domingo, 24 de mayo de 2020

Diario de una familia enclaustrada: día 73

Bueno, pues mañana nos llega la fase 2. Por fin podremos salir toda la familia junta y dejar atrás una de las normas más absurdas de este confinamiento. Y es que hay cosas que se escapan al sentido común. Hoy lo comentaba con mis compañeros del equipo de voluntarios de la iglesia, después de que higienizáramos los bancos para la siguiente misa. Las limitaciones de aforo tienen razón de ser para mantener la distancia de seguridad. Ya sea en el templo, en el supermercado o en la zapatería. Pero el caso es que, en todos los protocolos de prevención de riesgos laborales que llevo leídos en los últimos dos meses -y han sido unos cuantos- el uso de la mascarilla se recomendaba siempre que no fuera posible respetar dicha distancia. 

Y digo yo, ¿no es más fácil controlar que todo el mundo lleve su mascarilla y nos "olvidamos" de la distancia? La norma dice -bueno, dice a estas horas, lo mismo mañana cambia, recordad la yenka- que es obligatoria en sitios cerrados y al aire libre, siempre que no se puedan mantener los dos metros de separación. Imaginemos la situación. 

Salgo de mi casa, mascarilla en el bolsillo. Pongo el pie en la calle y no hay nadie. Camino 300 metros y llego al semáforo. Mientras espero, se acerca un señor. Saco el metro y mido, está a 170 centímetros, así que toca poner la mascarilla. Se pone en verde, cruzamos, yo giro a la izquierda y el señor a la derecha. Fuera mascarilla. Continúo camino, acera despejada. De pronto, sale una señora de un portal. No me ha dado tiempo a reaccionar, no necesito el metro porque casi nos chocamos, así que echo mano corriendo a la mascarilla. Con las prisas se me cae, me agacho corriendo y cuando me la estoy colocando, la señora ya se ha subido a un taxi que la estaba esperando. Fuera mascarilla. O no, espera, que a lo lejos viene otro paisano y la acera es estrecha, casi que la voy poniendo...

Mira, ¿eh?, yo ni puedo con este trajín. Así que hace días que -sentido común- me pongo la mascarilla antes de salir de casa y no la quito hasta que llego a mi oficina, que estoy solo y no me hace falta. Lo primero por comodidad; lo segundo porque conviene tocarla lo menos posible; y lo tercero, porque cuanto antes nos acostumbremos, mejor.  Déjate de zarandajas, haz obligatorio su uso y todo el mundo a funcionar. No veo por qué desde el primer día podemos estar cuarenta personas a la vez haciendo la compra en el supermercado pero en la librería o en la zapatería tengamos que entrar de uno en uno. ¿Son más contagiosos los libros que las naranjas?

En fin, paciencia, sobre todo a los que vais por detrás en esta gymkana de las fases. Todo llega. Bueno, todo, menos las Champions del Atleti. ¿O os pensabais que hoy no iba a recordar el sexto aniversario de la Décima?

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