domingo, 17 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 66

Esta semana se ha recuperado la celebración de las misas. Con ciertas restricciones, naturalmente, pero es un pasito más en la dirección de la normalidad. Ni nueva ni de segunda mano, normalidad a secas. En mi parroquia se ha organizado un grupo de voluntarios para controlar los accesos y el cumplimiento de las normas y ya os podéis imaginar a quien le ha tocado.

Así que allí me fui esta mañana, a la misa más atípica de mi vida. Aforo reducido, con separación en los bancos marcada con las cartulinas correspondientes, obligatoriedad de guantes y mascarilla y aplicación de gel hidroalcohólico a la entrada y a la salida. Comunión en la mano, la paz con un simple gesto de cabeza y colecta a la salida. Todo ello con una versión abreviada de la liturgia, que hay que desinfectar todos los bancos que se hayan usado, los pomos, las puertas y cualquier superficie susceptible de ser tocada y hay que dejarlo listo para la siguiente misa.

Muchas cosas eran nuevas para mí -bueno, para todos- pero lo de la brevedad, no. Mira que nuestro párroco se ha dado prisa pero no ha sido capaz de batir la marca establecida por don Jesús, un cura de Vitigudino ya jubilado. Cuando vivíamos allí tenías dos opciones: ir a la misa del domingo con don Luciano en la iglesia del pueblo o a la del sábado por la tarde con don Jesús en la capilla de mi colegio. Aparte de las connotaciones sentimentales, la decisión era bien sencilla de tomar. 

El primero, que en paz descanse, vocalizaba regular y tenía una tendencia a enrollarse fuera de lo común. Empezaba la homilía, se metía en el charco y se tiraba media hora dando vueltas intentado salir. De modo que más de media feligresía se ponía en modo avión mientras el buen hombre peroraba sin descanso. Cuando por fin terminaba, hacías una encuesta y de cada 100 personas, 98 no eran capaces de recordar de qué había hablado.

Por contra, don Jesús era la concisión en persona dando misa, la palabra justa en la homilía, cortita y al pie, como dicen los futbolistas. En poco más de veinte minutos nos había despachado y nos íbamos al Centro Cultural a jugar un futbolín antes de cenar pero con el mensaje del Evangelio del día bien interiorizado. Y mira tú por dónde, he seguido disfrutando de su verbo ligero muchos años pues hasta su jubilación, era el párroco del pueblo de mis suegros.

Hoy me acordé mucho de él al finalizar la misa. Tranquilo, sigues siendo el más rápido, pensé. Y por un momento me lo imaginé con el Ducados en la comisura de los labios, apoyado en la puerta de su Renault Clío y esbozando una sonrisa. 




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