
El comienzo de la corrida se aplaza 30 minutos. Eran las 18:30 cuando asomaba un cartel con ese texto, por orden de don Antonio Pulido Plaza, presidente. Llovía en ese momento y el ruedo no estaba para muchos ruidos. A los diez minutos, lío. Por su cuenta y riesgo, el señor Antonio decide que hasta aquí. Le debió salir otro plan y le entró la prisa porque si no, no se explica. Y la de San Quintín. Los toreros flipando y el sol saliendo, cuando por orden presidencial asoma un propio con otro cartel anunciando la suspensión. Matadores y cuadrillas se plantan delante e impiden que salga. Piden hablar con el presidente, que se ha encerrado en un despacho. Intercede el delegado gubernativo y los toreros suben a negociar con la promesa de que no sale el cartel.
El señor Antonio, que ya ha perdido el rumbo y/o la vergüenza, no sólo no los recibe sin


Esa es la secuencia de los hechos. Mi opinión, que se empieza teniendo la razón y se acaba perdiendo por las formas. Si se suspende de mano, aquí paz y después gloria. Si se espera media hora, se espera, se sale al ruedo y se valora nuevamente torear o no. A las siete de la tarde lucía el sol y el ruedo estaba bastante mejor. Eso por no hablar de que los toreros, que son los principales perjudicados en cualquier caso (se toree o no) estaban por la labor de salir y se les tomó por el pito del sereno.
Resultado final, el presidente destituido y los toreros pidiendo responsabilidades.
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