sábado, 27 de junio de 2015

Lo que toca lo mejora

De repente anoche me vi sentado en la sexta fila esperando a que saliera al escenario un tipo que canta flamenco. Y me pregunté a mí mismo cómo había ido a parar allí un viernes por la noche. Levanté la vista y ahí estaba la respuesta, en el cielo, el sitio desde donde mi padre cuida de nosotros, el lunes hará seis años. Como tantas cosas en mi vida, él me puso en el camino de emocionarme con una guitarra y un cante por su sitio. Gracias, Papá. Ya ves, te lo prometí, pasa el tiempo pero es imposible olvidarnos.

En esas estaba cuando aparece Miguel Poveda y se arranca con Para la libertad. Miguel Hernández estrenando el recorrido poético que le sirvió de excusa para acercarse a Oviedo a regalarnos su arte. Y primeras lágrimas en mis ojos. Luego Hielo abrasador de Quevedo, Desmayarse, atreverse de Lope de Vega, Amor mío si muero y tú no mueres, de Neruda, Donde pongo la vida pongo el fuego, de Ángel González, Guerra a la guerra por la guerra, de Alberti. Una borrachera de poesía y cante, un prodigio de sensibilidad y buen gusto.

En medio de ese torbellino de sensaciones, empalmando la carne de gallina una canción tras otra, me dio tiempo a reparar en un detalle. Que canta como Dios es sabido, no descubro nada. Pero es que canta con las manos, canta con los pies, canta con los hombros, con la cintura y hasta con las tripas. Perdonadme el atrevimiento pero en algunos momentos me recuerda a la gran Lola, por la forma de llenar el escenario.

De esa primera parte dedicada al nuevo disco pasamos a la faceta más genuina de Poveda: el flamenco. Y ahí ya me rompí del todo. Un paseo por mi Cai a ritmo de alegrías y bulerías. Pero sobre todo, ay, un fandango que se me metió hasta el alma. Cante que duele y que me hizo llorar otra vez.

Ya metidos en faena, alguna pincelada más de poesía, como  Abril se ha equivocado de Muñoz Rojas y un regalo en forma de coplas, con la maestría al piano de Joan Albert Amargós.Yo creo que Rafael Farina, que lo estaría viendo al lado de mi padre, se levantó para aplaudir ese Vente tú conmigo. Y espérate esos tangos de Triana, empapando el escenario de lado a lado, y ahora sí que no paso yo y vaya que pasó.

Y como broche de oro, el homenaje a Enrique Morente. Mucha gente lo desconoce pero en Oviedo existe una Peña Flamenca que lleva su nombre. No se me olvida una misa que organizaron  en la Catedral hace unos años. Ese compás que se juega la vida, qué grande Sabina en la voz de Miguel.

Pero aún quedaba lo mejor. En los bises aguardaba una sorpresa que reventó la noche ovetense. Al sonar los primeros acordes me pareció reconocer la canción pero no daba crédito. Y cuando Poveda lanzó al viento ese Asturias si yo pudiera, si yo supiera cantarte, se me escapó un ¡jooooder!. Lo que allí se vivió durante unos minutos es imposible contarlo si no lo viste. El público entre boquiabierto y ojiplático, se recuperó -nos recuperamos- de la mitad del tema para adelante y terminó -terminamos- cantando en pie. Apoteósico, grandioso, la gente a mi alrededor comentaba que habían descubierto matices en esa canción de Víctor Manuel -y mira que se habrá escuchado miles de veces por estos lares- que jamás habían imaginado.

Así es Poveda, todo lo que toca lo mejora. Como ese regalo final de Mis Tres Puñales de Marifé, que cerró dos horas y media de poderío sobre el escenario. Gracias, Miguel, por tu arte y gracias a Dios por concederme la sensibilidad para disfrutarlo y exprimirlo hasta la última gota. 

Un esfuerzo que me dejó roto pero muy feliz. Lo conseguiste.

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