más recientemente, un pan para disfrutar en Salamanca es el de La Tahona, al inicio de la calle Azafranal. Y también recuerdo con mucho agrado la colección de panes que nos ponen en el restaurante En la Parra, que hacen que la experiencia de comer allí sea aún más placentera. 

Lo que me recuerda que tengo unas ganas locas de pisar esa tierra. ¡Ya queda menos!  


viernes, 5 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 85

Recordaréis los fieles lectores de este diario que, ante la imposibilidad de contar con los servicios del peluquero, tiramos de habilidad casera y recurrimos a la máquina cortapelos. Así que hemos podido demorar lo inevitable. Pero finalmente,  en este videojuego de la vuelta a la normalidad hoy nos pasamos otra pantalla: la de la peluquería.

La experiencia no ha sido tan chocante como la del dentista. De hecho, nada fuera de lo habitual salvo la limpieza del sillón entre cliente y cliente y la esterilización de todo el material antes de volver a usarlo. Que a mí me parece una medida muy pertinente incluso si no formara parte del protocolo actual. Por lo demás, la sempiterna mascarilla tanto cliente como profesional, éste además con guantes y tira millas y dale a la tijera.

El único momento delicado llega cuando hay que arreglar las patillas. Ahí quería yo ver al artista, a ver como libraba la goma y hacía el apaño. Pero oye, el tío ha desarrollado una habilidad que es para verlo, con un dedo la retira pero la sigue sujetando para evitar que caiga la mascarilla y mientras con la otra mano hace la filigrana.

El gremio de peluqueros tiene fama, como el de los taxistas, de dar conversación. El mío no es una excepción y como a mí -ya me conocéis- no me gusta hablar, pues me ha puesto al día. El tema han sido los alquileres de la zona y las distintas sensibilidades de los propietarios ante las circunstancias actuales. El suyo ha sido de los que merecen un aplauso y le ha perdonado la renta de los casi dos meses que ha estado obligado a cerrar. Parece de sentido común que si tu inquilino no factura no te va a poder pagar y si le aprietas para que apoquine de todas formas, puede que lo ahogues. Y cuando pueda volver a abrir, lo mismo te encuentras con el cartel de Se traspasa en la puerta. 

Pues esto, que es de sentido común, no está tan extendido como parece. Hemos repasado la cantidad de locales vacíos que hay en el barrio porque los dueños no se avienen a bajar precios y claro, las cosas no están para tirar cohetes precisamente. Cuando siempre será mejor que el local esté ocupado -te lo cuidan, te lo mantienen y por mal que se dé, sacas para los gastos- a tenerlo muerto del asco.

Igual se me escapa algo y si eres dueño de veinte locales lo ves de otra forma. Pero desde mi punto de vista de pringado asalariado no lo pillo.


jueves, 4 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 84

Continuando con la vuelta a la normalidad, hoy nos tocaba visita al dentista para la revisión de la ortodoncia de Aroa. Ya nos habían advertido cuando nos llamaron para darnos cita de las medidas de seguridad, así que ibamos preparados. Pero una cosa es la teoría por teléfono y otra la práctica in situ. 

Por supuesto, la mascarilla puesta desde casa, ya decíamos días atrás que es un complemento plenamente integrado en nuestras vidas. A la entrada de la clínica, otro compañero ya habitual en nuestras salidas, el bote de gel para las manos. Pero además, primera novedad, hay que colocarse unas calzas desechables en los zapatos. A continuación, toma de temperatura en la frente con un termómetro digital. Naturalmente, pasamos la prueba sin problemas y a la sala de espera. 

Hasta ahora entrabas y te sentabas donde querías o podías. Ahora te indican el sitio, por aquello de mantener las distancias. La sala de espera se ha convertido en un lugar frío: donde antes había una pila de revistas para leer, ahora unos tristes carteles donde se advierte de su retirada para evitar contagios son los únicos inquilinos de unas vacías estanterías.

Y la última señal de los nuevos tiempos es la ropa del personal de la clínica. Las batas de colores han dado paso a unos buzos blancos y pantallas faciales, que te dan la sensación de estar en mitad de la central de Chernobyl cuando la movida de 1986. Que si lo piensas, hay bocas que pareciera que les ha estallado un reactor nuclear entre las muelas. De hecho, hay escapes radioactivos menos agresivos que algunos alientos. Toda mi admiración para esos dentistas, héroes anónimos que se atreven a entrar en esas zonas catastróficas.

Así que tampoco van muy desencaminados con la indumentaria.  



miércoles, 3 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 83

La vida te da sorpresas, que canta Rubén Blades. Y con ese soniquete en la cabeza llevo todo el día, ahora veréis por qué.

Ayer os contaba la irrupción en nuestras vidas de Didi, Nija y Miki, tres pececillos que se convirtieron en el regalo de cumpleaños atrasado de Aroa. Lo esperable era que fuese ella la más emocionada con los nuevos inquilinos, dada su afición por los animales y las ganas que tenía de tener una mascota. O quizás que lo fuese su hermano pequeño, por la cosa de la edad y la novedad. 

