miércoles, 1 de julio de 2020
Setenta y dos horas, dieciocho años y una vajilla de porcelana
lunes, 29 de junio de 2020
Dos hombres buenos
lunes, 22 de junio de 2020
¿En qué quedamos?
domingo, 21 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 101
sábado, 20 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 100
viernes, 19 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 99
jueves, 18 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 98
miércoles, 17 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 97
Cuando compramos el piso, una prioridad era buscarle sitio a los libros que se me acumulaban en cajas. El día que vinimos a verlo antes de decidirnos por embarcarnos en la hipoteca lo tuve claro. Había un hueco en el pasillo perfecto para una estantería de lado a lado y del suelo al techo. Dicho y hecho, la encargamos y por fin pude poner orden.
Al principio me sobraban huecos pero a estas alturas ya no entra un libro más y he tenido que buscar espacios alternativos. Y eso que mi volumen de adquisición menguó de manera inversamente proporcional a las sucesivas llegadas de los descendientes. No obstante, aunque estoy muy contento con mi biblioteca, mi sueño aún está por cumplir.
La historia arranca en Barco de Avila, el pueblo de mi madre. Mis veranos eran tardes de piscina o río y lectura. En un determinado momento que no soy capaz de precisar, Fide, un profesor amigo de la familia, se convirtió en mi bibliotecario particular. Al conocer mi desmedido interés por la lectura, se ofreció a recomendarme y prestarme libros para mis ratos de toalla. Me los llevaba de tres en tres.
Aún recuerdo la impresión que me llevé al entrar por primera vez al salón de su casa. Las paredes llenas de estanterías, libros, libros y más libros por todos lados. Aquello era el paraíso. En la retina me quedó grabada esa imagen y en la cabeza un pensamiento: algún día yo quería una habitación así en mi casa.
Os he contado todo esto porque esta tarde he ido a recoger un encargo a Cervantes, la librería de toda la vida de Oviedo. En Salamanca teníamos otra con el mismo nombre pero lamentablemente, hace años que asistimos a su funeral. La de aquí -toco madera- goza de buena salud y resiste los envites y los embates de Amazon.
Pero la crisis de la Covid19 les ha hecho pupa, a pesar de que se manejan bien en la venta por internet. Así que han puesto en marcha una idea para el que quiera colaborar en la recuperación de la librería. Han diseñado unos marcapáginas solidarios, personalizados con tu nombre, que puedes encargar por 10€. Y además, van a tatuar una pared de la librería con los nombres de todas las personas que colaboren en esta iniciativa.
De momento, os puedo enseñar mi marcapáginas pero ya tengo sitio reservado, el 152, en esa pared. Prometo foto.
martes, 16 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 96
lunes, 15 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 95
domingo, 14 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 94
sábado, 13 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 93
Hoy hace cincuenta años que se casaron mis padres. Y ya me puedo esmerar, porque lo único que va a consolar a mi madre de la pena de no poder celebrar las Bodas de Oro junto al hombre de su vida es que me salgan unas letras a la altura de la efeméride. Así que vamos allá.
Había imaginado este día de muchas maneras. Al principio -cuando no contábamos con que el destino nos la iba a jugar y se iba a llevar a mi padre tan pronto- como una gran fiesta, al estilo de la que celebramos hace veinticinco años. Luego nos tuvimos que acostumbrar a que ya nada sería igual sin él.
Y aún así, yo estaba empeñado en que hoy montáramos algo gordo, que es lo que a él le hubiera gustado. Pero tuvo que llegar el puto virus a amargarnos la vida y tampoco va a poder ser. Ahora comprenderéis mejor porque en varias ocasiones he dejado aquí escrito que me corría más prisa poder ver a los míos que tomar una sidra.
En la vida hay que tener suerte. Es cierto que una parte de la ecuación consiste en que la busques tú mismo pero hay otra que no eliges y ahí es donde influye el capricho del azar. Mis hermanos y yo no podemos tener queja. Habrá más como ellos, seguro. De hecho, yo conozco a algunos. Pero si nos piden que pongamos un ejemplo de pareja no necesitamos buscar fuera de casa, mis padres son el modelo perfecto.
Cuando te planteas construir una familia hay algo que resulta imprescindible. Igual que los ladrillos de un edificio no son sino frágil equilibrio sin la argamasa que los une, una familia sin amor puede durar, sí, pero tarde o temprano termina por desmoronarse. Y de amor, estos dos iban sobrados, eso hemos tenido ocasión de comprobarlo muchas veces. Incluso cuando discutían, que naturalmente lo hacían. Pero por fuerte que fuera la bronca siempre ganaba la partida el amor.
