domingo, 26 de abril de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 45

Reconozco que estoy despistado con el tema. De lo que yo he sido testigo directo tengo una opinión muy clara: la gente ha respetado las normas y se han hecho las cosas bien. Pero de repente empiezan a llegarte imágenes de otros sitios que parecen indicar lo contrario y ya no sé qué pensar. Incluso que muchas de esas escenas sean fakes.

El caso es que yo estoy aquí para contaos mi vivencia y es lo que voy a hacer. El día amaneció lluvioso pero en Asturias ya estamos curados de espanto, así que pronto empezamos a ver gente por la acera, a escuchar risas, a recuperar un poquito del paisaje habitual. Nosotros aplazamos la salida a la sobremesa. Armados con paraguas y mascarillas, allá pusimos el pie en la calle en dos grupos: Mamá y David por un lado y varios metros atrás Papá y Aroa. Teníamos estudiado el circuito, en función del kilómetro estipulado alrededor de casa pero hacia la mitad, la primera parte de la expedición decidió regresar a la base. Nosotros seguimos e incluso tuvimos premio en la última parte del recorrido, que dejó de llover.

Las conversaciones con Aroa suelen ser tronchantes y hoy no iba a ser menos. Yo preguntando cómo se sentía y ella respondiendo que muy bien pero que le daba mucha impresión caminar por las calles tan vacías de gente y prácticamente sin coches por la calzada. Y entre medias, no se ha dejado un charco sin chapotear en él. Benditas botas de agua. El momento club de la comedia que todos los días nos regala esta muchacha ha llegado ya casi al final del paseo. Íbamos pasando delante de la iglesia de San Julián de los Prados cuando de repente:

 - Mira, Papá, gaviotas (empieza a emitir una especie de graznido)

- Aroa, ¿qué haces, qué ruido es ese?

- Ah, es que no te lo he dicho, es que hablo con las gaviotas (sigue el graznido)

- O sea, ¿como Harry Potter con las serpientes?

-Exacto.

 Me he venido riendo yo solo hasta casa.

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