sábado, 2 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 51

Por razones obvias esperaba como agua de mayo la fecha en la que los niños pudieran por fin salir a la calle. Lo disfrutamos muchísimo el primer día y los sucesivos, para qué nos vamos a engañar. En cambio, la libertad condicional para los más mayores me ha pillado más despreocupado.

Los más cercanos -mi madre y mis suegros- no mostraban mucho entusiasmo con la posibilidad de pasear. Parece que les podía más el miedo al contagio que estirar las piernas. Y sin embargo, al final han sucumbido y han puesto un pie en la acera después de casi dos meses de encierro. Con toda la prudencia del mundo, con sus mascarillas y respetando las distancias, naturalmente, pero la experiencia les ha sido muy grata.

Así lo hemos vivido aquí también. Se notaba más gente por la calle, como era de esperar, pero debo decir que el comportamiento ha sido exquisito, al menos en lo que yo he sido testigo. Y os digo una cosa, si disfruté hace unos días de ver a los niños hoy lo he hecho aún más con los abuelos.

Aquellos fueron un torbellino de carreras, risas y juegos, éstos todo lo contrario. Con paso lento, algunos arrastrando los pies, otros apoyados en sus bastones pero todos con un brillo especial en los ojos. La ilusión no tiene edad y para muchos de ellos, caminar es una medicina más, como para los más pequeños es quemar energía encima de una bicicleta o detrás de un balón. Encima el tiempo ha acompañado, así que terminamos el día con muy buenas vibraciones.

Ojalá sean el preludio de la vuelta a nuestras rutinas.

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