jueves, 2 de abril de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 21

Ya os he hablado en días anteriores del camino al trabajo. Esa cuesta interminable, vacía de gente y de tráfico. Hoy subía ensimismado en mis cosas, con los auriculares conectados a la radio. Iba escuchando que se preveían superar los 10.000 fallecimientos -luego se confirmó la cifra- cuando el ruido de un motor rompió el silencio de la calle. Era un coche fúnebre con un ataúd dentro.

Normalmente los ves seguidos de una romería de vehículos particulares y taxis. Este iba sólo y lo que más me impactó, sin ninguna corona ni rastro alguno de flores. Una imagen fría, estremecedora. Lo seguí con la vista hasta que se perdió entre los edificios del fondo. Y me dio por pensar.

Van miles de muertos pero creo que no somos conscientes de ello. En otras circunstancias, las televisiones nos han bombardeado con imágenes de todo tipo, con declaraciones de familiares, etc. Pero ahora hay una especie de velo que todo lo cubre y que no deja ver la magnitud de la tragedia a la que nos enfrentamos. La visión de ese ataúd ha sido como encender una luz en mitad de un sótano oscuro, como si de repente alguien me hubiera sacudido los hombros diciendo espabila.

Nosotros en casa, viendo series, leyendo libros, chateando, reenviando memes y ahí fuera la gente muriéndose a chorros. Sola. El escenario que me cuenta alguien que está en primera línea parece sacado de un guión cinematográfico pero es la pura realidad: "mueren solos, sin que se entere nadie. Las puertas cerradas, sin acompañantes, se van apagando y muchas veces, cuando entran las enfermeras, ya están muertos".

No sé si alguien tiene interés en que ese velo lo tape pero, desde luego, lo parece.

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