lunes, 8 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 88

Pasan los días, abren los bares, las peluquerías, las tiendas de ropa y está muy bien recuperar poco a poco la normalidad. Aunque hay órdenes que chocan con el sentido común, todos las hemos asumido y puesto en práctica, como no podía ser de otra manera. Pero hay cosas que chirrían especialmente.

Me ha llegado hoy -no recuerdo si por whatsapp o lo he visto en alguna red- una viñeta en la que un señor solicita reservar todas las mesas de una terraza y cuando la camarera le pregunta para qué celebración sería, se identifica como un profesor que quiere dar una clase, porque es el único sitio donde les permiten reunirse. Yo no sé si es que los responsables del tema educativo no tienen hijos, o al menos no en edad escolar. Pero la impresión que da -y espero sinceramente que sea eso, una impresión equivocada- es que la educación no corre prisa.

Y qué queréis que os diga, en mi orden de prioridades, mucho antes que tomar una sidra está la selectividad a la que se debería enfrentar mi hija mayor en unas semanas. O el inicio de curso de sus hermanos, una en la ESO, el otro en Primaria. Y a estas alturas, nada sabemos. Que no quiere decir que no se esté haciendo, insisto en que nada me gustaría más que envainármela, pero al menos en lo que se refiere a la comunicación, también en esto hacen aguas los políticos al frente del asunto.

Porque me entran sudores fríos solo de pensar en un septiembre al ritmo de la yenka gubernamental que tantas alegrías nos ha dado desde marzo.

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