sábado, 30 de abril de 2011

Histórico Manzanares, excesiva Sevilla

Como una premonición escribíamos ayer que en Sevilla empezaban a aflorar detalles poco edificantes. La confirmación llegó con el lamentable espectáculo del indulto a un noble toro de Núñez del Cuvillo, excelente para la muleta, sí, pero sin completar los requisitos que se le suponen para alcanzar el mérito de volver a la dehesa. Mal el público de Sevilla, que hizo que la Maestranza, la cada vez menos sagrada Maestranza, pareciera una plaza de talanqueras. Mal Manzanares, provocando al público y echándoselo encima al presidente. Y mal en última instancia el presidente, que no supo resistir y haciendo honor al nombre del toro, arrojó el prestigio de la plaza a la basura al mostrar el pañuelo naranja. Para completar el recital de despropósitos, Manzanares se olvidó de simular la suerte y el ganadero se olvidó de sacar a saludar al mayoral. Si empezamos a dejar de lado estos detalles, si todo va a valer para el espectáculo, mal camino llevamos.

Dicho lo cual, hay que cantar lo bueno de la tarde, que hubo y mucho. Para abrir boca, un quite de Julio Aparicio al primero de su lote, verónicas con ese sabor particular que recuerda a Rafael de Paula. Y la respuesta de Morante de la Puebla: una, dos y ¡madre mía qué tercera verónica, eterna, meciendo el capote, alargando los brazos hasta lo imposible! Ahí descubrimos la calidad del toro y parecía que Aparicio también lo había visto. Esperanzador inicio de faena pero pronto llegamos a la conclusión de que dos no discuten si uno no quiere. O lo que es igual, Aparicio se vio desbordado por la clase del toro. No anda bien el torero y lo confirmó con el cuarto, masacrado en varas.

Morante vio como le devolvían el segundo de la tarde a las primeras de cambio. Curiosa la prisa del palco por sacar el pañuelo verde sin dar ocasión de probar al toro. A cambio salió un sobrero del hierro titular que tuvo su guasa. Hizo el esfuerzo Morante y tragándose la áspera embestida le arrancó los pocos muletazos que tenía. El quinto hizo de todo y malo: se echó y se dio una voltereta que lo terminó de derrengar. Morante no se quiso dar coba y optó por la brevedad. Empieza a ser mosqueante la suerte, o mejor la falta de ella, del diestro de la Puebla en los sorteos.

Y vamos con el gran protagonista. Jose María Manzanares se encontró con Arrojado, un toro de ensueño para la muleta. Con clase, repetidor y humillando. El toro soñado, vamos. Y vaya que soñó. Hubo el defecto que indefectiblemente le señalamos tarde tras tarde, pierna retrasada y muletazos despegados pero por encima de todo hubo una virtud que tapó lo demás: el temple. No se puede torear más despacio, con tanto mimo, acompañando perfectamente la noble embestida del toro. Por la derecha, por la izquierda, alternando cambios de mano preciosos, el alicantino construyó una faena bellísima, conjuntados perfectamente hombre y animal, como en un ballet. El público empezó tímidamente a pedir el indulto del toro, curiosamente cuando éste se rajó y se fue a las tablas. Tiró de él Manzanares hacia el centro del ruedo y le dio otra serie al ralentí, provocando al respetable con miraditas al palco. El clamor fue creciendo y el resto ya lo hemos contado al principio. Uno imagina que para indultar a un toro en Sevilla hace falta algo más, una notable pelea en el caballo para empezar, pero me temo que me estoy quedando antiguo y no precisamente por cumplir años. Dos orejas simbólicas y clamorosa vuelta al ruedo en compañía del ganadero.
Aún guardaba munición Manzanares y en el sexto volvió a liarla. Otro buen toro -un espectador gritó con mucha guasa que también lo podían indultar- y otra gran faena del alicantino. También despegada pero también templadísima y con unos pases de pecho interminables. Y todo ello coronado con un estoconazo hasta la bola. De nuevo dos orejas y esta vez sí, la Puerta del Príncipe abierta de par en par.

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