Pero lo que nunca, nunca hubiéramos esperado es lo que ha sucedido. La que no soporta un bicho cerca, la que sería feliz si el campo estuviera asfaltado, la que pagaría si quitasen el césped de las piscinas para evitarse hormigas correteando por los pies, la que es capaz de batir el récord del mundo de los 100 metros lisos si se le acerca un perro, esa misma, mi hija mayor, es la más entusiasmada con el trío acuático.

Les habla constantemente, les lanza piropos, estudia sus movimientos, revisa cada dos por tres la pecera, y ya lo que me quedaba por ver: ¡les ha creado un perfil en Instagram! (*) Si me pinchan no sangro, a punto de cumplir la mayoría de edad, con ese historial de urbanita reñida con la naturaleza y tendríais que verla.

Sorpresas te da la vida, ay Dios


(*) El usuario, por si os queréis reír un rato, es @aqualferez

martes, 2 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 82

Hace unos días os hablaba de la Feria de la Ascensión que se celebra en Oviedo. Hoy ha tocado continuar la festividad del llamado Martes de Campo, que coincide con el primer martes después de Pentecostés. Los orígenes de la fiesta se sitúan nada menos que en 1232, cuando una rica dama de la sociedad ovetense, Velasquita Giráldez, donó sus bienes a la cofradía de sastres de la ciudad. 

En época más reciente se creó la Sociedad Protectora de la Balesquida, que así se llama también a la fiesta, encargada de organizar los actos, entre los que destaca la entrega del bollo (relleno de chorizo) y una botella de vino a los cofrades. La costumbre -que a mí me recuerda en cierto modo al Lunes de Aguas salmantino y su hornazo- es comer el bollo en el campo con amigos y familiares.

El caso es que a nosotros lo del bollo no nos va mucho y solemos aprovechar el día de fiesta para hacer alguna excursión. La que más repetimos es a Avilés, porque allí vivimos de recién casados casi dos años y ya sabéis que el criminal siempre vuelve al lugar del crimen. Comimos, aprovechamos para hacer compras y apuramos hasta bien entrada la tarde a pasear por esas calles que conocemos bien.

Pero hoy hubo sorpresa. Aroa mataría por tener en casa un perro, un gato, un conejo, en fin, cualquier bicho viviente. Y por más que lo ha intentado no nos convence ni a su madre ni a mí. Así que mientras comíamos surgió la conversación, porque teníamos pendiente su regalo de cumpleaños, que recordaréis que nos pilló confinados. Y como en la vida hay que saber ceder, llegamos a un trato. 

Perro no, porque su hermana mayor les tiene pánico y aparte, ya sé yo a quien le iba a tocar sacarlo. Gato tampoco, que bastante tenemos ya en casa como para preocuparnos de otro "hijo" más. El resto de especies -roedores, reptiles- directamente descartados. Ahora, una pecera pequeña, que no da olores, ni ruidos, sería negociable. Y la pobre, más buena no puede ser, se ha puesto tan contenta y ya no veía el momento de ir a la tienda.

Y claro, un pez solo no, angelico mío todo el día dando vueltas a él solo. Así que ampliamos a dos, que David dijo que él se encargaba. Y ya metidos en harina, Leire decidió que ella también se apuntaba y quería otro. Resumiendo, que salimos cinco de casa y hemos vuelto ocho. Y ahora tengo una pecera en el salón que no me hace mucha gracia, la verdad. 

Pero vale la pena sólo por ver sus caras de ilusión. Y la de los niños, también.  


lunes, 1 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 81

Estrenamos mes pero hay que cosas que no cambian. A cada follón gubernamental le sigue otro que tapa el anterior. Y así, de oca en oca, y no dimito porque no toca, la colección va en aumento. Podría ponerme a sacar punta al tema de hoy pero mira, paso. Ya hay bastantes sitios donde podéis encontrar los detalles y prefiero que esto sea un espacio de distensión y cambio de aires respecto al ambiente, cada día más enrarecido, que nos rodea.

Así que os cuento que sigo enganchado a los documentales. Hoy le tocó a uno relacionado con el ciclismo. Se emite en Movistar y Netflix y cuenta los entresijos del equipo del mismo nombre, Movistar, a lo largo de las tres grandes pruebas del calendario ciclista: Giro, Tour y Vuelta. Una maravilla si sois aficionados a este deporte.

Yo lo he sido desde pequeño. Entre mis juegos favoritos estaba uno que requería un laborioso proceso. Lo primero era entrar en los bares del barrio y recoger chapas del suelo. Había que seleccionar las que estuvieran menos dobladas porque luego deslizaban mucho mejor. Después había que escribir en un papel el nombre del ciclista y pintar los colores de su maillot, recortarlo y pegarlo dentro de la chapa. Y a jugar. La memoria me lleva a sintonías de Azul y Negro y Tino Casal y a nombres como Bernard Hinault, Alberto Fernández, Vicente Belda, Reimund Diezten, Marino Lejarreta o José Luis Laguía y equipos como el Zor, Kelme, Teka, Renault o Reynolds.

