Ayer cerraba el diario hablando de cómo nos ha cambiado la percepción del tiempo. Es curioso, acostumbrado a mirar constantemente mi muñeca izquierda, con el día organizado en un interminable horario, corre que no llegas y ahora me pongo el reloj por inercia, pero podría dejarlo a vivir en la mesilla de noche y no lo echaría de menos.
No es lo único que ha cambiado este confinamiento. Estamos viendo que cosas que creíamos imprescindibles y situábamos en el centro de nuestra vida, en realidad son accesorias. Por ejemplo, el fútbol. Llevamos más de un mes sin Liga, sin Champions y no pasa nada. Igual los programas deportivos no opinan igual pero bueno, acostumbrados a vender humo, no deberían tener problemas para seguir llenando sus espacios. A decir verdad, el tema fútbol yo ya lo tenía superado antes de todo esto. Me gusta, soy seguidor habitual pero -en mi casa lo saben- entre quedarme sentado en el sofá viendo un partido y salir con mi familia a dar una vuelta lo tengo claro.
En cambio, hemos recuperado otras. Y esas sí que las voy a añorar cuando volvamos a la normalidad. Me refiero a los ratos de sofá con mis hijos, a los mimos, a las guerras de besos, a las sesiones de peluqueria casera o a las recetas de cocina. Que sí, que todas esas cosas las hacíamos antes. Pero no juntas ni con tanta asiduidad porque unos llegamos cansados del trabajo, otros no paramos en toda la tarde de ir y venir a actividades, los deberes, la compra y al final, para lo importante no nos queda tiempo.
¿Os imagináis que de toda esta experiencia fuéramos capaces de quedarnos con esa percepción de lo esencial y supiéramos mantener el orden de prioridades?
¡Ojalá!
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