sábado, 6 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 86

Está siendo un junio raro, meteorológicamente hablando. Ha bajado la temperatura hasta el punto de volver a sacar los jerseys que ya habíamos desterrado a la balda de arriba del armario. Así que esta mañana me apetecía salir a buscar el pan entre nada y menos, por lo que opté por recuperar una vieja receta y hacerlo yo mismo en casa.

El resultado, perfecto. Menuda diferencia, de comer pan que sabe a pan a meter en la boca esas masas precocidas que nos han invadido. Que habrá gente a la que le sirvan esas baguetes de gasolinera pero a los que somos paneros nos puede una buena hogaza.

Yo podría estar comiendo pan de la mañana a la noche. Pero de ese que decimos, del que cruje la corteza y la miga te deja seco el plato cuando lo untas en una buena salsa. Hoy en día es complicado encontrarlo pero hubo un tiempo donde era lo más normal del mundo.

Recuerdo un pan espectacular que comprábamos cuando regresábamos de Barco de Ávila, el pueblo de mi madre. Era parada obligada en Muñogalindo, ya cerca de la capital y el olor inundaba el coche hasta llegar a nuestro destino. O el pan de el Cuco en Vitigudino, que tantos años disfrutamos a diario y afortunadamente, allí sigue cuando volvemos. 

Ya más recientemente, un pan para disfrutar en Salamanca es el de La Tahona, al inicio de la calle Azafranal. Y también recuerdo con mucho agrado la colección de panes que nos ponen en el restaurante En la Parra, que hacen que la experiencia de comer allí sea aún más placentera. 

Lo que me recuerda que tengo unas ganas locas de pisar esa tierra. ¡Ya queda menos!  


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