viernes, 16 de abril de 2010

Ilusión por ser figura

Decía Belmonte que se torea como se es. Y yo me permito la licencia de corregir al maestro: también se torea como se está. Verbigracia, la víspera El Cid con los Victorinos. Lleva toda la temporada pasada el de Salteras fuera de sitio y esta temporada no parece mejorar, a pesar de que algo de culpa tuviera el desastroso encierro del otrora figura de los ganaderos. Y van dos petardos en Sevilla, Victorino, eso habría que mirárselo.

Y en la otra cara de la moneda, El Juli. Ya avisó en Fallas y hoy en Sevilla ha dicho aquí estoy yo. Cómo está este torero, madre. Cómo ve los toros, cómo les da la lidia que demandan, cómo los templa, cómo los lleva de largos y cómo los mata. Por ponerle un pero, a mí juicio se encorva demasiado a la hora de citar pero pedirle que además de todo eso que he dicho tuviese la plasticidad de Morante sería la perfección. Vale que tuvo el lote de la corrida pero es que en sus manos los toros parecen aún mejores. Castella y Perera parecieron hipnotizados por el huracán que asoló la Maestranza y fueron incapaces de sobreponerse a la tarde, así que vamos con don Julián.

Dicen que a los toreros no les gusta abrir cartel porque la gente está fría. A éste le da igual eso o que llueva y ande el personal más pendiente del paraguas y el chubasquero que de lo que sucede en el ruedo. Pero mira lo que son las cosas, que sale un toro de El Ventorrillo que se llama Ilusión. Ni a propósito pudo ponerle mejor nombre el ganadero, porque la ilusión de El Juli por triunfar pudo con todo.

El saludo de capote ya anunciaba gestas de más envergadura. El torero con la pata alante, ganando terreno y el toro metiendo la cabeza con una suavidad impropia de esas alturas de la lidia. Luego el quite, precioso, ahora una chicuelina, ahora una tijerilla, toreando con todo el cuerpo y rematando con una media verónica eterna. Y la muleta.

Qué manera de poder al toro con los ayudados de inicio. Qué derechazos, templadísimos, llevándolo hasta los límites físicos del brazo. Qué naturales, meciendo la muleta y arrastrándola por la arena. Y cuando el toro se fue entregando, los circulares, los invertidos, en fin, que hizo lo que quiso y cuando quiso. Y para coronar la obra una estocada volcándose en el morrillo y enterrando la espada en todo lo alto. Que perdiera la muleta en el embroque no empaña el conjunto porque la muerte del toro fue épica.

Faena de dos orejas, eso lo vimos todos menos el señor presidente, que se empeñó en quitarle protagonismo al torero y dejó el premio en una. Luego quiso compensar en el cuarto, donde El Juli volvió a estar enorme con un toro menos claro y poco menos que tiró los dos pañuelos nada más comenzar la petición del público. No me gustó nada ese gesto pero el caso es que la Puerta del Príncipe se le abría el torero madrileño con toda justicia, aunque el orden de trofeos adecuado hubiese sido el inverso.

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