No hay más secreto. Porque el amor no es solo atracción física, ni cariño. Es también saber perdonar, saber comprender, saber morderte la lengua a veces, saber aceptar, en definitiva, los defectos del otro. Como el otro acepta los tuyos.
Luego vienen las cosas menos importantes. Necesarias, de acuerdo, pero no imprescindibles. Me refiero a los ingresos o a la posición social. Y aquí ya puedo hablar por experiencia propia. Cuando vienen mal dadas, puedes vivir con menos dinero, es cuestión de amoldarse. Pero si falta lo fundamental, entonces hay que tararear la canción de El Último de la Fila: cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana.
En el caso de mis padres es evidente. Cuando murió mi padre, su situación económica era la mejor de su vida. Cinco hijos ya fuera de casa, en la cumbre de su carrera profesional, la situación ideal, menos gastos y más ingresos. Pero no creo que fueran más felices que en otras circunstancias. Al menos ese es mi recuerdo, la felicidad en mi casa nunca estuvo ligada a cosas materiales.
Yo he visto a mi madre echar muchas cuentas, acostarse de madrugada cosiéndonos ropa a toda la familia para ahorrar y a pesar de todo, muchas veces llegar a fin de mes con lo puesto. Y todo ello sin escatimar nunca un duro en nuestra educación -la mejor herencia que nos podrían dejar- y sin que nunca sintiéramos que nos faltaba nada, cuando nos comparábamos con otros que -aparentemente- lo tenían todo. Pero era justo al contrario, muchos de esos se hubieran cambiado por nosotros si hubiesen sabido que de nada sirve tener quince juguetes si no tienes con quien jugar.
Yo he visto a mi padre muchos años pegarse una paliza de kilómetros cada viernes para llegar a casa y estar con los suyos. Y el domingo por la tarde, vuelta a empezar. Otros preferían la “libertad” de estar fuera de casa, sin mujer y sin hijos, y quedarse allí donde estaban. Él no. Así que, cuando sonaba la llave en la puerta, eso también era felicidad. Y eso no se compra, se tiene un padre así o no se tiene.
Así que nos encontramos en la situación que muchas veces recuerda mi madre: cuando más dinero podían manejar resultó que lo que necesitábamos tampoco se podía comprar. Y mi padre, después de trabajar como un burro toda su vida, se quedó con las ganas de ejercer de jubilado cuando lo tenía todo, tiempo y dinero, pero le faltó lo esencial, la salud.
Muchas veces le he dado vueltas a esa aparente incongruencia del destino. Y como no llego a ninguna conclusión, al final recurro como siempre a la reflexión con cierto poso teológico que hacía mi padre: las cosas pasan por algo. Tenía otra muy célebre y muy cierta, que fue la que le grabamos en su tumba: los buenos momentos hay que buscarlos, los malos vienen solos. Que razón tenías, Ramón.
Así que aunque sea fuera de fecha, aunque nos cueste las lágrimas, aunque tengamos que ir con mascarilla, con peineta o con guantes de boxeo, buscaremos el momento y como hay Dios que lo vamos a celebrar. Tu mujer, tus cinco hijos, tus tres nueras y tus nueve nietos.
De momento, hoy lanzo una felicitación al cielo y me guardo uno más en la mochila de los besos pendientes para cuando nos dejen movernos y podamos ir a Salamanca.
¡Felicidades, pareja! 🥰
viernes, 12 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 92
jueves, 11 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 91
La verdad, no es de mis favoritas. Siempre me ha parecido un poco peñazo y creo que solamente una vez he sido capaz de verla completa. Pero lo han conseguido, si me preguntas ahora mismo qué película me apetece para el sábado por la tarde, lo tengo clarísimo. Ni Jungla de Cristal, ni Casablanca, ni Toy Story. El cuerpo me pide Lo que el viento se llevó y los extras del director, sin anestesia.
Ocurre que reivindicaciones muy respetables consiguen el efecto contrario al que buscan cuando se tensa tanto la cuerda. Se traspasa la delgada línea que separa la vehemencia de la caricatura y ya no hay freno: cabreo permanente, por todo y con todo. Y un efecto secundario demoledor. Hace unos días, en un documental sobre la figura de Miguel Gila emitido en la 2, lo explicaba Javier Cansado: "Lo políticamente correcto, a medio plazo, acabará con el humor".