La afición siguió y pude darle rienda suelta en mi época de periodista deportivo. Recuerdo la emoción que supuso poder seguir una contrarreloj desde dentro de un coche de equipo, gracias a la gentileza de Jose Luis Jaimerena, por entonces director del equipo sub-23 del Banesto. O entrevistar a Abraham Olano recién ganado el Mundial. O a Dori Ruano la misma noche que fue plata en el Mundial de Perth. O hablar cada noche durante todo un Tour con Santi Blanco o en la Vuelta con Lale Cubino para hacer su "diario" en el periódico.

Pero la mayor frikada en aquella época fue montarme en un autobús con la Peña Eladio Jiménez (un cliclista de Ciudad Rodrigo). Viajamos toda la noche de Salamanca a San Sebastián y allí nos soltaron cuando amanecía para ver el Mundial Sub-23 de Ciclismo de 1997. El autobús aparcó en las afueras, porque ya estaba montado el circuito y me lo hice entero a pie para no perderme un detalle del ambiente de meta. Huelga aclarar que el viaje de vuelta caí rendido y no desperté hasta llegar a casa. Por cierto, ganó un noruego e hizo plata un tal Oscar Freire, que luego ganó tres oros en la categoría absoluta.

El año pasado añadí otra experiencia que ya pensaba que nunca iba a ser capaz de vivir. Tuve ocasión de seguir una etapa de la Vuelta desde el principio hasta el final. Primero, acompañado por un mito del ciclismo como Francis Lafargue, recorrer los cuarteles generales de varios equipos recibiendo una clase magistral de materiales y su evolución. Después, subir en helicóptero durante casi media hora y seguir el resto de la etapa en un coche de la organización con otro crack de mi adolescencia haciendo de chófer, Juan Martínez Oliver. Inolvidable. 

Echaréis de menos una referencia a los años dorados de Perico, Indurain, Contador y más recientemente, Valverde. Pero es que -creo que se me nota- si me pongo a hablar de este tema me puede la pasión y no paro.

Y una cosa es distraernos de las fechorías monclovitas y otra que os tenga toda la noche entretenidos hasta que mañana nos salgan con la penúltima. Así que ¡a dormir!









domingo, 31 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 80

Menos mal que ayer nos arriesgamos y apostamos por la playa. Hoy ya cambió el tiempo y por lo visto, el empeoramiento se va a instalar en la semana que entra. Así que la cosa fue un poco distinta, cambiamos la arena y el mar por el sofá y la televisión. Y digamos que hemos tenido una tarde temática. O maś bien, nostálgica.

Para abrir boca, nos hemos metido una ración de vídeos de Los Payasos de la Tele. Mira que los habremos visto veces, que nos sabemos algunos números de carrerilla. Pues nos siguen provocando la carcajada. Hasta aquí la cosa sería normal, al fin y al cabo, Gaby, Fofó, Miliki y Fofito (bueno, venga, y Milikito) forman parte de nuestra memoria de la infancia y no evocan sino recuerdos felices. Pero la medida de su genialidad, la prueba de su atemporalidad es que provocan idénticas reacciones en nuestros hijos. Haced la prueba los que seáis padres, sentaos un día con vuestra descendencia, buscad en Youtube y observad las caras. El lenguaje universal y eterno del humor.

Después este maratón hemos seguido rememorando con un documental que hemos encontrado en Netflix sobre el grupo Parchís, otros que también tiene su hueco en el álbum de nuestros recuerdos. Sin embargo, después de verlo, la sensación ha sido muy distinta. De tristeza. Y en cierto modo de decepción, por los trajines de la discográfica y las televisiones, los tejemanejes de managers, el egoismo de los que quisieron apurar la gallina de los huevos de oro hasta la extenuación y la disolución abrupta del grupo. 

Aunque el tiempo todo lo cura y afortunadamente, el final de la historia remite a palabras como perdón, reconciliación y admiración mutua. Al final se trataba de "sobrevivir a Parchís". Una auténtica lección de humildad.

sábado, 30 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 79

En casa somos muy fans de la serie Doctor Mateo. Está rodada en un plató de excepción, la localidad asturiana de Lastres, que prestó sus calles para dar vida a San Martín del Sella, el pueblo de ficción en el que aterriza el huraño doctor Sancristóbal. El año que nació David fuimos un día a hacer la ruta de las localizaciones de la serie pero llevaban todo el invierno calentándome la oreja con repetir, porque dicen algunos que no se acuerdan.

Así que después de comer preparamos una mochila con meriendas y aunque la tarde no invitaba, otra con toallas y bañadores. La experiencia nos dice que en Asturias vale más llevar el bañador y no poder ponerlo que dejarlo en casa pensando que va a hacer malo y luego te tiras de los pelos. Y acertamos.

La tarde ha salido redonda. Aparcamos al pie mismo de la playa -impensable en otras circunstancias- y en la arena apenas tres o cuatro grupos. Lo de mantener las distancias con este panorama, chupado. Y sin más dilación, al agua patos. Que bien sienta el primer baño de la temporada.

