jueves, 11 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 91

La Cofradía de los Ofendiditos se está viniendo arriba. Y lo peor es que no parecen tener techo para sus cuitas morales y amenazan con extender su manual de la corrección política a todos los ámbitos sociales. En el mural de los caídos víctima de sus remilgos están esculpidas letras de canciones, libros y ahora les ha tocado a Vivian Leigh y Clark Gable, pobrecicos míos.

La verdad, no es de mis favoritas. Siempre me ha parecido un poco peñazo y creo que solamente una vez he sido capaz de verla completa. Pero lo han conseguido, si me preguntas ahora mismo qué película me apetece para el sábado por la tarde, lo tengo clarísimo. Ni Jungla de Cristal, ni Casablanca, ni Toy Story. El cuerpo me pide Lo que el viento se llevó y los extras del director, sin anestesia.

Ocurre que reivindicaciones muy respetables consiguen el efecto contrario al que buscan cuando se tensa tanto la cuerda. Se traspasa la delgada línea que separa la vehemencia de la caricatura y ya no hay freno: cabreo permanente, por todo y con todo. Y un efecto secundario demoledor. Hace unos días, en un documental sobre la figura de Miguel Gila emitido en la 2, lo explicaba Javier Cansado: "Lo políticamente correcto, a medio plazo, acabará con el humor".

Quizás es tiempo de una contrarrevolución cultural que ponga las cosas en su sitio. Porque entre el ceño fruncido y la carcajada, no hay color. Y porque, como decía el gran Santiago Amón que estás en los cielos, a este paso en España -en el mundo en general- no cabe un tonto más.

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