Sábado Santo. Hoy nos hubiera pillado ya en el pueblo, después del periplo capitalino. Habríamos ido por la mañana a comprar a Vitigudino, a llenar la nevera de filetes de babilla, de lomo de cerdo, de manto, de jamón, de salchichón y de queso de Vilvestre. Hubiésemos tomado unas cañas con la mejor jeta de Europa y saludado a un montón de gente.
Por la tarde hubiésemos cambiado la vorágine de la Semana Santa de Salamanca por la intimidad de una de un pueblo de menos de 100 habitantes. El barullo de la plaza Mayor por la tertulia con los parroquianos. El jaleo de tráfico de la plaza España por la tranquilidad rota por un rebaño de ovejas. Y los niños estarían felices, uno jugando a la pelota en el frontón, otra dando biberones a algún ternero recién nacido. Y alguna otra haciendo fotos molonas para el Instagram.
Siento repetirme pero, ¡que ganas de que llegue el año que viene!
No hay comentarios:
Publicar un comentario