lunes, 20 de abril de 2009

Heroico Rafaelillo

No me gusta nada cuando los toreros se ponen a porta gayola. No le veo la gracia a exponer tanto como se expone para un resultado artístico tan pobre y fugaz. Entiendo el mérito, hace falta mucho valor para ponerse delante de un mercancías que sale del chiquero, pero ya digo, no me gusta. Así que cuando Rafaelillo cruzó el ruedo y se colocó de rodillas a esperar que saliera el cuarto del Conde de la Maza se me hizo un nudo en el estómago.

Aquello fue interminable. Se adivinaba la silueta del toro en el fondo del chiquero pero no quería salir. Y Rafaelillo tragando saliva. Fue cosa de un minuto. O dos. Y el toro que no salía. Y Rafaelillo tragando saliva. Por fin asoma el toro, pero en lugar de venir galopando lo hace al paso. Y justo cuando pone la primera pezuña en el ruedo se para en seco a dos metros del torero. Para entonces ya no debía quedarle saliva que tragar y mi estómago era lo más parecido a una montaña rusa. Agitaba el torero el capote y el toro quieto, mirando. Era ya un punto de no retorno, porque no era plan de levantarse y decir, pues nada, chico, lo dejamos y a otra cosa. Pegó el arreón el toro y Rafaelillo se hizo el quite él mismo: el capote a un lado y él saliendo por el otro pies en polvorosa. Lo dicho, no me gusta NADA.

Claro que entiendo al torero, entiendo su arranque de pundonor viendo el regalito que le había caido para abrir la tarde. Un auténtico bicho, que se pasó toda la faena esperándole para tirarle la cornada. Bastante hizo con estar delante y matarlo por arriba. Del cuarto, aparte del dramático inicio arriba descrito, poco que contar también, salvo las ganas del diestro murciano ante otra alimaña. Tela marinera el lote que le tocó.

Segundo y tercero, sin llegar al grado de malicia de los mentados, tuvieron también su guasa. Tanto Luis Vilches como Joselillo estuvieron por encima de las condiciones de los toros, pero...

Salió el quinto y aquello era otra cosa. Encastado, embistiendo con el hocico por el suelo y en Sevilla. Lo que sueña cualquiera que quiere ser algo en esto. Luis Vilches reaparecía después de la grave cornada de Cenicientos -ocho meses de convalecencia- y quieras que no, se nota. No es que no estuviera bien con el toro, que sí, que hubo pases de mucho mérito, muy plásticos, pero le faltó a la faena esa quinta marcha que distingue lo bueno de lo mejor. A pesar de todo, la gente se puso de su parte y tenía la oreja en la mano pero el horroroso manejo de la espada -que hizo guardia- le privó del trofeo. Lloraba Vilches al recoger la ovación y no era para menos. Oportunidades así no se pueden desaprovechar.

Algo parecido le ocurrió a Joselillo en el sexto. Ya digo que había estado hecho un tío con el manso, pero es como si el torero fuese un robot programado para medirse a determinado tipo de toro y no funcionase con otro. Porque planteó una faena en terrenos equivocados que desbarató las buenas condiciones del toro.

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