domingo, 14 de junio de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 94

Antes que nada, tengo que daros las gracias por la espectacular respuesta al diario de ayer. Después de leer todos los comentarios y los mensajes privados que suscitó me queda la sensación del deber cumplido. Como se dice ahora, se tenía que decir y se dijo.

Y claro, ahora viene lo malo, a ver de qué hablas hoy cuando has dejado el listón donde quedó ayer. Llevo dándole vueltas a eso desde que me levanté, a ver que cuento yo ahora que no parezca una frivolidad. Porque tenía el tema de la vuelta del fútbol pero no me vas a comparar, aunque haya ganado el Madrid. Pero mira tú por dónde, mientras leía el periódico esta mañana desayunando encontré la salida al laberinto, la forma de hilar con el gran homenaje al amor que dejamos en el aire ayer.

La verdad es que estábamos avisados. Si todo esto empezó en China y allí ya ocurrió, era cuestión de tiempo que llegara también a nuestros lares el virus del divorcio. Y es que el amor en los tiempos del coronavirus parece que también ha sufrido una pandemia. El dato no ofrece dudas: entre los meses de marzo y abril, coincidiendo con el confinamiento, aumentaron las solicitudes de divorcio un 41%. Que digo yo que esto va a ser como las vacaciones, que parece que también son una época propicia para las rupturas. Pero no busquemos culpables donde no los hay, en estas situaciones la cosa tiene que venir ya torcida de atrás y el aumento de horas de convivencia es, simplemente, el detonante. 

Es algo así como los ríos. Durante el invierno el agua todo lo tapa. En el fondo hay una rueda vieja, una lavadora oxidada y una bicicleta desguazada pero el caudal de agua no deja verlos y el río fluye, aparentemente sin problemas y formando una estampa bonita. Eso sería la relación de pareja rutinaria, cada uno en su trabajo, apenas se ven y bueno, van tirando. Pero llega el verano -llámalo vacaciones o confinamiento- y la cosa cambia. El caudal disminuye hasta casi secarse y de repente aflora todo lo feo que estaba en el fondo. Y el que termina por ir a recoger los trastos viejos se llama abogado. 

Lo digo convencido, porque lo vivido en mi caso y en el de más gente que así lo ha expresado, ha sido al contrario. El confinamiento ha servido para disfrutar de un tiempo en familia del que nos disponíamos y para constatar que, de momento y toco madera, en el fondo del río no hay más que piedras y pececillos.

Que es lo suyo.


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