

Dicho lo cual, hay


Morante vio como le devolvían el segundo de la tarde a las primeras de cambio. Curiosa la prisa del palco por sacar el pañuelo verde sin dar ocasión de probar al toro. A cambio salió un sobrero del hierro titular que tuvo su guasa. Hizo el esfuerzo Morante y tragándose la áspera embestida le arrancó los pocos muletazos que tenía. El quinto hizo de todo y malo: se echó y se dio una voltereta que lo terminó de derrengar. Morante no se quiso dar coba y optó por la brevedad. Empieza a ser mosqueante la suerte, o mejor la falta de ella, del diestro de la Puebla en los sorteos.

Y vamos con el gran protagonista. Jose María Manzanares se encontró con Arrojado, un toro de ensueño para la muleta. Con clase, repetidor y humillando. El toro soñado, vamos. Y vaya que soñó. Hubo el defecto que indefectiblemente le señalamos tarde tras tarde, pierna retrasada y muletazos despegados pero por encima de todo hubo una virtud que tapó lo demás: el temple. No se puede torear más despacio, con tanto mimo, acompañando perfectamente la noble embestida del toro. Por la derecha, por la izquierda, alternando cambios de mano preciosos, el alicantino construyó una faena bellísima, conjuntados perfectamente hombre y animal, como en un ballet. El público empezó tímidamente a pedir el indulto del toro, curiosamente cuando éste se rajó y se fue a las tablas. Tiró de él Manzanares hacia el centro del ruedo y le dio otra serie al ralentí, provocando al respetable con miraditas al palco. El clamor fue creciendo y el resto ya lo hemos contado al principio. Uno imagina que para indultar a un toro en Sevilla hace falta algo más, una notable pelea en el caballo para empezar, pero me temo que me estoy quedando antiguo y no precisamente por cumplir años. Dos orejas simbólicas y clamorosa vuelta al ruedo en compañía del ganadero.

Aún guardaba munición Manzanares y en el sexto volvió a liarla. Otro buen toro -un espectador gritó con mucha guasa que también lo podían indultar- y otra gran faena del alicantino. También despegada pero también templadísima y con unos pases de pecho interminables. Y todo ello coronado con un estoconazo hasta la bola. De nuevo dos orejas y esta vez sí, la Puerta del Príncipe abierta de par en par.