miércoles, 27 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 76

Llevo todo el día tratando de huir de la actualidad, pensando en lo que iba a escribir hoy. Porque el panorama es para salir corriendo y no parar hasta la frontera con Portugal. Que tiempos aquellos en que mirábamos a nuestros vecinos por encima del hombro, menuda cura de humildad nos están dando con esta historia.

Dejando de lado la gestión de la pandemia, que también da para sonrojo, el espectáculo de las últimas 48 horas no tiene parangón. Coges el periódico y es un no parar: dimisiones en la Guardia Civil, lutos que llegan tarde y mal, muertos que desbordan las estadísticas, ministros que decían digo cuando eran jueces y ahora dicen Diego y así todo. Así que escapando de este paisaje, me topé con una noticia que me terminó de deprimir. O no, ya veréis.

La cosa arranca con una cifra: tres millones y medio de litros de cerveza Damm han quedado huérfanos de bebedores en los bares cerrados. Barriles que un buen día vieron como se apagaban las luces, se cerraban las puertas de los locales y se quedaban allí, a medio llenar, esperando a ese cliente con ganas de una caña fresquita que no llegaba. 

Esa era la parte triste de la noticia. Lo bueno es que la cervecera ha suministrado barriles nuevos y ha retirado los usados de forma gratuita. Una forma de apoyo a la hostelería. Pero no acaba ahí la historia. Esa cerveza que no se podrá consumir se recicla para producir biogas en su planta de El Prat de Llobregat. Una vez lavado y purificado se usará para producir electricidad en una instalación de cogeneración. Las estimaciones hablan de 670.000 kilowatios, que para hacernos idea, equivalen al consumo medio mensual de 2.500 hogares.

Pocas cosas hay más apetecibles que una caña bien tirada en una terraza pero si no puede ser, me parece un final maravilloso.

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