viernes, 21 de mayo de 2010

Tragedia, inflexión y seda


Me preguntan algunos por qué no actualizo el blog. La verdad es que hemos tenido una racha de corridas infumables y, qué quereis que os diga, no me apetecía ponerme a ello. Pero hoy han sucedido cosas que merecen el esfuerzo.

Cartel de los que tenía señalado en rojo. Primero, por la presencia de Morante y Aparicio, dos de mis toreros favoritos. Y si encima le añades que entró a última hora El Cid, redondo. Claro que para ser honrado, tenía mis dudas sobre lo adecuado de la presencia de éste último, visto lo visto. Pero me equivoqué, afortunadamente.

Donde no fallé fue en los temores hacia el ganado de Juan Pedro Domecq. Nobles, sí, pero con una falta de fuerzas alarmante. Se devolvieron dos pero bien pudieron ser cuatro. La excepción fue el sexto, por el pitón derecho, y el primero, por el izquierdo.

Precisamente ese primero estaba llamado a marcar el sino de la tarde. Precioso de lámina -los jaboneros son mi debilidad- cantó un gran pitón izquierdo en el capote de Julio Aparicio. Como grande fue el toreo a la verónica y la media de remate. Había ese runrun en el ambiente y comenzó Julio la faena de muleta con derechazos desmayados, marca de la casa. Todos esperábamos los naturales como agua de mayo y no dio tiempo a más. Al segundo o tercer pase el toro tropezó con los cuartos traseros el tobillo del diestro, que cayó al suelo. Trató de zafarse, de hacerse el mismo el quite con la muleta pero el toro hizo por él y lo prendió de forma angustiosa. Las imágenes están por todas partes así que no voy a recrearme en la descripción. Tal vez, si hubiera soltado la muleta, tal vez si hubiera estado más ágil, qué fácil es hablar después. El caso es que San Isidro hizo el quite, porque a pesar de lo aparatoso de la cogida pudo ser mucho peor.

La cosa quedó en un mano a mano pero todavía nos aguardaba un susto. El segundo volteó a El Cid y nos temimos lo peor. De nuevo la suerte quiso que el pitón solo calara la taleguilla y el diestro se levantó rabioso y se fue a por él. Yo creo que ahí despertó el de Salteras de la pesadilla que le persigue hace meses. Ese fue el punto de inflexión decisivo, donde dijo "se acabó la tontería, señores, a torear". Porque a partir de ese momento El Cid fue a más con el segundo de su lote, un sobrero de Gavira y resucitó en el sexto.

Ese toro, que estaba sorteado para Julio Aparicio, nos devolvió al torero que muchos sabíamos que estaba ahí, esperando a salir en cualquier momento. El brindis al compañero herido fue precioso y sin más, a los medios. Y ahí me acordé mucho de mi padre, que me enseñó que lo verdaderamente meritorio es citar a un toro de lejos y meterlo en la muleta. Ese Cid fue otra vez el que a él tantas veces le entusiasmó. Dando distancia, templando, bajando la mano y ligando dos series de gran nota. Lástima que por la izquierda el toro se acabase pronto. Lo mató por arriba y cortó una oreja de peso, que debe valerle y mucho.

El gran perjudicado de la tarde fue Morante de la Puebla. Mató el que hirió a Aparicio y salió por chiqueros otro jabonero que parecía un limousine de los que van a la Feria Agropecuaria de Salamanca. Lo recibió con el capote con un mimo y una suavidad que no merecía semejante zambombo. Con la muleta abrevió, con buen criterio.

Lo de que no hay quinto malo no se cumplió. El titular no se tenía en pie y fue al corral. Salió un sobrero de Gavira que corrió la misma suerte. Y por fin, asomó otro de Mari Carmen Camacho al que Morante bordó las verónicas de salida. Todavía nos regaló otro gran quite tras el primer puyazo que puso en pie la plaza. Fue lo único que pudimos disfrutarle porque en la muleta, por más que quiso, no había donde rascar. Le esperamos, don Jose Antonio.

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