Luego hemos vuelto a pasear esa maravilla de calles -si no lo conocéis, apuntadlo en la agenda para cuando se pueda viajar- y hemos terminado en el faro, otro paisaje espectacular que nos quedó pendiente de la otra vez.


viernes, 29 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 78

Entre las muchas tontás que nos invaden hay una que a mí me duele especialmente: el abuso de anglicismos para darle un barniz de exclusividad al discurso. Esto lo bordan Faemino y Cansado en uno de sus monólogos de Arroyito y Pozuelón, los dos cuentachistes con los que suelen cerrar sus actuaciones. "Los españoles somos la pera, llegas al aeropuerto, dice, mira un McDouglas. Vale, me monto.  Dice, mira un López, ¡una mierda pa ti, no me monto ni loco!"

Ahora se ha puesto de moda el delivery.  Que basicamente consiste en lo que toda la vida ha sido reparto a domicilio. Pero dónde va a parar, pides una pizza, te la trae el repartidor y no te digo yo que no esté buena. Pero te la acerca a casa el servicio de delivery y eso tiene que saber mejor, por fuerza. 

Otro término que ha calado, también en el ámbito gastronómico, es el take away. Cuando yo era pequeño, había una pastelería en mi barrio que hacía los mejores suizos que en el mundo han sido. Y siempre que entrábamos a comprar, la señora hacía la misma pregunta: ¿para tomar o para llevar? Y no hacía falta más. Ahora no me imagino a la pastelera planteando la cuestión al moderno modo: ¿para tomar o take away?

Que yo no digo que no usemos palabras del inglés pero si existe en español, ¡qué necesidad! Si por ser más cool, comes cupcakes después de hacer running no creas que tu feedback va a ponerse on fire. Ni te creas trendy porque vistes casual

Haz un break y míratelo.


jueves, 28 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 77

En los tiempos que nos ha tocado vivir parece que lo políticamente incorrecto es defender el capitalismo. Curiosamente, muchos de los que lo critican, acudiendo a lugares comunes, lo hacen desde posiciones privilegiadas, que han alcanzado precisamente ¿gracias a? Exacto, el capitalismo.
De hecho, en la Alemania del Muro, los que pretendían cambiar de lado -y terminaron derribándolo- eran siempre los mismos. Que curioso.

La oferta y la demanda, mal que les pese a muchos, siguen funcionando. Muchas empresas se han reinventado y han cambiado su cartera de productos para amoldarse a la situación. Hace tres meses nadie se planteaba instalar mamparas de plástico o dispensadores de geles en los comercios. Hoy son imprescindibles. Hay una empresa en Béjar que ha pegado el pelotazo fabricando mascarillas, creando un montón de puestos de trabajo y resucitando viejas glorias de la industria textil de la zona. 

Pero es que hay más. La demanda de mascarillas ha diversificado la oferta. Las hay de colores, con estampados de animales para niños e incluso ya hay clubes de fútbol que las están personalizando con su escudo para dar gusto a los aficionados. Así que la cosa pinta a que tendremos que ampliar la nómina de complementos. De cara al verano habrá que preparar el kit playero: toalla, bañador, sombrero y mascarilla a juego. Y cuando llegue el invierno nos acostumbraremos a salir de casa con los guantes, la bufanda, el gorro y, como no, la mascarilla.

La prueba del nueve de que ha llegado para quedarse y de que ya forma parte de nuestra cotidianidad la he visto esta tarde paseando: ya la lleva el negro del top manta. De aquí a que las venda junto a los bolsos y las zapatillas falsificados, un paso.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 76

Llevo todo el día tratando de huir de la actualidad, pensando en lo que iba a escribir hoy. Porque el panorama es para salir corriendo y no parar hasta la frontera con Portugal. Que tiempos aquellos en que mirábamos a nuestros vecinos por encima del hombro, menuda cura de humildad nos están dando con esta historia.

Dejando de lado la gestión de la pandemia, que también da para sonrojo, el espectáculo de las últimas 48 horas no tiene parangón. Coges el periódico y es un no parar: dimisiones en la Guardia Civil, lutos que llegan tarde y mal, muertos que desbordan las estadísticas, ministros que decían digo cuando eran jueces y ahora dicen Diego y así todo. Así que escapando de este paisaje, me topé con una noticia que me terminó de deprimir. O no, ya veréis.

La cosa arranca con una cifra: tres millones y medio de litros de cerveza Damm han quedado huérfanos de bebedores en los bares cerrados. Barriles que un buen día vieron como se apagaban las luces, se cerraban las puertas de los locales y se quedaban allí, a medio llenar, esperando a ese cliente con ganas de una caña fresquita que no llegaba. 

Esa era la parte triste de la noticia. Lo bueno es que la cervecera ha suministrado barriles nuevos y ha retirado los usados de forma gratuita. Una forma de apoyo a la hostelería. Pero no acaba ahí la historia. Esa cerveza que no se podrá consumir se recicla para producir biogas en su planta de El Prat de Llobregat. Una vez lavado y purificado se usará para producir electricidad en una instalación de cogeneración. Las estimaciones hablan de 670.000 kilowatios, que para hacernos idea, equivalen al consumo medio mensual de 2.500 hogares.

