Y eso fue lo más destacado de una tarde en la que Enrique Ponce estuvo pesadito con el que abrió plaza, dando el pasito atrás con el capote y ahogándole la poca embestida en la muleta. Con el cuarto quizá estuvo mejor colocado, pero entre la mansedumbre del toro y el viento, aquello no llegó a nada.
El primero del lote de Jose María Manzanares dio un mítin para ponerlo al caballo, saliendo suelto continuamente. Lo entendió bien el torero, cuyo mérito estuvo en quedarse bien colocado entre pase y pase y enseñarle mucho la muleta. Con esa receta fue capaz de sacarle series cortas y ligadas, con el debe de hacerlo despegadillo. Lo que nadie le va a discutir es lo bien que acompaña con la cintura los muletazos y lo bonito que se pone en los remates -hubo un cambio de mano eterno- pero a mi modo de ver le faltó algo más. A la hora de matar fue muy curioso. Pinchó en un buen sitio y a medida que el toro se movía, la espada iba entrando más y más, de modo que terminó por quedarle un estocada casi entera. Y aquí se acabó el cuento, pues el quinto fue para salir corriendo.
Daniel Luque, el más bisoño de la terna, demostró tanto valor como poca cabeza. No sabemos qué pretendía llevándose a los medios a un toro manso de solemnidad. Si ya era malo, lo hizo peor, así que poco pudo lucir.
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