jueves, 22 de mayo de 2008

Tocados y hundidos


Si no fuese por Iván Vicente esta crónica la dejaba en blanco. Porque ni César Jiménez ni Eduardo Gallo merecen una sóla línea. Su paso por San Isidro los deja muy, muy tocados, por no decir hundidos. Y luego los toros de Salvador Domecq. Menuda tardecita. Hasta el presidente se sumó a la fiesta y se permitió la frivolité de demorar la devolución del cuarto hasta que tuvo cuatro banderillas colocadas. Con un par, oiga.

Decíamos que salvamos de la quema a Iván Vicente. Nada que ver con el viernes pasado. Al mamut que abrió plaza le sacó dos series de mérito, con el inconveniente del viento y ahí se acabó el toro. Lo mató de lujo, lo mismo que al sobrero de Navalrosal, cuya faena tuvo un guión similar.

César Jiménez no tuvo toro en su primer turno. Y es que lo masacraron en el caballo, a pesar de que el picador se quedó con media puya, tras partirse la vara en el primer encuentro. Pero le sacudió de lo lindo. Y al llegar a la muleta, cualquier parecido del sobrero de Guadalest con un toro de lidia era mera coincidencia. Jiménez se empeñó en lo imposible y lo mínimo que podemos decir es que estuvo pesadito. Y en el quinto, más de lo mismo.

Eduardo Gallo tuvo en sus manos el toro más manejable de la tarde. No estuvo mal con el capote pero con la muleta se mostró cuando menos torpe. Otro adjetivo no cabe cuando comenzó como pedía el toro, dándole sitio y series cortas. Porque si bien el de Salvador Domecq demostraba cierta clase adolecía de fuerza. Y Gallo se empeñó, nadie sabe por qué, en alagar las tandas y acortar los terrenos. Se redimió con el uso de la espada pero el daño ya estaba hecho. El sexto no ofreció opción alguna.

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