martes, 5 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 54

Ayer Aroa tuvo un percance con los patines -nada grave, el típico culetazo- y hoy no le apetecía calzárselos. Así que cambiamos el paseo sobre ruedas por otro breve a pie al lado de casa. Luego al hiper a hacer la compra grande para la semana. La novedad es que han abierto ya más secciones, al menos que yo viera, la de librería.

Al volver a casa, mi primera experiencia en un control policial. Sirenas a lo lejos, conos señalando el carril, ticket de la compra preparado y cuando estoy frenando a la altura del primer policía me hace señas para que continúe. Pues vale, lo que usted diga, señor agente. Al pasar los furgones, un coche parado a la derecha. Por el tuneo y por el aspecto de los ocupantes yo creo que el control era de otra cosa.

El caso es que llegué a casa justo cuando daban las ocho de la tarde. Y mi portal parecía los corrales de Santo Domingo de Pamplona a las ocho, pero de la mañana. Chupinazo, abro la puerta y estampida de vecinos en chandal. Así que me dieron envidia, coloqué la compra, me cambié, me puse el casco y a la calle yo también a por mi ración de bicicleta.

Las agujetas ya son historia y ocurre lo habitual, que cuando acostumbras al cuerpo al ejercicio, éste te pide más. Y encima sin tener que ir pendiente de los dos satélites, así que le he dado caña.

Que falta me hace...

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