martes, 16 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 96

Maté un perro y me llaman mataperros, dice el refrán. Es lo primero que se me ha venido a la cabeza al conocer la noticia de la concesión del Premio Princesa de Asturias de los Deportes a Carlos Sainz

El currriculum del piloto madriñeño abruma. Dos mundiales de rally -que debieron ser alguno más- a bordo del mítico Toyota Celica, con algún guiño a la historia, como fue inscribir su nombre como primer piloto no nórdico que gana el 1000 Lagos.

Ya retirado del Mundial, buscó nuevos retos en otro clásico del calendario, el Dakar. Debutó en 2006 y cuatro años más tarde, en 2010, se anotaba su primera victoria a los mandos de un Volkswagen Touareg. La medida de su grandeza llegó después, cuando repitió con dos marcas distintas, primero Peugeot (2018) y este mismo año con Mini. 

Pues con todo, aún hay gente que le hablas de Carlos Sainz y sólo se acuerdan del famoso episodio del Rally de Gran Bretaña de 1998, cuando a falta de 500 metros para la meta y con el título prácticamente en el bolsillo, su Toyota Corolla dijo basta, para desesperación de su copiloto Luis Moya. Allí nació el clásico "trata de arrancarlo, por Dios" y la fama de gafe de Sainz. El argumento se desmonta sólo, basta con atender a su historial, pero algunos son partidarios de que la realidad no les estropee su película.

Así que yo me alegro mucho de la concesión de este premio, que es la guinda perfecta a una carrera que para sí la quisieran muchos. Por los títulos y por el poso de señorío que ha dejado por donde pasó. Será un placer recibirle en Oviedo.

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