lunes, 7 de abril de 2008

Manzanares conquista Sevilla


Ayer murieron Charlton Heston e Isabel Andrino. Del primero recoge hoy la prensa extensos obituarios. De ella igual no ha oido usted hablar en su vida, pero yo he sentido su muerte más que la del actor americano aficionado a los rifles. Hace ya casi 20 años que la conocí cuando, junto a su hermana, regentaba el restaurante Las Petronilas, en Miranda del Castañar. Andábamos de acampada y al amanecer -mi buen amigo el doctor Álvarez Navia se acordará-subíamos al pueblo a desayunar a casa de estas señoras, que nos obsequiaban con unos huevos fritos con chorizo y una copita de aguardiente de postre que me río yo de Ferrán Adriá y sus deconstrucciones. Con el tiempo dejaron el negocio y ahora una de ellas nos deja definitivamente. Hoy, al conocer su muerte, me han venido a la memoria aquellos días y la amabilidad de aquellas dos señoras que nos prestaban cazuelas para hacer comida en la lumbre. Descanse en paz.

Sí, ya sé que se supone que esto es un blog de toros, pero la mansada de Juan Pedro Domecq no da mucho más de sí, con una presentación paupérrima para una plaza como Sevilla y un comportamiento indigno de un hierro que, se supone, surte de bravura a un buen número de ganaderías. Si encima le añadimos que el viento no paró de soplar en casi toda la tarde, dificultando aún más la labor de los toreros, comprenderán la licencia de empezar hablando de otra cosa.

Mas héte aquí que salió el sexto y cambió la moneda. Quiso la providencia que el único toro medio aprovechable de la tarde le cayera en suerte a un José María Manzanares al alza. Y la faena tuvo mucha importancia. Comenzó el toro con embestidas rebrincadas y un punto de violencia pero Manzanares, poco a poco, sin un mal gesto, sin un tirón, lo fue metiendo en la muleta hasta que aquél se entregó Y ahí comenzó una auténtica catarata de toreo, con la lluvia como invitada. Bajo el diluvio dibujó el torero muletazos bellísimos pero donde la faena alcanzó cotas de estética sublime fue en los remates finales. La estocada, pelín descolocada, le valió para cortar dos orejas. Aún tuvo el gesto de salir a pie por la puerta de cuadrillas y es que Manzanares anda rondando la ansiada del Príncipe. El miércoles puede ser su día.

La tarde había comenzado a enderezarse en el quinto. Y eso que las protestas a la salida del toro fueron para que el ganadero se exilie de Sevilla por un tiempo. Porque si la presentación de la corrida en general fue desastrosa, la de éste en particular fue vergonzosa. Pero el toro tenía al menos movilidad y Sebastián Castella le dio fiesta. Eso, y que se paró el aire y comenzó a llover a cántaros, le dieron a la faena cierto tono épico, con el toro mirando y el torero pegándose el arrimón. Falló a espadas y el premio se quedó en una ovación.

El resto, directamente para olvidar. Enrique Ponce anduvo facilón con el que abría plaza, un toro sosísimo al que le sacó lo poquito que tenía con el inconveniente del viento. Le devolvieron a los corrales al cuarto y cuando anunciaron que el sobrero era de Parladé nos temimos lo peor. Tiró por la calle de enmedio, que era lo más sensato con semejante regalito.

En el primero de Castella lo mejor fueron los pares de banderillas -sobre todo el que cerraba el tercio- de Curro Molina: dejándose ver, dándole ventaja al toro, cuadrando en la cara y saliendo andando. Le pegaron una merecida ovación. El francés se empeñó en sacárselo a los medios y entre el aire y la poca condición del toro, la faena fue, seamos generosos, aburridita. Manzanares, sin embargo, trató de evitar al viento cerrando al tercero, pero fue imposible sacar nada en claro.

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