viernes, 10 de abril de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 29

Viernes Santo. Habitualmente es el día en que Olga y yo nos desquitamos del mal rato que nos lleva dando Jose el del Valencia colgando fotos durante el último mes, poniéndonos los dientes largos con su menú de Cuaresma. Súmale a eso que es de los pocos ratos del año en que podemos estar solos -a la descendencia la queremos mucho pero se agradece un ratito en pareja- e imaginaos cómo estoy hoy. Esos garbanzos con espinacas, ese bacalao y esa torrija. No sigo, que se me saltan las lágrimas.

Después de comer hubiéramos paseado por la Rúa y por Libreros, ya toda la tropa junta, haciendo tiempo para ver al Rescatado y contarle a Pedro lo bien que ha salido todo. Y por la noche buscaríamos sitio para disfrutar de la Soledad, de esa estampa que se forma a su paso por el atrio de San Esteban, de ese silencio que hace retumbar los pasos en las piedras de las Dueñas. Y el otro momento de la noche, la entrada en la plaza Mayor, cuando todas las luces se apagan y se crea ese ambiente inigualable.

¡Ay, qué ganitas de que llegue el año que viene!

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