Quizás es tiempo de una contrarrevolución cultural que ponga las cosas en su sitio. Porque entre el ceño fruncido y la carcajada, no hay color. Y porque, como decía el gran Santiago Amón que estás en los cielos, a este paso en España -en el mundo en general- no cabe un tonto más.
miércoles, 10 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 90
martes, 9 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 89
lunes, 8 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 88
domingo, 7 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 87
sábado, 6 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 86
viernes, 5 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 85
jueves, 4 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 84
miércoles, 3 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 83
martes, 2 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 82
lunes, 1 de junio de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 81
domingo, 31 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 80
sábado, 30 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 79
viernes, 29 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 78
jueves, 28 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 77
miércoles, 27 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 76
martes, 26 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 75
lunes, 25 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 74
domingo, 24 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 73

sábado, 23 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 72

viernes, 22 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 71
jueves, 21 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 70
(...) esta vez las cosas han ido demasiado lejos, y la única manera en la que podría contener la hemorragia política provocada por el acuerdo sobre la reforma laboral en un contexto impropio y con un socio inadecuado es depurando responsabilidades. De no hacerlo con urgencia, será el propio presidente Sánchez el que se arriesgue a perder toda cobertura, llevando al país a una vía muerta institucional cuando lo que requiere es emprender cuanto antes el largo y doloroso camino que le queda por recorrer
Vamos, que o encuentra su Pearl Harbour pronto o nos comemos todos un Hiroshima.
miércoles, 20 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 69
martes, 19 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 68
lunes, 18 de mayo de 2020
Diario de una familia enclaustrada: día 67
La tarde iba regular. Ya había comenzado la cosa torcida, con la mitad de la ganadería titular, Manolo González, rechazada en el reconocimiento. La propia empresa, a la sazón los hermanos Lozano, remendó con su hierro de Alcurrucén. De forma providencial, como veremos luego. Alternaban en el cartel Ortega Cano y Jesulín de Ubrique, que pasaron sin pena ni gloria.
Pero llegó el quinto toro. Cañego, número 67 en el lomo y nacido en diciembre de 1989. La ficha lo definía como negro chorreao, sin mucha aparatosidad de pitones para lo que acostumbra Las Ventas. En los primeros tercios no dijo nada, con tendencia a quedarse corto y distraído. Nadie dábamos un duro por él salvo Aparicio, que lo lidió con mimo y algo le debió ver en los dos quites que hicieron sus compañeros de cartel.
El caso es que llegó a la muleta con los mismos defectos que había cantado hasta entonces. El inicio de faena, cerrado en tablas, el de Alcurrucén gazapeando y varios pases de tanteo. Parecía que la faena no iba a pasar de ahí pero en ese momento se produjo el milagro. Algo en la cabeza del torero hizo clic. Se separó del toro, que quedó entre las rayas de picar y se marchó al mismo centro del ruedo. Murmullos del público, expectación, muleta adelantada, ¡vente!, el toro lo piensa, paso adelante, ¡venteeee! Y ahí salió el fondo del encaste Núñez. Primero un pasito, luego otro, un tímido galope y de pronto la arrancada.
Dos pases sin obligarlo mucho pero el tercero, ¡ay el tercero! Y el cuarto, y el quinto y el cambio por la espalda y el remate de pecho. La plaza ya rugía. Otra serie con la derecha, cuatro muletazos con la mano izquierda como ingrávida, descolgada del cuerpo erguido que construía una escultura con la embestida del toro en cada pase. Un cambio de mano eterno y un trincherazo para firmar la obra.
Por si la faena no tenía aún categoría de grande, muleta a la mano izquierda y uno, dos, tres, cuatro naturales de los de reventar la plaza y el de pecho, ahí queda eso y el que quiera aprender a Salamanca. Otra serie con la derecha, ya la locura instalada en los tendidos, recuerdo que para entonces yo ya estaba de rodillas delante del televisor.
A por la espada de verdad y quedaba aún la guinda. Rodilla flexionada, tres pases por bajo a todo lo que daba de sí la embestida del toro y el remate de pecho para quedar colocado y perfilarse para la estocada. Cesaron los oles, se hizo el silencio, se montó sobre las puntas de las zapatillas dos veces, muleta al hocico y estocada de las que valen una oreja por sí misma. Aparicio salió de la suerte con la mirada perdida, llamando a las puertas del extasis que se avecinaba. Cayó el toro casi de inmediato y el presidente concedió el doble trofeo sin una duda. Por cierto, que era mi paisano, ya fallecido, Marcelino Moronta, un extraordinario aficionado.
La crónica de Joaquín Vidal se tituló Soñar el toreo. Y arrancaba así: Fue el toreo soñado. Fue el toreo que los diestros con torería intensa rumian en las duermevelas de las corridas, cuando se amalgaman en los vericuetos del pensamiento los sueños de gloria y los presagios de tragedia.
¡Ya me están dando ganas de verlo otra vez!
PD: Disculpad el arrebato los menos aficionados pero hoy me lo pedía el cuerpo. Aparte de la efeméride necesitaba desengrasar de las faenas del gobierno. Que más que faenas, son putadas...