Pocas cosas hay más apetecibles que una caña bien tirada en una terraza pero si no puede ser, me parece un final maravilloso.

martes, 26 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 75

Como ya podemos movernos con mayor libertad, hoy cambiamos la visita al parque por un paseo por el centro y un rato de tiendas. Hemos recuperado el sabor de un helado de cucurucho en la heladería, hemos echado un buen rato en una librería, hemos comprado un par de libros y nos hemos dado una buena vuelta por las tiendas de ropa.

Parece mentira la facilidad con la que los niños se adaptan a las situaciones. En cada local que hemos visitado, el mismo ritual: bote de gel a la entrada y desinfección de manos. Entrada y salida perfectamente separadas y señalizadas. Incluso en los pasos de cebra está indicado por donde tienes que cruzar para mantener las distancias. Pues en esas andábamos cuando Aroa se ha sacado de la manga una de sus ocurrencias.

- Papá, si te fijas, somos como los coches, tenemos que andar cada uno por un carril. Y lo de pararse en los botes de gel es como si fuera el peaje, llegas, te lo echas y sigues.

Toma metáfora automovilística. Pero el caso es que lo ha descrito perfectamente. Se lo han tomado los dos como un juego y al tercer local ya lo tenían interiorizado. Así que si ellos pueden, los mayores también.


lunes, 25 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 74

Por un momento me pareció que el tiempo se había detenido hace dos meses y medio y que nada había pasado. Gente por las aceras, coches por la calzada, locales abiertos y terrazas llenas. Cualquiera diría que era una mañana de finales de mayo sin más. 

Pero no. A pesar de la aparente normalidad, había detalles que delataban. El más evidente, las mascarillas. He de decir que el 99% de la gente que me he cruzado por la calle la llevaba. Por cierto, otro día hacemos números de lo que va a recaudar Hacienda con el invento. Pero bueno, el dato es ese, que el personal se lo ha tomado en serio. 

Otro detalle de hoy: las colas. Me ha tocado hacer un par de ellas. Y lo que vengo manteniendo todo el tiempo, a la gente le explicas bien las cosas y el sentido común hace el resto. Mientras estaba esperando en una de ellas sonaron las campanas de la Catedral . Y cuando estas cesaron, me percaté de otro sonido que hasta ese momento me había pasado desapercibido: un músico callejero hacía sonar su saxofón. 

Y en ese momento fue cuando de verdad sentí que la normalidad está volviendo.

domingo, 24 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 73

Bueno, pues mañana nos llega la fase 2. Por fin podremos salir toda la familia junta y dejar atrás una de las normas más absurdas de este confinamiento. Y es que hay cosas que se escapan al sentido común. Hoy lo comentaba con mis compañeros del equipo de voluntarios de la iglesia, después de que higienizáramos los bancos para la siguiente misa. Las limitaciones de aforo tienen razón de ser para mantener la distancia de seguridad. Ya sea en el templo, en el supermercado o en la zapatería. Pero el caso es que, en todos los protocolos de prevención de riesgos laborales que llevo leídos en los últimos dos meses -y han sido unos cuantos- el uso de la mascarilla se recomendaba siempre que no fuera posible respetar dicha distancia. 

Y digo yo, ¿no es más fácil controlar que todo el mundo lleve su mascarilla y nos "olvidamos" de la distancia? La norma dice -bueno, dice a estas horas, lo mismo mañana cambia, recordad la yenka- que es obligatoria en sitios cerrados y al aire libre, siempre que no se puedan mantener los dos metros de separación. Imaginemos la situación. 

Salgo de mi casa, mascarilla en el bolsillo. Pongo el pie en la calle y no hay nadie. Camino 300 metros y llego al semáforo. Mientras espero, se acerca un señor. Saco el metro y mido, está a 170 centímetros, así que toca poner la mascarilla. Se pone en verde, cruzamos, yo giro a la izquierda y el señor a la derecha. Fuera mascarilla. Continúo camino, acera despejada. De pronto, sale una señora de un portal. No me ha dado tiempo a reaccionar, no necesito el metro porque casi nos chocamos, así que echo mano corriendo a la mascarilla. Con las prisas se me cae, me agacho corriendo y cuando me la estoy colocando, la señora ya se ha subido a un taxi que la estaba esperando. Fuera mascarilla. O no, espera, que a lo lejos viene otro paisano y la acera es estrecha, casi que la voy poniendo...

Mira, ¿eh?, yo ni puedo con este trajín. Así que hace días que -sentido común- me pongo la mascarilla antes de salir de casa y no la quito hasta que llego a mi oficina, que estoy solo y no me hace falta. Lo primero por comodidad; lo segundo porque conviene tocarla lo menos posible; y lo tercero, porque cuanto antes nos acostumbremos, mejor.  Déjate de zarandajas, haz obligatorio su uso y todo el mundo a funcionar. No veo por qué desde el primer día podemos estar cuarenta personas a la vez haciendo la compra en el supermercado pero en la librería o en la zapatería tengamos que entrar de uno en uno. ¿Son más contagiosos los libros que las naranjas?

En fin, paciencia, sobre todo a los que vais por detrás en esta gymkana de las fases. Todo llega. Bueno, todo, menos las Champions del Atleti. ¿O os pensabais que hoy no iba a recordar el sexto aniversario de la Décima?

