Este fin de semana he tenido una revelación. Les había escuchado a mis hijos hablar de él pero reconozco que hasta ahora no le había prestado atención. Y sin embargo, cuando ayer mi hija mediana colgó una historia en Instagram comprendí que la cosa iba en serio. Mi hija, que los únicos guantes que yo creía que había visto eran los de la nieve, posteando una foto de Marina Rivers con el cinturón que la acredita como ganadora de un combate de boxeo.
A ver cómo os lo digo: algo se está cociendo en el mundo cultural, en el del periodismo y en el del entretenimiento. Hay un movimiento de placas tectónicas que muchos no saben -sabemos- ver y que se va a llevar a más de uno por delante.
Un tal Ibai Llanos es la estrella. Alejado de los estereotipos, 28 años, con sobrepeso pero con una labia que ya quisiera más de uno que va de estrellita. Lleva avisando varias Nocheviejas, con unas retransmisiones que hacen temblar los cimientos de las tradicionales campanadas. La última -con Ramón García y Anne Igaritburu- enganchó a casi medio millón de dispositivos -entre ellos el mío- y eso que fue su peor registro en tres años.
Pero lo de ayer me ha roto los esquemas. Ibai organizó la tercera edición de lo que llaman La Velada del año, un evento que combina actuaciones musicales y una velada de boxeo, donde youtubers y demás fauna se calzan los guantes en combates de aficionados.
Con esos mimbres, el amigo Ibai es capaz de llenar de gente muy joven el estadio Metropolitano en Madrid (60.000 entradas vendidas) y a la vez retransmitirlo por Twitch y conseguir el récord de audiencia de esa plataforma: 3.400.000 espectadores simultáneos. 8 horas de espectáculo, con un despliegue de medios que nada envidia a cualquier televisión y una realización impecable. Añádase que los días previos ha organizado directos cebando el evento y la víspera montó un pesaje que no desmerece las retransmisiones que te hacen en USA. Y lo más importante, que esto no deja de tener su parte de negocio, con unos patrocinadores potentes.
¿Y por qué digo que algo se cuece? Hace años, el diario El País abanderó una campaña en contra del boxeo (luego le tocaría a los toros) porque al parecer no cumplía los estándares progresistas. Así que, como de lo que no se habla no existe, parecía que el noble arte estaba condenado a su desaparición, o cuanto menos a quedar como algo residual, una cosa de cuatro frikis. Y mira tú por dónde, llegan estos elementos, le pegan una patada al plato y forman la mundial. Porque por si fuera poco, los combates femeninos -que también los hubo- seguramente fueron los mejores, con lo que al sector feminista-radical le explota la cabeza directamente.
Así que tenemos a una juventud que se sacude los complejos de la anterior generación y abarrota una velada de boxeo en la que actúa lo más granado del panorama musical -aunque ahí sí que voy a discrepar de su criterio, excepción hecha de Estopa y Rosario- y retransmitida por nuevos canales. Encima Ibai, que es listísimo, se trae a un veterano como Jaime Ugarte para comentar. Viva lo nuevo, sí, pero sin desdeñar lo antiguo (véase lo de Ramontxu-Anne, idéntica táctica).
No es lo único en lo que anda metido Ibai. Junto con Gerard Piqué, organiza la Kings League, una competición de fútbol 7 en la que se miden equipos formados por jugadores amateur y exprofesionales. Las reglas son moldeables y las pueden cambiar en mitad de un partido. De locos, sí, pero funciona. Mi hijo pequeño, el futbolero de la casa, prefiere un partido de la Kings League a uno de Liga o Champions, salvo que juegue el Real Madrid (los colores aún pesan). Pero como será la cosa para que un madridista acérrimo como él reconozca que Piqué es “el p**o amo”. Me pinchas y no sangro.
Pero hay más. En los entrenamientos de su equipo, sus amigos y él comentan un Porcinos-El Barrio -dos de los participantes en el invento- con idéntica pasión que un Madrid-Barça. Y ya me ha sugerido que para su cumpleaños igual se pide una camiseta.
Pues viendo este panorama, llámame loco pero yo veo algo se está cociendo. Y salvo los mejorables gustos musicales y el abuso del lenguaje malsonante, no estoy dispuesto a perdérmelo.