lunes, 20 de abril de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 39

El Domingo de Resurrección os prometí que más adelante hablaría de ello y ha llegado el momento de cumplir el compromiso. Hoy es Lunes de Aguas. Una fiesta que se celebra en Salamanca el lunes posterior al Lunes de Pascua. Lo más importante, el protagonista absoluto del evento, es el hornazo, una especie de empanada hecha con masa de pan y rellena de chorizo, jamón y lomo. Algunos le ponen huevo cocido, a mí particularmente me gusta la primera versión.

La tradición del Lunes de Aguas se remonta a al siglo XVI. En aquel tiempo, el motor de Salamanca ya era la Universidad. Miles de estudiantes acudían a sus aulas y alrededor suyo, las industrias auxiliares de la época: criados, mozos de cuadra, taberneros, feriantes... Vamos, como ahora pero sin los pubs de la Gran Vía, sin Amazon y sin inmobiliarias. Y hete aquí que de todas esas actividades en torno al estudio, parece ser que florecía especialmente la profesión más antigua del mundo.

En medio de este panorama, se presentó en la ciudad el rey Felipe II, que iba a contraer matrimonio con María Manuela de Portugal. Naturalmente, se organizaron festejos de todo tipo, unos con el beneplácito real  (corridas de toros, torneos, etc.) y otros, como dirían Les Luthiers,  fuera de programa. Y dentro de estos últimos, quedó horrorizado el monarca por el abanico de posibilidades para pecar contra el sexto mandamiento que ofrecía la capital charra. Así que haciendo honor a su sobrenombre de El Prudente, dictó una orden por la que el ayuno de carne característico de la Cuaresma y la Semana Santa se tomaba al pie de la letra: ni embutido, ni chuletones, ni putas.

Para poder cumplir con el edicto real -y como el que evita la ocasión evita el peligro- al inicio de la Cuaresma las prostitutas eran sacadas de la ciudad y llevadas a la otra parte del río Tormes, por fuera de la muralla, en la zona que hoy se conoce como barrio del Arrabal. El período de abstinencia no terminaba con el Domingo de Resurrección, no, a ver qué os creéis. Lo mismo que a los astronautas se les somete a un periodo de descompresión cuando regresan a tierra, el rey decidió que la vuelta al desenfreno no podía hacerse de golpe. Así que el ayuno putiferil se extendía una semana más, hasta el lunes siguiente al Lunes de Pascua. O sea, hoy.

El regreso de las trabajadoras del amor se hacía con gran jolgorio y despliegue etílico. El coordinador del trasiego de uno al otro lado del río era un sacerdote al que -no podía ser de otra manera, esto es España, amigos- se le bautizó como el Padre Putas. Se utilizaba la barca como medio de transporte porque la ley impedía cruzar el puente a toda aquella persona que no se hubiera confesado y comulgado. Así es que las urgencias de la grey estudiantil después de tantos días -semen retentum venenum est- provocaban que en la misma orilla del río se produjeran auténticas orgías.

Y así ha llegado esta fiesta a nuestros días. Naturalmente, no hay escenas de desenfreno carnal al pie del Tormes pero sí que ha permanecido la costumbre de juntarse con amigos y familiares y compartir el hornazo en el campo.

Si el tiempo y el puñetavirus lo permiten.


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