Real Madrid: Sergio Ramos confesó que cuando ganó la 'Décima' le ...

sábado, 23 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 72

El jueves pasado fue el día de la Ascensión. Para los católicos es una fecha señalada que conmemora el ascenso -de ahí el nombre- de Jesús al cielo, cuarenta días después de haber resucitado. Así que la cuenta es sencilla: se coge el calendario, se busca el Domingo de Resurrección, le sumas cuarenta y te sale uno de los tres jueves del año que relucen más que el sol.

Los otros dos son el Jueves Santo y el de Corpus. Sin procesiones ya nos quedamos; sin las fiestas por antonomasia de Vitigudino también, que el Ayuntamiento ya decidió la suspensión hace un mes. Y este fin de semana debería de haberse celebrado aquí, en Oviedo, la Feria de la Ascensión. Que tampoco ha podido ser.

La historia de la Feria de la Ascensión se remonta a hace 300 años. Empezó como un evento eminentemente ganadero pero ha evolucionado en el tiempo y en la actualidad se celebra como una oportunidad de acercar el campo a la ciudad. Así, se montan unas carpas en las que se exponen animales, recreaciones de oficios antiguos, actuaciones musicales, etc. Pero lo más importante en esta casa, por lo que nos pasamos todo el año contando los días que faltan, es un pabellón en concreto. Asturias es un paraíso en muchos sentidos pero en el caso de los amantes de los quesos no hay discusión posible. Los franceses presumen de variedad pero no nos ganan. Así que cada año en casa esperamos con impaciencia este fin de semana para visitar la feria y especialmente la carpa de los quesos. 

Nada más entrar, el olor te transporta. Predomina el aroma del Cabrales, porque es potente, sí pero porque quizás es la variedad más abundante. Solemos dar primero una vuelta de reconocimiento para ver y catar el género. Cada quesería tiene preparados unos platos con trocitos para probar y decidirte. Se han dado casos de gente que ha salido cenada a base de picotear en unos cuantos puestos pero ese no es nuestro estilo, nosotros somos de sacar la cartera y hacer gasto.

Una vez completado el circuito, llega el momento de deliberar qué nos llevamos. Hay un fijo en la quiniela, el Cabrales. Ese es innegociable y suele caer el que haya ganado el premio al mejor queso ese año. Y luego ya, procuramos ir probando de todo, aunque tenemos nuestros favoritos. De los de vaca: el Ovín (Nava), Caxigon (Cabrales) el Afuegaĺ Pitu (Grado) y el de Oscos. Para los que el Cabrales os resulte muy fuerte, probad un queso del concejo de Illas, también de vaca: La Peral.

Los de oveja de aquí nos van menos, porque en nuestra memoria gustativa están los quesos de Zamora, Las Arribes, Idiazabal o la Torta del Casar. Y claro la competencia es fuerte. Tampoco perdemos la cabeza por los de cabra pero como la susodicha tira al monte, últimamente nos hemos decantado por los de la zona de Llanes: Porrúa y Peña Tú. 

Y la joya de la corona son los quesos de mezcla. Ya hemos dicho que la estrella es el Cabrales pero no perdáis de vista el Gamoneu, uno de los quesos más caros del mundo, elaborado con las tres leches: vaca, oveja y cabra. Y de nuevo por la zona de Llanes, los de Vidiago (vaca y cabra) y Pría (vaca y oveja).

Con todo este catálogo te puedes montar una comida temática de domingo  muy apañada. Y ya si lo regamos con sidra y de postre un arroz con leche o unos frixuelos, os garantizo que termináis todos pidiendo la nacionalidad asturiana.

¡Puxa Asturies! (y sus quesos)

Las 42 variedades de quesos artesanales de Asturias - Quesos.es ...

viernes, 22 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 71

Era domingo. Entonces Leire ejercía de hija única e íbamos de paseo los tres, ella, Olga y yo. De pronto, el estruendo del tubo de escape de una moto rompió la tranquilidad de la tarde. El ruido fue subiendo de volumen a medida que se nos acercaba, pasó a nuestro lado como una mancha de colores y se alejó por el fondo de la calle. Fue cuestión de segundos pero notamos algo raro. En mitad de la calzada rebotó algo. Al acercarme, vi que era una cartera que, dedujimos, se le había caído al pizzero que iba en la moto. A la velocidad que pasó ya no hubo forma de darle una voz para que frenara y diera la vuelta. La abrimos y había varios billetes y monedas sueltas. Nos quedamos sin saber qué hacer, porque no llevaba identificación en la caja, así que no podíamos avisar a ningún local. Esperamos un tiempo prudencial por si aparecía y al final nos marchamos a casa. Allí hicimos el balance definitivo: 76€.

Supongo que al pobre motorista le dimos el día porque le tocaría ponerlo de su bolsillo. Pero a mí me sirvió para estrenar una regrabadora de CDs en el ordenador, que buena caña le di luego. Encontrarte dinero siempre es una alegría, aunque nos quedó el mal sabor de boca de saber, siquiera a medias, quien era el dueño. Y ayer volví a recuperar el dulce sabor de que el destino te ponga una paga extra en el camino. 

