sábado, 20 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 100

Este fin de curso tan raro ha camuflado uno de los momentos más divertidos y esperados: el último día de clase y el inicio de las vacaciones. Lo de llevar casi cuatro meses en casa ha hecho que esa jornada tan especial se diluya en el calendario y apenas hayamos notado diferencias del día D al siguiente. Por lo demás, sí tuvimos otro de los clásicos de esas fechas, la lectura de notas finales.

A falta de los resultados de la primogénita en la EBAU -si todo va en orden deberían ser buenos- el resto de la cuadrilla ha cumplido con creces. Alguno incluso se ha salido de la tabla con un pleno de dieces, que a ver quién le tose al mozo. Así que tocaba recompensar el esfuerzo.

Como lo de ir a cenar fuera aún es tarea hercúlea y como estos son de buen conformar, después de negociar varias opciones decidimos pedir comida a una conocida cadena de hamburguesas. Y aquí ha estado la novedad: hemos estrenado la aplicación de Glovo.

Oye, comodísimo. Hemos hecho el pedido con el teléfono móvil mientras volvíamos a casa de hacer otros recados. Y más rápido no ha podido ser el chico que nos lo ha traído. Rápido, educado y amable, que es una cosa que no cuesta dinero, no se necesita título universitario para ejercer y no distingue color de piel. Así que se ha llevado una buena propina, que es cosa que se agradece mucho y lo sé por experiencia.

Que uno tiene su biografía y se ha ganado las perras desde hace mucho y en muchos trabajos, gracias a Dios, que así valoras y empatizas que da gusto.

Pero esa historia os la guardo para otro día.





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