Ayer me llamaron del periódico para hacerme una entrevista. Uno de los múltiples charcos en los que me meto es presidir la Asociación de Familias Numerosas de Asturias, así que querían conocer mi opinión sobre el barullo que ha montado el gobierno con la salida de los niños. Naturalmente, cuando uno emite una declaración así, tiene que medir bien las palabras, no puedes soltar a pelo lo primero que te viene a la cabeza, porque representas a un abanico amplio de gente con opiniones diversas. Pero ahora va a hablar David como ciudadano particular.
Habréis notado que, desde el primer día de este diario, he tratado de dejar la política al margen. Pero a estas alturas ya no me vale la cantinela de que hay que apoyar, ya habrá tiempo de críticas y de pedir responsabilidades. Ya ha habido margen suficiente. No se puede ser tan chapuzas. Antes de plantear si salen los niños, los padres o los abuelos tendríamos que estar haciendo test a destajo. Ya no es que no sean capaces de comprarlos, es que los que traen no valen y encima pagan un sobreprecio escandaloso. O son muy torpes o alguien la está liando parda a propósito. Y no sé cual de las dos opciones es peor.
Así que sin la premisa de los test, alguien monta una reunión y de ahí sale la brillante idea de que los niños puedan ir al supermercado, a la farmacia o al banco. Les faltó organizar visitas guiadas a las urgencias hospitalarias. Y lo peor no es que tengan la ocurrencia -ninguno de los asistentes tiene hijos, otra explicación no encuentro-, lo gordo es que van ¡y lo anuncian!
Naturalmente, a las pocas horas tienen que recular e improvisar un plan B que en realidad es mucho más sensato que el A. Pues mira, no, esto ya no resiste el análisis más benévolo. Y no va de izquierdas ni derechas, en Portugal hay un gobierno de la misma tendencia que el nuestro y cualquier comparación es ofensiva. Para ellos, claro.
En fin, contemos hasta diez y a ver cómo sale el experimento.
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