El prejubilado llevaba más de tres lustros sin aparecer por Sevilla y hoy se demostró por qué. Y mira que la plaza le recibió con una ovación que invitaba a pensar en empresas más grandes. Pero por no hacer ni siquiera banderilleó a ninguno de sus dos toros, que es quizá lo único que ha hecho con cierto decoro en su dilatada carrera. Por lo demás, en su línea. Pasito atrás con el capote y con la muleta despegado y nerviosito. No es que su lote fuese lo mejor de la tarde pero si la cara es el espejo del alma no podemos decir que Esplá estuviese por la labor. O eso, o se había tragado un bote de pepinillos en vinagre antes del paseillo. Uno se acordaba de la despedida de Pepín Liria el año pasado en esta misma plaza y las comparaciones son odiosas. Así es que tanta gloria lleve como descanso deja.
El heredero batracio, sin embargo, cambió el bote de pepinillos por un Red Bull o así. Si los trajes de luces fuesen como las camisetas de los equipos de fútbol no hay duda de que al Cordobés lo patrocinaría alguna marca de dentífrico. No paró de sonreir en toda la tarde, pero la pregunta es ¿de qué coño se ríe? Porque manda huevos que te toquen los dos toros que tuvo y no fuese capaz de construir una faena medianamente decente. Un lote de Puerta del Príncipe, de montar un escándalo sin precedentes. ¿Y qué ofreció el Cordobés? Pues un recital de medios pases, de recorrer todo el ruedo a merced del toro y de salto de la rana. En Sevilla.
Y lo peor es que Sevilla le pidió las orejas. Daba verguenza ajena, cuando la realización se centraba en los tendidos. Hordas de premenopáusicas con sobredosis de estrógenos gritando ¡torero, torero! y ¡guapo, guapo! Qué horror. Aquello no era la Maestranza, era una plaza de cuarta. Y ese quinto toro hartándose a embestir, con el morro por el suelo y el otro dando mantazos y descojonándose. Y no quiero hacer más sangre porque es un tío que me cae bien. Tan buena gente como incapaz para esta profesión.
Y para completar el cuadro flamenco, el gominas. Otro caso digno de estudio junto a Finito de Córdoba. Bien mirado, sus carreras son paralelas. Ambos se caracterizan por su destoreo, su infinita capacidad para dejarse ir toros de triunfo y por su única faena de mención: casarse con sus respectivas. Javier Conde naufragó con dos toros que pelearon en varas como pocos en esta Feria. Y ni supo ni pudo estar a la altura de sus dos oponentes. No se le movió un pelo, eso sí.
Así es que acabada la corrida me acordaba de aquella cita del Cantar de Mio Cid: qué buen vasallo si hubiese buen señor.
2 comentarios:
Lo único que se salvan son los toros, que tenían que haber cobrado por aguantar"el faenón " que los hicieron. Si hablaran.......
Ayyyyyy que toreros Dios Mio. Que hacemos David con esto.
Y empieza San Isidro. Saldemos como todos los años Asidraos
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