Esta vez sí, por fin he podido disfrutar de un parto en su totalidad. Ha tenido que ser a la tercera pero precisamente por las ganas acumuladas yo creo que lo he saboreado más. La cara de tonto en las fotos lo dice todo pero no refleja, ni de lejos, lo orgulloso que estoy de lo que, al cabo de los años, he ido creando junto a aquella chica a la que le di mi primer beso. Cómo sabía yo que no me equivocaba, qué pedazo de madre, qué arte trayendo niños al mundo. Podría haber sido torera si se lo hubiera propuesto y es que así ha sido el parto de David, ese niño que ella quería desde el primer día y que ha llegado después de sus dos hermanas, a las que a pesar de la preferencia por el sexo masculino, no cambiaría por nada del mundo. Un faenón de dos orejas.
Tendríais que haberla visto. Se fue a portagayola (¿quieres epidural?, no, toma larga cambiada), luego cogió el capote y en cinco contracciones como cinco verónicas de Morante ya estaba la cabeza del niño casi asomando. Se fue a los medios, y como César Rincón en su mejores tiempos, citó de lejos y en cuatro empujones ya teníamos a David con nosotros. Uno se siente ridículo en su papel de padre, allí como un pasmarote mientras ella hace todo el esfuerzo. Sólo ante el peligro, rodeado de mujeres, la ginecóloga, la matrona y la enfermera, te das cuenta de quién es realmente el sexo débil en esta película.
Cuando he cortado el cordón a mi hijo me han dado ganas de decirle, espabila, machote, que el mundo es de ellas. Y a partir de ahora no dejes de querer nunca a tu madre, que hoy se lo ha ganado.