Ya sabéis que llegando el 1 de julio me lio la manta a la cabeza y me da por pergeñar un pequeño escrito con afán didáctico, protagonizado por el material que corresponda cada año. El asunto lo remato siempre con la media verónica de nuestro aniversario de bodas y en esta ocasión -veinticinco años nos contemplan- es el turno de la plata, ese metal noble que lo mismo sirve para acuñar monedas que para revelado de fotos si eres de los de la escuela clásica A.M. (antes del móvil). Pero en esta ocasión no me voy a extender buscando hilar una cosa con la otra, no, ya veréis. Aunque la fecha exacta del aniversario se cumpla hoy, algo pasó hace tres días y la historia merece una crónica en condiciones, así que poneos cómodos y vamos allá.
Desde el mes de enero llevaba dándole vueltas al tema. Se lo había dicho a mi párroco, que con motivo de los veinticinco años tenía intención de casarme de nuevo -con la misma, naturalmente, me dijo él- y pensaba en una ceremonia íntima con nuestros hijos. Luego irnos los cinco a comer por ahí y ya. Sí, sí...
Hará cosa de un mes, ya empezó la descendencia a lanzar mensajes. Que si no hagáis planes para el 28 de junio, que si os tenéis que comprar un traje, que si no podemos contar más. Así que, obedientes, cumplimos con lo que nos pedían y esperamos a que los días fueran transcurriendo en el calendario. Unos días antes de la fecha señalada, nos hicieron grabar un vídeo, sujetando un cartel con los ojos vendados para que nada se escapara y siguió aumentando la incertidumbre. ¿Qué andarán tramando éstos? Ya muy cerca del Día D, estando yo en otra historia, al párroco se le escapó que el sábado celebrábamos nuestras Bodas de Plata a la una de la tarde. Y yo volviéndome loco porque Olga no sale de trabajar hasta las dos, así que algo no cuadraba.
Y llegamos al sábado pasado. Habitualmente, suena el despertador a las ocho y aunque yo tengo la suerte de no tener que madrugar ese día, me levanto igual y aprovecho para desayunar tranquilamente y darme un buen atracón de lectura de periódicos, que entre semana ando más apurado. No hizo falta que el timbre del móvil nos sacara del sueño porque entraron en la habitación los de la sorpresa y empezó el carrusel. Al llegar a la cocina, nos tenían preparado un desayuno completo y nos enseñan el famoso vídeo grabado días antes, que no era otra cosa -vamos dando pistas- que el anuncio de una boda. Además de aclararnos que Olga no tenía prisa: habían negociado ellos con su jefa para que le diera el día libre. Así que, primera sorpresa desvelada. La que vendría después sí que no la imaginábamos.
A eso de las 11 nos dicen que salgamos a la puerta, que la vecina quiere contarnos una cosa. Allá que fuimos y de pronto aparecen en el rellano mi hermano y mi cuñada con toda su prole, encabezados por nuestro ahijado. Segunda sorpresa, no han venido a hacer bulto. Ellos se casaron un año antes que nosotros y aprovechando el asunto, se unen a la renovación de votos. Imaginad nuestras caras y empezaron las preguntas, claro. ¿Cómo habéis montado todo esto? ¿De quién ha sido la idea? Y ya nos contaron, que en Semana Santa empezaron a hablar mi hija mayor y mi cuñada de nuestra intención de renovar votos y así fueron dándole forma al asunto.
Así que se cumplió lo que yo pensaba hacer pero por partida doble. La ceremonia se resume pronto: mi hija mayor leyó una bienvenida muy emotiva, nuestro párroco nos regaló una homilía preciosa, las dos parejas nos volvimos a dar el "sí quiero" y cerró nuestro ahijado con otro discurso que nos sacó la lágrima a todos.
Y nada, que una vez firmada la permanencia por otros veinticinco, el año que viene retomaremos el formato habitual. Prometido.