viernes, 1 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 50

Hoy pensaba hablar de mis agujetas. Cada vez que me siento y me levanto siento unas punzadas en los cachetes del culo como si me estuvieran clavando alfileres. Es lo que tiene volver a montar en la bici después de no tocarla desde el verano, gajes del oficio del ciclista ocasional. El caso es que lo doy por bien empleado cuando pienso en lo que he disfrutado los últimos dos días con mis hijos recorriendo una ciudad casi fantasma, como nunca la habíamos visto antes. Pero un mensaje de whatsapp mientras decidía el guión de hoy me ha cambiado el paso y me ha hecho reflexionar.

Una de las cosas que más me están sorprendiendo en esta situación es la cantidad de palabras y palabros que están haciendo fortuna. Por ejemplo, la desescalada. Probad a buscar en el diccionario. No existe. Y sin embargo, ahí  lo tienes, soltó la liebre Sánchez en uno de sus sermones y no hay forma de sacudírselo de encima. Ni al sermoneador ni al neologismo. Y a todas horas desescalada. En la prensa, en la radio, en los telediarios, en las declaraciones de la oposición y cualquier día en las servilletas de los bares, si es que nos los abren. ¿Nadie va a poner pie en pared? ¿Nadie va a proponer una alternativa razonable, no sé, recuperación o vuelta a la normalidad? ¿A nadie le chirría el palabro? ¿Soy yo el raro?

A esa ya le llevaba yo dando vueltas unos días pero os dije que había un mensaje de whastapp que me encendió la bombilla. Lo envió Chelo Sánchez, que para mí es una especie de Santísima Trinidad laica, tres personas en una: fue mi profesora, fue mi jefa y siempre será mi amiga. Sostiene Chelo que no existe la distancia social sino la distancia física. Que una cosa es estar separados dos metros y otra muy distinta el cariño, el gesto, la preocupación por los demás. La primera nos la pueden imponer, la segunda es imposible. Y seguro que todos tenemos ejemplos de gente que tenemos muy lejana en términos geográficos pero más cerca en la mente y el corazón que muchos a los que vemos a diario. 

Así que ya sabéis, al si alguien os vuelve a hablar de distancia social para lograr la desescalada, arremangaos con parsimonia, enarcar las cejas y espetarle una pedorreta. Con cariño, eso sí.

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