Salía yo de comprar en Hipercor y me dirigía al aparcamiento. Iba pensando en llegar rápido a casa, que a esas horas el agujero en el estómago ya se hacía notar con insistencia. Enfilé la rampa y de repente, allí estaba él. Acurrucado sobre su anverso, con la firma de Draghi haciendo manitas con la impresión en relieve. Un billete de 20€. Me agaché y lo cogí. No me había cruzado a nadie, así que miré a ver si iba alguien más delante de mí que pudiera ser candidato a haberlo perdido. Nadie, yo solo. A esas horas, lo normal. Y entonces sucedió una cosa que siempre decía mi padre. 

Él decía que Dios siempre te da más. Si tienes hambre, más. Si tienes desgracias, más. Y si tienes dinero, más. Porque a los pocos metros, cuando aún iba yo pensando en mi buena suerte y me conformaba con mis veinte euritos... ¡Otros 10! Igual de bien dobladitos, con lo que deduje que alguien lo fue perdiendo por etapas. Por un momento se me apareció el espíritu de Pulgarcito y pensé, ¿a que ahora me caen otros tres o cuatro billetes, que aun me queda un trecho hasta el coche? Pero no, el karma consideró -con buen criterio, no hay que ser egoísta- que ya era suficiente. 

Y es que, os lo confieso, hace unos meses era yo el que había perdido 20€. Así que salí ganando.

jueves, 21 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 70

Una semana. Eso es lo que ha tardado en cumplirse mi pronóstico sobre el enésimo giro de guión gubernamental. Ahí lo tenemos, recién salido del horno. De los creadores de "no sirven", "son incluso contraproducentes" llega "desde hoy, mascarillas obligatorias". Como el "no se podía saber" ya no funciona, a ver qué se sacan de la manga ahora los calamidades expertos que dirigen (¿?) el cotarro, que las piruetas dialécticas de Simón ya no cuelan. Qué espectáculo, Dios mío...

Lo malo del asunto es que, si os fijáis, van tapando una barbaridad con otra más grande. Y ya pocas se me ocurren más gordas que pactar nada menos que la derogación de la reforma laboral con los que eran una línea roja (la geógrafa Calvo dixit) o con los que "se lo puedo decir cinco veces o veinte, si quiere se lo repito, no vamos a pactar con ellos" (Fraudillo). 

Va sin frenos, a calzón quitado, con la cinta del sol naciente anudada en la frente y al grito de ¡banzai! El editorial de El País -¡hasta El País!- es demoledor:

(...) esta vez las cosas han ido demasiado lejos, y la única manera en la que podría contener la hemorragia política provocada por el acuerdo sobre la reforma laboral en un contexto impropio y con un socio inadecuado es depurando responsabilidades. De no hacerlo con urgencia, será el propio presidente Sánchez el que se arriesgue a perder toda cobertura, llevando al país a una vía muerta institucional cuando lo que requiere es emprender cuanto antes el largo y doloroso camino que le queda por recorrer


Vamos, que o encuentra su Pearl Harbour pronto o nos comemos todos un Hiroshima.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 69

Fue hace 22 años pero lo recuerdo como si fuera hoy. Aquel día había que sumar una década más al tiempo que llevábamos sin oler una Copa de Europa. Había ganas. En mi caso, lo más cerca que lo había tenido fue en la final de París de 1981 contra el Liverpool. Pero a mis diez años no pude celebrar que aquel equipo de los Garcías, Stielike, Camacho, Del Bosque, Juanito, Santillana y Cunningham terminase con la sequía que asolaba las vitrinas desde 1966.

Así que allí estábamos de nuevo, esta vez en Amsterdam y ante otro clásico europeo, la Juventus, con un tal Zidane en sus filas. El partido lo vi, como no podía ser de otra manera, en el Rigoletto de mi amigo Loren. Aquel día estrenamos una bufanda que nos agenciamos para la fecha señalada y que me ha seguido acompañando hasta hoy. El bar estaba a reventar de gente y gracias a alguna tarjeta perdonada a los italianos y los nervios propios del momento, cuando llegó el descanso ya no tenía uñas que mordeme.

Nada más comenzar la segunda parte, Illgner se comió un balón que casi nos cuesta la salud. Pero a partir de ahí empezó a funcionar la máquina y a crear ocasiones. Hasta que llegó el minuto 66. Cuelga Panucci, Raúl no llega, aparece Roberto Carlos que carga el misil de su pierna, chuta mal, el balón rebota en Iuliano, le cae a Mijatovic, que quiebra al portero y suavemente, con la pierna izquierda, pam, balón a la red.

La locura. Aquello fue un manicomio. Todo el mundo corriendo y saltando, lágrimas, gritos, yo entré a la barra a abrazarme con Loren y luego ya no aguanté más. Agarré el botellín de Mahou y me salí a la puerta, no podía mirar a la televisión de los nervios. Llegó el final y el éxtasis. La celebración en el bar fue épica y de allí nos fuimos todos a la Gran Vía. Terminamos metidos de patas en la fuente y debí llegar a casa temprano, a las 5 o las 6 de la mañana.

Luego han venido media docena más de títulos pero como aquel creo que no he celebrado ninguno.


martes, 19 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 68

Hace muchos días que no recomendamos series. Hoy he terminado de ver una que me ha encantado: La Unidad, disponible para los que tengáis Movistar. Muy entretenida, con unas localizaciones excelentes y un ritmo trepidante. Es la historia de una persecución policial a un terrorista islámico a cargo de la UIP (Unidad de Intervención Policial). Producto español y de calidad. Y por lo que leo, preparan segunda temporada. ¡bien!

Tampoco os perdáis Vota Juan y su secuela Vamos Juan. Yo las vi en TNT pero creo que andan por alguna plataforma. Javier Cámara da vida a un político que saborea las mieles del éxito alcanzando un ministerio, su posterior caída en desgracia a manos del aparato del partido y su intento de resucitar cual ave fénix. Tiene momentos realmente graciosos. ¡Y trabaja mi hermana Elena en un capítulo!

Pero para carcajadas, otra de Movistar, Vergüenza. Tres temporadas con algunos diálogos memorables, de los de dolerte la tripa de reir. Seguro que todos conocéis a algún patoso como Jesús, el protagonista, que pasa por la vida provocando lo del título, vergüenza ajena. No volveréis a comer fuet de la misma manera, ahí lo dejo...

lunes, 18 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 67

Tal día como hoy pero del año pasado se cumplieron las bodas de plata de una obra de arte. En todos mis años como aficionado, probablemente la faena que más me ha marcado. La firmó Julio Aparicio, un 18 de mayo de 1994 en el día de su confirmación de alternativa en Madrid. Hoy he vuelto a verla -y van ya varias decenas de veces- y me sigue poniendo la carne de gallina.

La tarde iba regular. Ya había comenzado la cosa torcida, con la mitad de la ganadería titular, Manolo González, rechazada en el reconocimiento. La propia empresa, a la sazón los hermanos Lozano, remendó con su hierro de Alcurrucén. De forma providencial, como veremos luego. Alternaban en el cartel Ortega Cano y Jesulín de Ubrique, que pasaron sin pena ni gloria.

Pero llegó el quinto toro. Cañego, número 67 en el lomo y nacido en diciembre de 1989. La ficha lo definía como negro chorreao, sin mucha aparatosidad de pitones para lo que acostumbra Las Ventas. En los primeros tercios no dijo nada, con tendencia a quedarse corto y distraído. Nadie dábamos un duro por él salvo Aparicio, que lo lidió con mimo y algo le debió ver en los dos quites que hicieron sus compañeros de cartel.

El caso es que llegó a la muleta con los mismos defectos que había cantado hasta entonces. El inicio de faena, cerrado en tablas, el de Alcurrucén gazapeando y varios pases de tanteo. Parecía que la faena no iba a pasar de ahí pero en ese momento se produjo el milagro. Algo en la cabeza del torero hizo clic. Se separó del toro, que quedó entre las rayas de picar y se marchó al mismo centro del ruedo. Murmullos del público, expectación, muleta adelantada, ¡vente!, el toro lo piensa, paso adelante, ¡venteeee! Y ahí salió el fondo del encaste Núñez. Primero un pasito, luego otro, un tímido galope y de pronto la arrancada.

Dos pases sin obligarlo mucho pero el tercero, ¡ay el tercero! Y el cuarto, y el quinto y el cambio por la espalda y el remate de pecho. La plaza ya rugía. Otra serie con la derecha, cuatro muletazos con la mano izquierda como ingrávida, descolgada del cuerpo erguido que construía una escultura con la embestida del toro en cada pase. Un cambio de mano eterno y un trincherazo para firmar la obra.

Por si la faena no tenía aún categoría de grande, muleta a la mano izquierda y uno, dos, tres, cuatro naturales de los de reventar la plaza y el de pecho, ahí queda eso y el que quiera aprender a Salamanca. Otra serie con la derecha, ya la locura instalada en los tendidos, recuerdo que para entonces yo ya estaba de rodillas delante del televisor.

A por la espada de verdad y quedaba aún la guinda. Rodilla flexionada, tres pases por bajo a todo lo que daba de sí la embestida del toro y el remate de pecho para quedar colocado y perfilarse para la estocada. Cesaron los oles, se hizo el silencio, se montó sobre las puntas de las zapatillas dos veces, muleta al hocico y estocada de las que valen una oreja por sí misma. Aparicio salió de la suerte con la mirada perdida, llamando a las puertas del extasis que se avecinaba.  Cayó el toro casi de inmediato y el presidente concedió el doble trofeo sin una duda. Por cierto, que era mi paisano, ya fallecido, Marcelino Moronta, un extraordinario aficionado.

La crónica de Joaquín Vidal se tituló Soñar el toreo. Y arrancaba así: Fue el toreo soñado. Fue el toreo que los diestros con torería intensa rumian en las duermevelas de las corridas, cuando se amalgaman en los vericuetos del pensamiento los sueños de gloria y los presagios de tragedia.

¡Ya me están dando ganas de verlo otra vez!

PD: Disculpad el arrebato los menos aficionados pero hoy me lo pedía el cuerpo. Aparte de la efeméride necesitaba desengrasar de las faenas del gobierno. Que más que faenas, son putadas...